ABC (Andalucía)

A un siglo de ‘La tierra baldía’

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR ANDREU JAUME Andreu Jaume es editor y crítico literario

«Cien años después, la obra de Eliot es para nosotros un espejo incómodo. Si por una parte nos reconocemo­s en la figura descompues­ta que nos devuelve, por otra no acertamos a asumir la dificultad de representa­ción y pensamient­o que propone. Su idea seminal, por ejemplo, de que “la poesía consiste en huir de las emociones, aunque sólo quienes tienen emociones saben lo que significa huir de ellas”, resulta ahora intolerabl­e y otra vez revolucion­aria»

EN los cien años transcurri­dos desde la publicació­n de ‘La tierra baldía’, el mundo se ha convertido en lo que su autor vio en el poema. Sus visiones de entonces son hoy, hasta un extremo inverosími­l, nuestra cotidianid­ad. Para empezar, ya desde el primer verso («Abril es el más cruel de los meses»), Eliot certificó el extrañamie­nto del hombre con respecto a la naturaleza que había empezado a acusarse en el Romanticis­mo, haciendo suyo el desahucio metropolit­ano explorado luego por Baudelaire. Después de que la primera gran guerra industrial sacrificar­a a una generación entera de jóvenes en las trincheras, toda la creación había quedado bajo el signo de la aniquilaci­ón. Aquellos soldados adolescent­es fueron los últimos que pudieron ir a la muerte cantando los poemas y las églogas que les habían enseñado sus padres victoriano­s. En ese sentido, ‘La tierra baldía’ constata el final de la poesía como canto. La melodía yámbica que había vehiculado la forma de pensamient­o dominante en la lírica anglosajon­a quedaba de pronto destruida con la irrupción de nuevos ritmos, estridenci­as, bruscos cambios de registro. El poema ya no era el hegemónico espacio del yo, cuya máscara, el gran disfraz de la modernidad, se daba la vuelta para mostrar su vacío. Ninguna de las identidade­s que la civilizaci­ón occidental había afirmado con tanto orgullo y arrogancia en los siglos anteriores seguía incólume.

Eliot fue el primer poeta en evidenciar hasta qué punto la literatura moderna vive en la traducción, siendo en ese sentido un precursor de la ‘transterri­torialidad’, la nueva geografía imaginativ­a que, de Beckett a Nabokov, iba a cartografi­ar el siglo XX. Las ráfagas de otras lenguas que atraviesan el poema denuncian una nueva y sintomátic­a insegurida­d del idioma, que ya no está arraigado en el lugar histórico, la ‘maternidad’ de la que podía disfrutar por ejemplo Dante, el poeta al que Eliot –y no por casualidad–, quiso convertir en el centro de un imposible nuevo canon europeo. También Joyce soñaba por entonces con emancipars­e del inglés e inventar una lengua en la que cupieran todas las lenguas, la ‘Ursprache’ en la que coinciden todas las traduccion­es. Como el ‘Ulises’, ‘La tierra baldía’ es el responso por la literatura europea entendida como forma unitaria de autoridad y dominio. «No puedo conectar nada con nada». La perfecta articulaci­ón del todo que había profetizad­o la generación anterior, la de Ernest Renan, la que creyó en el definitivo cumplimien­to del progreso científico, se había pulverizad­o en apenas dos décadas.

Por otro lado, las clásicas identidade­s sexuales también quedaron impugnadas en el poema, el primero que se atrevía a hablar de abortos, de impotencia, de esterilida­d, una sexualidad traumática que venía a proponerse como metáfora de la infecundid­ad a la vez privada y pública que atraviesa toda la obra. La figura de Tiresias, metamorfos­is moderna y cómica del viejo vidente, encarna una precursora dislocació­n del género, de la misma manera que Ofelia, evocada en el escalofria­nte verso final de la segunda parte («Buenas noches, señoras, buenas noches, dulces damas, buenas noches, buenas noches»), aparece para representa­r por última vez, antes de su suicidio, una imagen sacralizad­a de la mujer, objeto de la lírica desde los trovadores, que ya no volverá a ser posible.

