Xi Jinping afirma que no renunciará al uso de la fuerza en Taiwán
∑El presidente chino inaugura el cónclave que consolida su liderazgo aferrándose a la política de Covid cero ∑No mencionó a Ucrania ni sus pulsos con EE.UU., pero sí dejó muy clara la importancia de la seguridad nacional
Ayer tenía que haber sido el principio de la despedida del presidente de China, Xi Jinping. Pero fue el inicio de su continuidad. En un Pekín blindado por la seguridad y los controles antiCovid, que han paralizado la ciudad y restringido las llegadas desde otros lugares, el XX Congreso del Partido Comunista arrancó por la mañana y durará una semana para perpetuar a su secretario general, Xi Jinping.
Tras dos mandatos de cinco años, en teoría debería retirarse en este cónclave como hicieron sus dos inmediatos antecesores, Jiang Zemin y Hu Jintao. Pero Xi Jinping ha maniobrado durante su década en el cargo para acabar con esta fórmula, que tenía como objetivo impedir los desmanes personalistas que caracterizaron la época de Mao Zedong y garantizar un liderazgo colectivo que asegurara un relevo de poder pacífico y ordenado.
Con los estatutos del partido reformados en 2017 y la Constitución china en 2018 para eliminar dicho límite, Xi Jinping obtendrá en este Congreso un inédito tercer mandato como secretario general del partido, o incluso un puesto mayor, como presidente, que antes solo había ostentado Mao. En un proceso en dos fases, también continuará como presidente de la República Popular China en la reunión del Parlamento orgánico del régimen que tendrá lugar en marzo del próximo año.
Para este cónclave histórico, que supone un cambio radical con respecto a las dos décadas anteriores, el régimen intentó proyectar una imagen de unidad en torno a Xi. Con este propósito, tanto el expresidente Hu Jintao, de 79 años y muy desmejorado, como quien fuera su primer ministro, Wen Jiabao, de 80, le acompañaron en el estrado del Gran Palacio del Pueblo. Además del actual primer ministro, Li Keqiang, y los otros cinco miembros del Comité Permanente del Politburó, estaban presentes otros anteriores. Entre ellos Zhang Gaoli, quien el año pasado se vio implicado en el escándalo de la relación extramarital con abusos sexuales que denunció la tenista Peng Shuai, luego desaparecida durante una temporada hasta que reapareció negándolo todo.
Cúpula sin mascarilla
A pesar de estas presencias, faltaron otros dirigentes históricos de peso como el expresidente Jiang Zemin y el ex primer ministro Zhu Rongji, que tienen 96 y 94 años, respectivamente, y están delicados de salud. Ya sea por ese motivo o por su supuesta oposición a los planes de Xi, que algunos expertos han apuntado, su ausencia quedó compensada con el centenario Song Ping, un revolucionario del ala dura firme defensor de la represión en Tiananmen en 1989, pero también de la reforma y apertura al capitalismo.
Con la cúpula del partido sin mascarilla y el resto de casi 2.300 delegados con ella, Xi Jinping inauguró el Congreso leyendo el informe de estos últimos cinco años elaborado por el Comité Permanente del Politburó saliente. En su alocución, de una hora y tres cuartos, empezó enumerando los logros económicos de la segunda potencia mundial y ensalzó la erradicación de la pobreza absoluta de la que presume la propaganda como el principal objetivo del Partido Comunista en su siglo de vida. «Esto se recordará para siempre en la historia de la nación china e influirá profundamente en el mundo», aseguró mientras los delegados rompían a aplaudir. Sin restarle mérito al extraordinario crecimiento de China, que ha generado una clase media urbana de 500 millones de personas, aquí hay que matizar que el propio primer ministro, Li Keqiang, reconoció hace dos años que 600 de los 1.400 millones de chinos subsistían al mes con solo
Xi se enorgullece de haber llevado «el orden tras el caos» a Hong Kong, donde ha aplastado todas las demandas de democracia
Muestra su adhesión al marxismo-leninismo pero con características chinas: «Debemos perseguir el crecimiento de alta calidad»
mil yuanes (129 euros al cambio de entonces y 143 euros ahora), lo que suponen menos de cinco euros al día. Con la pandemia y el tremendo impacto económico que está teniendo la política de Covid cero, su situación no habrá mejorado, sino todo lo contrario.
