Lenguaje de palo
Sánchez es un discípulo aventajado en el arte de emplear un repertorio de palabras que realmente no significa nada
SIEMPRE he pensado que la decadencia de un político o de un gobierno se mide por el lenguaje que utiliza. Cuando las palabras dejan de guardar relación con las cosas, mal asunto. Le sucedió a González, a Rajoy y ahora a Sánchez.
Pocas veces ha habido un gobernante como el actual presidente del Ejecutivo tan aficionado a los conceptos ampulosos para ocultar la nimiedad del trasfondo. Le gusta refugiarse en palabras que no significan nada o en neologismos perfectamente innecesarios. Y es un experto, sustentado por su aparato mediático, en vender humo.
Ayer leíamos en los periódicos su acuerdo con Francia y Portugal para construir una tubería submarina que enlazará Barcelona con Marsella. Es un puro anuncio, sin financiación, sin fechas y sin socios. Pero Sánchez lo vendió como si fuera a entrar en funcionamiento el mes que viene. «Corredor verde de energía», llamó a este tubo.
Este afán por buscar nombres rebuscados a las cosas caracteriza la acción del Gobierno, que se ha inventado denominaciones tan ridículas como ingreso mínimo vital, autodeterminación de género, inmigrantes o proyectos estratégicos para la recuperación y transformación económica. Ignoro si son muy listos o muy bobos quienes acuñan estas expresiones incomprensibles.
Ya lo decía Eugenio D’Ors: cuando una cosa se entiende es que está mal. Hay que oscurecer el lenguaje. La incomprensibilidad es garantía de ingenio y de lucidez. Es un recurso habitual de algunos filósofos e intelectuales que intentan disimular su inanidad mediante conceptos abstrusos.
Sánchez es un discípulo aventajado en el arte de emplear un repertorio de palabras que realmente no significa nada, pero que su uso le diferencia de la derecha y de sus adversarios políticos. Dime cómo hablas y te diré quién eres. Hay vocablos que aparecen sistemáticamente en el vocabulario del presidente. Resiliencia es su favorito. En un discurso en el Congreso, lo utilizó en más de diez ocasiones.
Dice el diccionario que resiliencia es la capacidad para superar situaciones traumáticas. Dado que es un superviviente y un hombre que ha sabido levantarse tras ser derribado, comprendo su afición al vocablo. Pero hay en el castellano palabras más llanas y comprensibles para expresar lo mismo.
La política en nuestro país adolece de exceso de retórica, de ampulosidad y de vaciedad. Hay un abuso de los grandes principios y una falta de concreción en las propuestas. Nunca se dice lo que va a costar una medida ni cómo o cuándo se va a llevar a cabo. Da la impresión de que los detalles jamás importan.
No encuentro otro ejemplo mejor para ejemplificar el declive de este país que el vaciamiento del lenguaje. Si las palabras no significan nada y los compromisos dan lo mismo, no podemos esperar otra cosa que lo que tenemos. El último que apague la luz.