ABC (Andalucía)

«Estuve dos meses enteros sin salir de casa porque mi niño estaba inmoviliza­do»

Eva Norte se acogió a una reducción de jornada del 99% para cuidar del menor

- E. CALVO

la corrobora Montse, que además de madre de un afectado es también abogada, por lo que sabe bien de lo que habla. «Las trabas, que son muchísimas, empiezan desde el primer momento, pues con lo primero con lo que te encuentras es que hay tres legislacio­nes distintas: una para los asalariado­s, otra para los autónomos y otra las los funcionari­os», comienza.

Muchas trabas

A eso se suman los obstáculos que en más de una ocasión pone la administra­ción, explica esta madre, a la hora de presentar la documentac­ión. «Alguna vez han pedido que se lleve de manera presencial a determinad­o sitio. Con un hijo enfermo, que necesita toda tu atención, lo último que te va bien es recorrerte kilómetros para entregar unos papeles que puedes mandar de forma electrónic­a», critica.

En cuanto a los problemas que varias familias aseguran haber tenido

Montse Aranda se considera una «privilegia­da», pues su trabajo le permite compaginar su desarrollo profesiona­l con los cuidados de Álvaro, su hijo. Nació de forma prematura, con displasia broncopulm­onar grave. Necesita ayuda para necesidade­s vitales como comer o ir al baño

con las mutuas a la hora de solicitar la subvención, Aranda afirma que tras una reciente reunión de los afectados con un representa­nte del Ministerio de Seguridad Social han notado cómo los inconvenie­ntes con los que se encontraba­n las familias se han ido reduciendo.

Estas familias luchan ahora por que se elimine el límite de edad para las personas que, además de la enfermedad, cuentan con un grado alto de discapacid­ad y dependenci­a. «No somos tantas familias y queremos que quiten el límite para los grandes discapacit­ados, a partir del 65 por ciento», reclama Montse. «No tiene ningún sentido, mi hija no va a mejorar nunca», apunta por su parte Marina, que va más allá: «No podemos salirles tan caros. Es duro decirlo, pero la mayoría de nuestros hijos no van a vivir muchos más años. Lo que queremos es que nos ayuden a cuidarlos mientras vivan».

Eva no recuerda cuándo fue la última vez que pudo descansar una noche entera. Cuando se van a dormir, su marido y ella se tienen que turnar para atender las necesidade­s de su hijo, José María, de 19 años. A veces llora, otras necesita que le cambien de postura y en ocasiones requiere oxígeno. «Hay que levantarse 20 veces cada noche», cuenta esta madre en conversaci­ón telefónica con ABC desde Gines (Sevilla), donde residen. Su hijo nació prematuram­ente a las 28 semanas de gestación, con apenas un kilo de peso. Le diagnostic­aron displasia broncopulm­onar, estuvo cuatro meses en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) neonatal y desde entonces no ha dejado de tener problemas respirator­ios.

«Habíamos conseguido que se desconecta­ra del respirador pero a los 22 meses sufrió una parada cardiorres­piratoria y eso le provocó un daño cerebral severo», relata Eva Norte. En ese momento, prosigue la progenitor­a, «quedó vegetal», postrado en la cama, sin poder ver, sin poder alimentars­e por la boca y conectado permanente­mente a un respirador.

Cuando José María tenía seis años y medio pudo desconecta­rse del respirador, de manera que sus padres decidieron llevarlo con ellos a casa. Uno de los dos tenía que seguir trabajando, pero el otro debía dedicarse al cuidado del pequeño. Eva hizo malabares para compaginar turnos en el trabajo con la asistencia a su hijo. «He estrellado el coche dos veces», dice, en alusión a las llamadas que recibía por algún problema con el menor. Cuando pudo acogerse a la Cume, la prestación por cuidado de menores afectados por cáncer u otra enfermedad grave, solicitó una reducción de jornada del 99% que ahora mantiene.

Atención las 24 horas

Pero esa reducción supone vivir dedicada a los cuidados de José María, sin tiempo para ella ni para su marido, que han aprendido a soportar este tipo de vida. «Estuve dos meses enteros sin poder salir de casa, que me traían la compra las vecinas, porque mi hijo estaba inmoviliza­do en la cama», afirma. Aunque come por boca, no anda, no ve, ni habla. Se mueve entre la cama y una silla. «Es totalmente dependient­e. Hay que cambiarle el pañal, darle de comer, bañarlo... Necesita atención las 24 horas del día», expone.

Eva no sabe qué ocurrirá cuándo su hijo cumpla los 23 años y por tanto pierdan la prestación, pues con todos los gastos que suponen las terapias de José María, no puede permitirse dejar el trabajo. «Me encantaría poder volver al trabajo pero no lo veo viable. Estos niños no se van a curar ni con 18, ni con 23 ni con 26 años», lamenta.

«Es duro decirlo, pero nuestros hijos no van a vivir mucho. Que nos ayuden a cuidarlos mientras vivan»

«Tu carrera profesiona­l se va por la borda porque a ver qué empresa o persona aguanta esta situación»

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DE SAN BERNARDO AYUDA PARA LAS NECESIDADE­S VITALES
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// MANUEL GÓMEZ Eva Norte, junto a su hijo José María, en su casa

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