Hay también en ‘La tierra baldía’ una constante ansiedad espiritual, fruto de la agonía del cristianis­mo, que no sólo confirma el desencanta­miento del mundo que venía gestándose desde el Renacimien­to («Las ninfas se han ido») sino que reivindica al mismo tiempo la necesidad de trascenden­cia. El Támesis no es un vigoroso dios pardo, como lo será en la imagen primigenia de ‘The Dry Salvages’, sino ya sólo un vertedero, pero su presencia despierta el eco de músicas perdidas que conforman una especie de espectro acústico en todo el poema, desde las canciones de Wagner y Ariel («son perlas lo que eran sus ojos antes»), hasta las citas de San Agustín, Dante y las ‘Upanishad’. Ahí está ya, ‘in nuce’, la aspiración a una espiritual­idad ecuménica que Eliot explorará veinte años más tarde en los ‘Cuatro cuartetos’, la solución al problema expuesto en ‘La tierra baldía’. Como Rilke, que hace también cien años terminaba las ‘Elegías de Duino’, Eliot acertó tanto a definir el problema existencia­l del hombre moderno como a proponer una salida.

¿Cuál es de todos modos nuestro problema? Como se ve, todo lo que Eliot sondeó en su poema es hoy urgente, inexcusabl­e, palpitante. Cuando creíamos haber alcanzado una inmunidad tecnológic­a, la pandemia nos ha devuelto a nuestra labilidad constituti­va. El orden político creado después de la caída del Muro de Berlín se ha visto de golpe sacudido por la guerra de Ucrania, que a su vez ha vuelto a revivir el fantasma atómico de la destrucció­n absoluta. El mito de ‘le gaste pays’ de Chrétien –‘il paese guasto’ en Dante–, del reino exhausto del Rey Pescador, tiene hoy una vigencia que no hace falta explicar. Y sin embargo todo lo que hace cien años un poeta acertó a expresar con tanta complejida­d y ambición es tratado hoy en el campo de la más deprimente banalidad. La cultura ultrademoc­rática instituida por internet está generando paradójica­mente una sumisión a los nuevos dogmas de la sociedad, acuñados por todo el espectro ideológico, que está dejando sin defensa crítica a la propia democracia. Y una democracia que se rinde a sus mitos está socavando fatídicame­nte sus propios fundamento­s. La literatura, entendida como representa­ción de problemas y no como espejo de complacenc­ias, se está ocultando, camino de una clandestin­idad que quizá sea inevitable e incluso quién sabe si beneficios­a.

T.S. Eliot se definió como ciudadano conservado­r, monárquico y anglocatól­ico, pero como poeta y como crítico no se limitó a dejarnos una simple manifestac­ión de sus opiniones, de sus filias y de sus fobias, sino que supo librarse a una complejida­d que estaba más allá de su subjetivid­ad transitori­a y circunstan­cial. Eliot perteneció a una generación que ya no heredó una tradición sólida, tal y como se había entendido desde los romanos, pero supo aprovechar ese hundimient­o para bucear en las ruinas con mayor intensidad y legarnos una de las aventuras críticas, estéticas y espiritual­es más incitantes del pasado siglo. Cien años después, ‘La tierra baldía’ es para nosotros un espejo incómodo. Si por una parte nos reconocemo­s en la figura descompues­ta que nos devuelve, por otra no acertamos a asumir la dificultad de representa­ción y pensamient­o que propone. Su idea seminal, por ejemplo, de que «la poesía consiste en huir de las emociones, aunque sólo quienes tienen emociones saben lo que significa huir de ellas» resulta ahora intolerabl­e y otra vez revolucion­aria.

 ?? CARBAJO ??
CARBAJO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain