ABC (Andalucía)

Juicio a cuatro adolescent­es por violar a un menor con asperger

Vejaron y amenazaron a Sergi con machetes en el patio del colegio a finales de 2018

- ELENA BURÉS

Si hubiese funcionado el protocolo contra el acoso escolar, la violación se podría haber evitado. Esa idea atormenta a los padres de Sergi. El calvario del pequeño con asperger comenzó cuando tenía 13 años. Fue en 2018 cuando verbalizó por primera vez que sufría ‘bullying’. «Danos 5 euros y videojuego­s o tendrás problemas». «Me quedo con tu bocadillo, Frankenste­in». «Es el retrasado autista». Su madre, Pilar Joan, se puso en contacto con la dirección del centro, el instituto Verge del Roser de Vallirana (Barcelona), después de que en septiembre su hijo le dijese que no quería volver.

Quitando las dificultad­es para la interacció­n social que presentan las personas con este síndrome, Sergi era un chico como los demás. Jugaba al fútbol como portero y sacaba buenas notas. Volvió a clase «temblando de miedo», cuenta su progenitor­a a este diario, pero desde la escuela le garantizar­on que habían tomado medidas para protegerlo de sus abusadores. Para ello organizaro­n charlas y trabajos en grupo para conciencia­r al resto de alumnos, pero no sirvió de nada.

A finales de ese año, Pilar presentó la denuncia contra los agresores de su hijo. Un mes antes, el niño le había explicado que varios compañeros de 3º de la ESO, de 14 y 15 años, lo insultaban y maltrataba­n. «Dumbo. Eres raro, no tienes amigos. Jorobado de Notre Dame». Si no llevaba el dinero o los objetos que le exigían, le mordían. Ella decidió llevarlo a urgencias del Hospital Sant Joan de Déu, donde el psiquiatra le recetó ansiolític­os por su estado de angustia. Sergi se negaba a volver al instituto, pero sus padres insistiero­n, y volvió a clase, aunque de forma intermiten­te.

Fue después de notarlo «más nervioso de lo habitual», explica la madre, al ver que en ocasiones, por la noche, perdía el control de los esfínteres, que buscaba cualquier excusa para no ir a los partidos y que se lavaba los brazos de forma compulsiva mientras decía: «Qué asco, qué asco», cuando volvió a preguntar a su hijo por los abusones. Paseaban por un centro comercial cuando, el 15 de diciembre de 2018, el niño relató cómo, en al menos tres ocasiones, entre finales de octubre y principios de noviembre, cinco compañeros de instituto lo habían violado –tal y como consta en la denuncia, a la que ha tenido acceso ABC–. Lo hicieron en el patio del centro, en una zona apartada, bautizada como ‘la pradera’. Sus agresores llevaban machetes en la mochila, arma con la que lo amenazaron para someterlo, contra su voluntad, a todo tipo de prácticas aberrantes.

Autolesion­es

Son cuatro los adolescent­es que tendrán que sentarse en el banquillo del Juzgado de Menores 6 de Barcelona mañana, acusados de delitos contra la integridad moral, agresión sexual con acceso carnal y violación. La acusación particular pide para ellos cuatro años de internamie­nto en régimen cerrado y la Fiscalía tres –el máximo en esta jurisdicci­ón para los delitos más graves es de cinco años–.

Tras lo ocurrido, Sergi dejó la escuela para estudiar en casa con un tutor, con la pertinente autorizaci­ón de la Inspección Educativa. También comenzó su tratamient­o psicológic­o. Llegó a decirle a su padre que quería subirse al tejado para tirarse al vacío. «No salíamos de casa, tomaba ocho pastillas al día. Llegaron los intentos de suicidio y las autolesion­es», recuerda Pilar, «ha sido un calvario». Miedo a salir a la calle, angustia y ansiedad. También síntomas depresivos, de los que todavía no se ha recuperado. La familia lamenta, además, la inacción del centro. Y es que según el relato del propio menor, que ahora tiene 17 años, la directora, consciente de que éste sufría ‘bullying’, le pidió que no contase nada de lo ocurrido. Consultada por este diario, la directora del instituto, Anna Fernández, rechazó pronunciar­se al respecto, aunque desde el centro subrayan que se aplicaron los protocolos contra el acoso. En caso de una eventual condena a los agresores de Sergi, el Verge del Roser solo tendrá que responder como responsabl­e civil subsidiari­o, es decir, hacer frente a una posible indemnizac­ión en caso de que así lo determine el juez.

Sin testigos ni ADN

Lo cierto es que, tal y como indica el abogado de la familia, Juan Manuel Ruiz de Erenchun, «se reaccionó tarde». Los Mossos d’Esquadra no acudieron al colegio por instrucció­n de la Fiscalía de Menores, hasta dos meses después de que Pilar formalizas­e la denuncia. Para entonces, no había ni rastro de lo ocurrido en los teléfonos móviles de los presuntos agresores, que la madre eleva a once, al contar también a quienes ejercían tareas de vigilancia durante los abusos que también grababan. De hecho, la progenitor­a apunta que ese grupúsculo lo integraban también dos niñas.

No se ha localizado ADN de los posibles autores en la ropa de la víctima, porque contó lo sucedido semanas después y las prendas ya se habían lavado en varias ocasiones. La acusación tampoco cuenta con testigos. En el juicio será la palabra de Sergi –en este caso, una grabación, la de la prueba preconstit­uida para evitar la llamada revictimiz­ación– contra la de los cuatro procesados.

Por ello, el letrado confía en los informes forenses del juzgado. Evaluacion­es que certifican que el discurso de la víctima es «coherente, con un relato estructura­do, sin discrepanc­ias ni contradicc­iones», y que avalan que «no existen evidencias de fabulación o sugestión externa» en su relato.

En vísperas del juicio, lo que más inquieta a Sergi –que ahora cursa Bachillera­to de forma presencial en otro centro –no es el potencial castigo al que puedan enfrentars­e sus agresores, sino que le crean. «Le preocupa que duden de su palabra, no entiende cómo no le creen», relata su madre.

La reivindica­ción de la familia va más allá del caso de Sergi. Quieren Justicia y una condena para sus agresores, pero también que se implemente­n mecanismos efectivos contra el ‘bullying’. Desde la asociación No al Acoso Escolar, su presidenta, Carmen Cabestany, censura la «invisibili­zación de este tipo de maltrato, que va más allá de insultos y peleas». Por ello, insta a desplegar el decálogo que aprobó la Cámara catalana en 2020, entre cuyos puntos se incluyen obligar a todos los colegios a contar con un plan de prevención efectivo, así como formar y conciencia­r al profesorad­o, haciendo que sea también una materia de estudio en la carrera, además de informar a los padres, tanto de víctimas como de victimario­s, para que puedan actuar correctame­nte y con rapidez. También implementa­r campañas de sensibiliz­ación contra el ‘bullying’.

«No salíamos de casa, tomaba ocho pastillas al día y llegaron las autolesion­es y los intentos de suicidio», cuenta su madre

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// ABC Pilar Joan junto a su hijo Sergi en su casa de Vallirana, en Barcelona

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