ABC (Andalucía)

Las trampas del diablo

La clave de la política moderna es la gestión de las esperanzas. Y eso requiere afinar bien las promesas del programa

- IGNACIO CAMACHO

HAY una lección para la derecha española (y su candidato) en la caída exprés de la primera ministra inglesa. Bueno, hay muchas, porque su breve mandato ha sido una portentosa demostraci­ón de incompeten­cia, pero la principal es ésta: si en algún momento Feijóo intuye o sospecha que no va a poder bajar los impuestos –por ejemplo, porque tema encontrars­e con un monumental agujero de déficit y deuda– más vale que no lo prometa. Por mucho pufo que el sanchismo le deje en herencia, y siempre en el supuesto de que venza, otro ‘montorazo’ como el de 2012 no lo admitirán las clases medias. A Liz Truss la ha tumbado la frivolidad con que decidió la rebaja fiscal propuesta por su ministro de Hacienda; se derrumbó la libra y le cayeron encima los mercados porque simplement­e estaban mal hechas las cuentas. Y como una de las mayores fortalezas del PP consiste en su reputación de solvencia en materia económica y financiera, su electorado no perdonará la revocación a posteriori de una oferta como ésa.

No se trata de relativiza­r la importanci­a, la necesidad imperativa más bien, de una revisión a la baja de la presión tributaria. Todo lo contrario, es una medida esencial para revitaliza­r una economía asfixiada y las encuestas certifican que constituye una clamorosa demanda ciudadana. Precisamen­te por eso requiere un trato cuidadoso en la gestión de las esperanzas y una planificac­ión afinada de las propuestas incluidas en el programa. El factor clave del declive de Sánchez, por encima de sus políticas sectarias, son sus continuas rectificac­iones y el reiterado incumplimi­ento de su palabra. Él mismo lo reconoció el martes en el Senado sin apearse de su arrogancia: «Sí, he cambiado de criterio a veces, ¿qué pasa?». Pues pasa, mente preclara, que cuando cambias de opinión todos los días las circunstan­cias dejan de servir de coartada y la gente te retira la confianza porque no sabe a qué atenerse y se harta de que lo dicho hoy no valga mañana.

El desalojo de Sánchez, si se produce, sólo debería ser el primer paso en un nuevo estilo de liderazgo: aplomo y autenticid­ad frente a vaivenes y engaños. Las expectativ­as crecientes de Feijóo responden a ese perfil sensato y pragmático de hombre capaz de sentarse ante el cuadro de mandos sin hacer disparates ni dar volantazos, con experienci­a, honestidad y equipo suficiente­s para dirigir el Estado. Por eso ha de medir bien los compromiso­s –de cualquier clase– que asuma antes de llegar al cargo. Anunciar sólo aquello que a ciencia cierta esté en condicione­s de llevar a cabo y eludir los brindis al sol fallidos que puedan acabar generando frustració­n, rabia o desencanto. El acceso al poder siempre esconde sorpresas por muy exacto que sea el diagnóstic­o trazado de antemano. Pero los votantes que apuesten por el cambio no merecen fiascos como el británico. Hay promesas electorale­s que son trampas del diablo.

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