Aunque Xi mostró su adhesión al marxismo-leninismo, insistió en sus características chinas. «Para construir una gran nación socialista, debemos perseguir el crecimiento de alta calidad. El desarrollo es la principal prioridad del partido para gobernar y rejuvenecer China (…). Por eso, tenemos que aplicar la nueva filosofía para resolver nuestros problemas y continuar las reformas para desarrollar una economía de mercado socialista», abogó antes de insistir en su política de «circulación dual». «Debemos promover una apertura de altos estándares y un nuevo patrón de crecimiento que incluya flujos domésticos e internacionales», dijo para calmar los miedos que han surgido en otros países a que vuelva a una economía estatal con menos peso del sector privado.
A dichos temores se suma el impacto en la cadena global de suministros por los confinamientos derivados de la política de Covid 0, que prometió solucionar. Pero ahuyentó toda esperanza de que el régimen abandonara sus res
tricciones y controles, respaldados por el propio Xi, al afirmar que se sigue librando «una guerra de toda la gente para impedir la propagación del virus».
A su juicio, «el futuro de China es brillante», pero también alertó de que «nos queda mucho camino por delante. Tenemos que tener más cuidado a la hora de afrontar los peligros, estar preparados para tratar con los peores escenarios, con fuertes vientos, aguas turbulentas e incluso tormentas».
Seguridad nacional
En medio del revuelto panorama internacional, Xi Jinping no hizo menciones a la guerra de Ucrania ni a sus cada vez más frecuentes enfrentamientos con Estados Unidos y el resto de Occidente, pero sí dejó clara la importancia de la seguridad nacional, que citó medio centenar de veces, y la estabilidad social. En su opinión, ambas son claves para lograr una «China próspera y fuerte» y exigen una coordinación tanto de la seguridad doméstica como internacional, económica, tecnológica y militar. Sin dar detalles, avanzó un refuerzo del Ejército y una «nueva arquitectura de seguridad» que, a la vista de estos diez últimos años, hace temer una mayor represión interna y un expansionismo exterior que, por supuesto, negó.
Además de enorgullecerse de haber llevado «el orden tras el caos» a Hong Kong, donde ha aplastado las demandas de democracia con una Ley de Seguridad Nacional que criminaliza toda oposición política, hizo un llamamiento a la reunificación con Taiwán, la isla democrática e independiente ‘de facto’ reclamada por Pekín desde el final de la guerra civil en 1949. «Implementaremos la política general de nuestro partido para resolver la cuestión de Taiwán en la nueva era y avanzar en la causa de la reunificación nacional. Siempre hemos mostrado respeto y afecto por nuestros compatriotas de Taiwán y queremos darles beneficios. Seguiremos promoviendo los intercambios económicos y sociales en el estrecho y que las gentes de ambas orillas trabajen juntas para promocionar la cultura china y unos lazos más estrechos», señaló en tono conciliador.
Pero también dejó claro que «solucionar la cuestión de Taiwán es un asunto chino que debemos resolver los chinos». Aunque aseguró que «seguiremos abogando por una reunificación pacífica con la mayor sinceridad y los mayores esfuerzos», también prometió que «nunca renunciaremos al uso de la fuerza y nos reservamos la opción de adoptar todas las medidas necesarias». Una amenaza que, según detalló, «va directamente dirigida a la interferencia de las fuerzas extranjeras y las actividades separatistas, no a nuestros compatriotas taiwaneses». Con el argumento poético de que «las ruedas de la Historia giran a favor de la reunificación y el rejuvenecimiento de la nación china», clamó que «la completa reunificación de nuestro país puede y debe alcanzarse, y sin duda se alcanzará», arrancando el mayor aplauso de los delegados.
Lanzándoles un serio aviso, Xi Jinping les advirtió de que «la corrupción es un cáncer para la vitalidad y la capacidad del partido y luchar contra ella es la mejor manera de evitar riesgos» para su supervivencia.
Eludiendo la reciente represión en la región musulmana de Xinjiang y los capítulos más negros de su historia, como el Gran Salto Adelante (1958-62) y la Revolución Cultural (1966-76), concluyó entre vítores que «el Partido Comunista de China ha conseguido grandes logros durante el último siglo y nuestros nuevos esfuerzos serán todavía más espectaculares». Para conseguirlo, él continuará al frente, al menos durante otros cinco años que le abren la puerta a que pueda eternizarse como Mao.