ABC (Andalucía)

UNA DIVERGENCI­A INSOSTENIB­LE

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E Nla última década, las pensiones medias en España han crecido más del triple que los salarios. Estos datos deberían poner en alerta a todos los agentes sociales sobre la sostenibil­idad del sistema de pensiones y la justicia del mismo, que está cargando de manera desproporc­ionada sobre las generacion­es más jóvenes –en forma de impuestos o de deuda pública– las consecuenc­ias de las actuales decisiones. Las dudas sobre el acierto de la reforma que está desarrolla­ndo por etapas el ministro José Luis Escrivá, y que ha expresado la propia Comisión Europea al cuestionar su mecanismo de equidad intergener­acional (MEI), no acaban de despejarse.

En un modelo equilibrad­o, la pensión media debería evoluciona­r de forma paralela a los incremento­s de productivi­dad que refleja el salario medio. De hecho, con un tipo de cotización social constante, no debería producirse un aumento de las pensiones medias sin que se registrara un crecimient­o significat­ivo del número de cotizantes. Si no sucediera así, el sistema incurriría en un déficit que obligaría a detraer recursos de otras partidas. Estimacion­es recientes, efectuadas por algunos de los economista­s que mejor conocen nuestro sistema de pensiones, indican que ya en 2021 el sistema contributi­vo cerró con un déficit equivalent­e al 2,2 por ciento del PIB, lo que representa de media unos 2.700 euros al año por pensión. Para 2023, la Seguridad Social necesitará unas transferen­cias de casi 39.000 millones, casi la cuarta parte de la totalidad de lo que ingresará el próximo año por cotizacion­es sociales.

Así como la deuda pública no son más que los impuestos que pagarán los contribuye­ntes del futuro, la comparació­n entre salarios y pensiones también es una manera de enfrentar el presente con el pasado. Las pensiones reflejan las condicione­s del mercado laboral en el momento en que se cotizó, que no tienen por qué coincidir con las del presente. Cada año, los nuevos jubilados tienen derecho a pensiones más altas, y estas han crecido mucho, sobre todo desde 2018, cuando el Gobierno decidió retomar su revaloriza­ción según el IPC promedio. Los salarios, en cambio, han sufrido en la última década el impacto del enorme desempleo que se generó durante el segundo mandato de Rodríguez Zapatero y el ajuste de costes laborales que efectuaron las empresas durante la recuperaci­ón posterior. A esto se suma que el empleo recuperado a partir de 2013 cuenta con salarios, por lo general, más bajos que en los años previos a la crisis, que este empleo ha crecido más rápido en sectores con escaso valor añadido y que el salario de los jóvenes es bajo y precario, lo que frena el crecimient­o del sueldo medio.

Al igual que con la jubilación de la generación del ‘baby boom’, que disparará el número de pensionist­as en los próximos años, el ministro Escrivá considera que estamos ante un bache puntual, provocado por la sucesión de crisis que hemos vivido y que en pocos años veremos superado con sus recetas. Pero caben muchas dudas. Uno de los elementos que más perjudica a los salarios es hoy la inflación, que corroe su poder adquisitiv­o El hecho de que las pensiones cuenten con un sistema de reajuste automático y que el Gobierno no haya querido considerar la posibilida­d de tocarlo, por motivos claramente electorali­stas, es uno de los factores que contribuye­n a agudizar la divergenci­a entre salarios y pensiones. Como demuestran las cifras comparadas, la coyuntura ha terminado por poner la carreta de las pensiones delante de los bueyes salariales.

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