¿Se rebelará alguna socialista?
Sánchez ha ordenado apretar filas y votar ese desatino llamado ‘ley trans’, presionado por un Podemos que no recula
SI he de ser sincera, mi respuesta a esa pregunta es no. No obstante resulta pertinente formularla porque el volantazo dado por este Gobierno en aras de pagar el apoyo de su socio es de tal calibre, que ahuyentaría a cualquier militante coherente, honesta y valerosa.
En el interior del PSOE andan a bofetadas, dicen quienes tienen oídos en los cenáculos del partido. Las feministas clásicas del puño y la rosa, firmes defensoras de impulsar medidas de «discriminación positiva» en beneficio de la mujer (una ‘contradictio in terminis’, «discriminación» y «positiva», situada en el núcleo mismo de su ideario), abominan de esa ‘ley trans’ impuesta a cuchillo por Podemos, que elimina el sexo de la ecuación al entronizar la «autodeterminación de género». O sea, el que una persona decida en cada momento lo que desea ser, al margen de sus atributos sexuales, de informes médicos o psicológicos, o de cualquier otro elemento ajeno a su voluntad. El famoso ‘ellas’, ‘ellos’, ‘elles’. (Perdone el lector la sobreabundancia de comillas pero la materia tratada es tan abstrusa, tan grotesca, que me veo obligada a usarlas en aras de no ensuciar nuestra preciosa lengua española).
El enfrentamiento es brutal. Lo cual no deja de resultar curioso porque al fin y al cabo fueron esas socialistas, hoy alzadas en armas, las primeras que pervirtieron el significado del término ‘feminismo’, vinculado en origen a la demanda de igualdad de derechos, oportunidades y responsabilidades. Ellas fueron quienes politizaron una lucha legítima, ajena a partidismos, al apropiarse de la causa de la mujer para convertirla en una bandera de la izquierda y lastrarla con exigencias inasumibles para un gran número de feministas auténticas, como por ejemplo la consideración del aborto como un derecho exclusivo e indiscriminado de las mujeres. Ahora se han visto superadas por una nueva generación de recién llegadas a la política, que ven en el colectivo trans un nicho electoral rentable y están decididas a aprovecharlo sin el menor escrúpulo. Un caladero reducido, cierto, pero muy influyente y por ende muy poderoso. Tanto como para forzar un engendro legal que desampara a los menores dando vía libre a tratamientos de cambio de sexo terriblemente agresivos e irreversibles, a partir de los 12 años, cuando la «identidad de género» es un concepto tan brumoso como todos los demás relativos a la personalidad. Otros países que nos precedieron en esta peligrosa senda están dando marcha atrás. Nosotros, como ya es costumbre, avanzamos a paso firme hacia el despeñadero.
Las espadas están en alto. Algunas valientes como Carmen Calvo o Amelia Valcárcel han alzado la voz, aunque no han ido más lejos. El supremo líder, Pedro Sánchez, ha ordenado apretar filas y votar ese desatino, presionado por un Podemos que esta vez no recula. ¿Se atreverá alguna socialista a rebelarse, romper el carné y arriesgar su suculento sueldo?