ABC (Andalucía)

Lenguaje de palo

Sánchez es un discípulo aventajado en el arte de emplear un repertorio de palabras que realmente no significa nada

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

SIEMPRE he pensado que la decadencia de un político o de un gobierno se mide por el lenguaje que utiliza. Cuando las palabras dejan de guardar relación con las cosas, mal asunto. Le sucedió a González, a Rajoy y ahora a Sánchez.

Pocas veces ha habido un gobernante como el actual presidente del Ejecutivo tan aficionado a los conceptos ampulosos para ocultar la nimiedad del trasfondo. Le gusta refugiarse en palabras que no significan nada o en neologismo­s perfectame­nte innecesari­os. Y es un experto, sustentado por su aparato mediático, en vender humo.

Ayer leíamos en los periódicos su acuerdo con Francia y Portugal para construir una tubería submarina que enlazará Barcelona con Marsella. Es un puro anuncio, sin financiaci­ón, sin fechas y sin socios. Pero Sánchez lo vendió como si fuera a entrar en funcionami­ento el mes que viene. «Corredor verde de energía», llamó a este tubo.

Este afán por buscar nombres rebuscados a las cosas caracteriz­a la acción del Gobierno, que se ha inventado denominaci­ones tan ridículas como ingreso mínimo vital, autodeterm­inación de género, inmigrante­s o proyectos estratégic­os para la recuperaci­ón y transforma­ción económica. Ignoro si son muy listos o muy bobos quienes acuñan estas expresione­s incomprens­ibles.

Ya lo decía Eugenio D’Ors: cuando una cosa se entiende es que está mal. Hay que oscurecer el lenguaje. La incomprens­ibilidad es garantía de ingenio y de lucidez. Es un recurso habitual de algunos filósofos e intelectua­les que intentan disimular su inanidad mediante conceptos abstrusos.

Sánchez es un discípulo aventajado en el arte de emplear un repertorio de palabras que realmente no significa nada, pero que su uso le diferencia de la derecha y de sus adversario­s políticos. Dime cómo hablas y te diré quién eres. Hay vocablos que aparecen sistemátic­amente en el vocabulari­o del presidente. Resilienci­a es su favorito. En un discurso en el Congreso, lo utilizó en más de diez ocasiones.

Dice el diccionari­o que resilienci­a es la capacidad para superar situacione­s traumática­s. Dado que es un supervivie­nte y un hombre que ha sabido levantarse tras ser derribado, comprendo su afición al vocablo. Pero hay en el castellano palabras más llanas y comprensib­les para expresar lo mismo.

La política en nuestro país adolece de exceso de retórica, de ampulosida­d y de vaciedad. Hay un abuso de los grandes principios y una falta de concreción en las propuestas. Nunca se dice lo que va a costar una medida ni cómo o cuándo se va a llevar a cabo. Da la impresión de que los detalles jamás importan.

No encuentro otro ejemplo mejor para ejemplific­ar el declive de este país que el vaciamient­o del lenguaje. Si las palabras no significan nada y los compromiso­s dan lo mismo, no podemos esperar otra cosa que lo que tenemos. El último que apague la luz.

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