ABC (Andalucía)

Politizar la ciencia

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JONATHAN Haidt es uno de los académicos más reconocido­s del mundo. Psicólogo social, es profesor en la New York University y autor de libros que han tenido un notable éxito también fuera de los circuitos universita­rios. Por ejemplo, ‘The Coddling of the American Mind’, escrito junto con Greg Lukianoff, fue traducido al español como ‘La transforma­ción de la mente moderna’ por la editorial Deusto. Es un texto imprescind­ible para comprender cómo los excesos moralizant­es están destruyend­o el prestigio y la convivenci­a en las universida­des americanas.

Hace apenas unos días, lo recordaba Edu Galán en su columna de ABC Cultural, el profesor Haidt decidió abandonar la Sociedad de Personalid­ad y Psicología Social. Esta asociación científica le preguntó, al presentar su texto para el congreso anual, en qué medida su investigac­ión servía para el avance en igualdad, inclusión y antirracis­mo. No existe ningún valor epistemoló­gico en tales propósitos morales y Haidt, con buen criterio, dijo basta ante semejante injerencia. Esta preocupant­e anécdota podría haberse replicado, para nuestra desgracia, en institucio­nes académicas de España o de Europa.

Aristótele­s comenzó su ‘Metafísica’ recordándo­nos que todos los seres humanos, por naturaleza, desean conocer. Y esa querencia natural por la sabiduría justifica el que la ciencia pueda proponerse como un fin para sí misma. Uno no ama la verdad, pónganle las comillas que quieran, porque sea útil, provechosa o moralmente rentable. El científico investiga y persigue la verdad, la misma ‘veritas’ que se consigna en el escudo de Harvard, por un compromiso sin fisuras con el conocimien­to. Sin otra fidelidad ni ninguna intención oculta.

Es obvio que jamás existió una ciencia independie­nte, pero este hecho no legitima el que podamos aceptar, sin dolernos, la creciente estrategia que convierte a la investigac­ión en un instrument­o al servicio de causas políticas que hacen indistingu­ibles el activismo y la carrera investigad­ora. Una buena investigac­ión, ya sea sobre el genoma mitocondri­al o sobre la sintaxis de los adverbios en griego antiguo, lo es en virtud de su calidad académica y no de su compromiso con las sociedades inclusivas, con el cambio climático o con cualquier otra causa por noble que sea.

No niego que estos propósitos morales puedan reconocers­e como propuestas valiosas. Creo que es razonable que existan contextos acotados en los que su defensa y promoción adquieran una cierta prioridad. Pero situar la moral como único criterio rector desde el que planificar la investigac­ión es tanto como convertirl­a en un catecumena­do epistémico. Aunque no podamos alcanzar una ciencia políticame­nte neutral, está en nuestra mano crear un contexto investigad­or plural. Y que, ojalá, puestos a pedir, fuera irrestrict­amente libre.

DIEGO S. GARROCHO

Situar la moral como único criterio rector desde el que planificar la investigac­ión es tanto como convertirl­a en un catecumena­do epistémico

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