Incertidumbre en el Día Mundial de la Alimentación
GARCÍA MARIRRODRIGA
CADA 16 de octubre se celebra el Día Mundial de la Alimentación para conmemorar el nacimiento de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) en 1945. Acababa de terminar la Gran Guerra y una palabra definía el presente y el futuro: incertidumbre. Esa palabra define nuestra situación actual.
Según un reciente informe de FAO, «el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo», 828 millones de personas padecían hambre en 2021 (46 millones más que en 2020 y 150 más que en 2019). Esto es compatible con el despilfarro de alimentos (1.000 millones de toneladas en el mundo en 2021, según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente). Hace pocos días, el ministro Planas señaló: «En consonancia con las grandes líneas del Gobierno en materia de justicia social, protección ambiental y crecimiento económico, combatir el despilfarro de alimentos es un imperativo ético que debe implicar a toda la sociedad, desde la producción hasta el consumo final». También es un imperativo ético acabar de una vez con el hambre en el mundo y la desnutrición infantil (miles de niños siguen muriendo por enfermedades evitables como la diarrea).
La Agenda 2030 se ocupa de la pobreza y del hambre en sus objetivos 1 y 2. A la educación dedica el número 4. Acaba de empezar un nuevo curso escolar lleno también de incertidumbres: 260 millones de niños entre 6 y 17 años, no iban a la escuela en 2018 según la Unesco y 369 millones dependen de los comedores escolares (durante el cierre por la pandemia en 2020, tuvieron que buscar fuentes alternativas de nutrición y algunos no las encontraron). Los niños que nacen pobres tienen casi el doble de probabilidades de morir antes de los 5 años que los de familias ricas (salud y bienestar son el objetivo tres). Y los hijos de madres que han recibido educación, incluso solo primaria, tienen más probabilidades de sobrevivir que los hijos de madres sin educación. En España, hay incertidumbre educativa con la octava ley de la democracia (una cada cinco años y medio) y algunas CC.AA. sin publicar sus decretos curriculares. El curso acaba de comenzar, pero la incertidumbre que provocaba la mascarilla es la única que hemos superado.
Cuando se olvida el valor de la persona, la incertidumbre aumenta. Si algo ha puesto de manifiesto la pandemia es que la educación es un acto profundamente humano, no tecnológico. Además, como señala el Papa Francisco, cada acto educativo es un acto de amor. Si la Agenda 2030 es una hoja de ruta antropológica, promotora de un ethos que pone realmente en valor a la persona, a cada una, sea quien sea, sus diecisiete objetivos contribuirán realmente al Desarrollo Sostenible (es decir, basado en la persona). Si no es así, si no favorece el desarrollo humano integral, que mitiga el hambre de pan y de educación, no dejará de ser un bonito proyecto sin apenas resultados. Excepto el aumento global de la incertidumbre.