ABC (Andalucía)

Calamaro: «Mis olvidos son más interesant­es que mis memorias»

El próximo viernes, el artista argentino lanza ‘Honestidad Brutal Extra Brut’

- NACHO SERRANO

ni. Se estrenó en la Ópera de El Cairo el 24 de diciembre de 1871. Al Teatro Real llegó tres años más tarde –se estrenó el 12 de diciembre de 1874–. En la historia hay un triángulo amoroso –el que forman Radamés, Aida y Amneris–, sacrificio, patriotism­o, guerra, poder político y religioso, así como conflicto entre afectos diferentes. La idea de grandiosid­ad que muchos tienen de la ópera –la ‘Marcha triunfal’ tiene mucho que ver en ello– contrasta con la intimidad que domina buena parte de la obra.

«La complejida­d de ‘Aída’ está en que todo el mundo espera el acto de la ‘Marcha triunfal’... Que está muy bien escrito, aunque tendemos a banalizarl­o, a creerlo superficia­l. Y no lo es. Hay en él un conflicto interior y un conflicto político. Más allá de la propia marcha o del ballet, lo importante de ese acto es conseguir que el público vea en esa fiesta los ejes político, religioso y popular, que se contrapone­n y dejan en ese momento en un segundo plano el conflicto afectivo. Ese triángulo –poder político, poder religioso y pueblo– está latente en casi todas las obras de Verdi: ‘Don Carlo, ‘Simon Boccanegra’... Muchas veces puede pasar desapercib­ido para el público porque el aparato escénico de Verdi es muy grande... ‘Aida’, para mí, tiene dos partes muy diferencia­das: los dos primeros y los dos segundos actos; cambia la atmósfera musical, la relación entre personajes..., que se hacen reales a partir del tercer acto. Y, más allá de pensar si la ópera es intimista o no lo es, lo importante es que el público entienda el paso de las distintas secuencias hasta llegar a la escena final, el culmen de la obra».

Nueve meses entre el 1998 y el 1999, quince estudios de grabación, cuatro ciudades diferentes. Eso es lo fácil, el cuándo y el dónde. El cómo, eso ya fue más cosa de chamanes. «Con una o dos maletas llenas de ‘tapes’ de dos pulgadas grabadas en velocidad treinta», Andrés Calamaro pasó el fin de siglo «conociendo gente, desconocie­ndo a otra, durmiendo días enteros y viviendo otros días durante tres días y sus noches. Pero siempre grabando y grabando» el que sería uno de sus grandes álbumes, el totémico ‘Honestidad Brutal’, «un disco exagerado y ofensivo, fuera de la forma normal de grabar discos».

Veintitrés años después de su publicació­n, huyendo de todo lo redondo, se publica ‘Honestidad Brutal Extra Brut’, una reedición con abundante material inédito en la que Calamaro ha estado muy involucrad­o, «en cada estadio de sus hechuras», asegura. «En la grabación original, la edición para ‘long play’, el disco para el Record Store

Day, la selección de 45 inéditas y alternativ­as, el diseño, la portada y los vídeos...». Aunque hay que decir que de aquellas sesiones de finales de milenio, el argentino recuerda más bien poco. «Mis olvidos son más y más interesant­es que mis memorias o recuerdos», exclama. «Me consta que estaba allí pero son mis amigos (los más valientes) los que recuerdan detalles extremos. Las sesiones las recuerdo a ‘grosso modo’, los estudios, quiénes grabamos, cómo empezamos… esas cosas. El archivo de olvidos es formidable».

El rock aún vive

Entre las joyas destacadas de ‘Extra Brut’, está la grabación original de ‘Hacer el tonto’ junto a Maradona, «una persona maravillos­a que nos dio, a quienes tuvimos la fortuna de conocerle, momentos extraordin­arios ‘dentro y fuera de la cancha’; nos brindó amor, ingenio, sabiduría, elegancia, mundo y lo inexplicab­le», dice Calamaro, que aún sigue «esperando que suene el timbre de casa y sea él».

Casi un cuarto de siglo después el rock no está en su mejor momento, pero Andrés está convencido de que «sigue aprendiend­o nuevos idiomas, sigue siendo una referencia cultural indispensa­ble, y está en todas partes mientras el mundo siga siendo interesant­e». Y es que a la vista de cómo está la escena musical actual, «los géneros contemporá­neos requieren del rock’n’roll y sus cosas lindas», apela Calamaro. «Nosotros definimos cómo son las giras buenas y cómo estar en un escenario amplificad­o. Le dimos sonido a la libertad, al surrealism­o, el deseo y el sentido del humor. Los urbanos son bastante rockeros, incluso los acérrimos reguetoner­os, diría Silvio Melgarejo en presencia del divino duende de Jesús Quintero».

A pesar de sus buenos augurios para el rock,

Calamaro sorprende mostrando nostalgia por los viejos tiempos. «Es normal idealizar décadas anteriores, perdidas, como épocas extraordin­arias, se añoran los sesenta, los setenta … ¡hasta los ochenta y los noventa! Y realmente fueron épocas interesant­es, sofisticad­as y aventurera­s. Ocurre que una década es demasiado tiempo para un hombre, las personas se agotan y con ellas la música bien entendida», dice el artista, que de pronto se torna tan, tan nostálgico incluso como para desear volver a los días de ‘Honestidad Brutal’. «Querría que España volviera a los últimos compases del siglo veinte, y no cambiar nada o casi nada. Que no haya cambiado, que no cambie más. Qué paradoja, quienes menos sufrieron las penurias de la historia son quienes más han reprochado (reprochan) y dinamitado España, la mayoría privilegia­dos que no tuvieron un problema en su vida; ni la guerra, ni la posguerra… como mucho el tardofranq­uismo o la Transición. Me permito decirlo puesto que he vivido mi infancia y adolescenc­ia bajo siete u ocho dictaduras militares. Argentina sigue siendo áspera; allí casi todos dormimos con una matraca debajo de la almohada».

Todo era posible

Y es que en aquellos días todo era posible, como telonear a Bob Dylan en España («¡Creo que me presentó como ‘El Rey del Ritmo’ en Andalucía!», recuerda El Salmón, que define a su maestro como «la Reina de Inglaterra pero ‘still alive & well’»), o incluso coincidir en Buenos Aires, en la misma noche, con el de Duluth y los Rolling Stones. «Es verdad, dimos dos conciertos en el Luna Park y coincidimo­s en uno, todos llenos de público y con entradas agotadas. ¿Que quién ha envejecido mejor de los tres? Creo que Bob Dylan se viste mejor que Mick Jagger, ambos envidiable­s, discretos y ejemplares. Y yo... ¡yo todavía no he envejecido!».

«Bob Dylan se viste mejor que Mick Jagger, ambos son envidiable­s, discretos y ejemplares. Y yo... ¡yo todavía no he envejecido!»

Jugó pocos minutos pero dejó su impronta en el verde del Bernabéu. Anotó el penalti que él mismo provocó para firmar el 3-1.

Imperial. Clásico del central. Perfecto al cruce, rápido en la anticipaci­ón y protagonis­ta en el juego aéreo. Compenetra­do con Alaba.

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// JAVIER SALAS Andrés Calamaro, en 1999
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// JAVIER DEL REAL Una escena de la producción del Teatro Real de ‘Aida’

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