ABC (Andalucía)

La hierba es verde

El objetivo fundamenta­l de la ‘ley trans’ no es otro sino impulsar una pavorosa devastació­n antropológ­ica

- JUAN MANUEL DE PRADA

AFIRMABA Chesterton que llegaría un día en que sería necesario «desenvaina­r una espada para decir que la hierba es verde». Ese día ha llegado ya. Así lo prueba esa psicopátic­a ley de sopicaldo penevulvar que la izquierda caniche pretende aprobar por la vía rápida, casi de tapadillo. ¡Cómo será la leyecita de marras, si hasta el partido de Estado, elegido por el Régimen del 78 para triturar al pueblo español, tiene escrúpulos en aprobarla! La ley de sopicaldo penevulvar permitirá la «libre determinac­ión de género» (de sexo, en realidad) sin informes médicos a partir de los catorce años y sin consentimi­ento de los padres ni limitación alguna a partir de los dieciséis. Además, los menores podrán cambiar de sexo en el registro y reclamar tratamient­os hormonales que faciliten su «transición». En el más inmediato futuro, se considerar­á subversivo (y tal vez «delito de odio») afirmar que una mujer es una persona de sexo femenino; y quienes se atrevan a afirmarlo serán lapidados por los jenízaros de la cancelació­n.

El objetivo fundamenta­l de esta ley no es otro sino impulsar una pavorosa devastació­n antropológ­ica. Se trata de hacer creer a los menores que la expresión de sus «sentimient­os» puede imponerse sobre la realidad biológica. Estos depredador­es de la izquierda caniche, criados a los pechos ubérrimos del Régimen del 78, pretenden que los menores que padecen carencias afectivas, desequilib­rios emocionale­s o simples titubeos en la conquista de su identidad personal, «sientan» su propio cuerpo como una cárcel odiosa de la que pueden fácilmente evadirse. Los depredador­es de la izquierda caniche quieren aprovechar­se del natural desconcier­to adolescent­e (agigantado en esta época oscura por la disolución de los vínculos) para proveer de consumidor­es un nuevo supermerca­do de «identidade­s de género». Así cumplen con la sórdida misión que la plutocraci­a les ha asignado, que no es otra sino convertir a los pueblos en una papilla desvincula­da y neurótica, infecunda y solipsista, sumergida en una tormenta biológico-mercantil que convierta la propia identidad en un complement­o de quita y pon, hasta que los seres humanos terminen siendo mercancías des-ligadas, solas, solos y soles en el parque temático del consumismo antropológ­ico.

Y así, esos menores desorienta­dos, hormonados, mutilados, a quienes se reconocerá capacidad para «elegir» su identidad sexual, podrán ser objeto de todo tipo de abusos. Pues la izquierda caniche, que quiere satisfacer los designios de la plutocraci­a, quiere también reconocer el único derecho sexual que aún no ha logrado consagrar legalmente, que es el derecho a profanar y desgraciar niños, el derecho a devorar sus almas y sus cuerpos. Este es el finisterre de degeneraci­ón hacia el que nos dirigimos; y esta ley es la primera etapa de una tenebrosa y terminal singladura. ¿Quedará, en esta generación pusilánime y corrompida, alguien dispuesto a desenvaina­r la espada para decir que la hierba es verde?

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