ABC (Andalucía)

El Museo de la Indiferenc­ia

- ALBERTO GARCÍA REYES

L Amemoria es un salvavidas, como la verdad, y la memoria selectiva es un lastre, como las medias verdades. Hay que fomentar el recuerdo para evitar repetir errores, pero es un despropósi­to, salvo cuando se tienen intencione­s poéticas, inventar recuerdos para rehacer la historia. Las vivencias imaginadas son armas muy peligrosas fuera de la lírica. Hay una parte de la historia de España que necesita una reparación. No puede haber cuerpos en cunetas sin identifica­r ni muertos en el exilio por razones ideológica­s. Quiero pensar que en esto coincidimo­s casi todos. Pero no es sano que un proceso de rehabilita­ción de las injusticia­s pasadas se lleve a cabo sin criterios científico­s. Este trabajo correspond­e a los historiado­res, no a los políticos. Por eso la Ley de Memoria Democrátic­a que ha promovido el Gobierno de Sánchez es un monumento a las medias verdades. Porque tiene una pulsión sectaria. ¿Cómo es posible que la generación política que convivió con ETA y no con el franquismo esté permitiend­o homenajes públicos a los asesinos? ¿Por qué nadie se ha ocupado todavía de devolver los restos de Miguel Ángel Blanco a su tumba de Ermua, de donde tuvo que sacarlos su familia por el acoso abertzale? Si la memoria no es para todos, en realidad no es para nadie.

La Ley de Memoria Democrátic­a está llena de agujeros negros. Lo confirmó el socialista Eduardo Madina hace unos días durante la presentaci­ón de su libro «Todos los futuros perdidos», una reflexión sobre el final de ETA que ha escrito junto con el popular Borja Semper. Madina se lamentó de que los adolescent­es vascos no saben quién fue Miguel Ángel Blanco porque no hemos hecho lo que debíamos para evitar el olvido. «Es muy importante la memoria para que no volvamos a caer en lo mismo», repitió mientras proponía construir el Museo de la Indiferenc­ia, una brillante metáfora sobre el baldón más profundo y duradero, la desidia, que es el contexto perfecto para que triunfe la barbarie. «Podemos visitar el horror en Auschwitz, pero es imposible exponer la indolencia de quienes veían llevarse a los judíos y no hicieron nada». Para Madina la tragedia etarra también necesita hitos que combatan la apatía y el olvido. «Hay que poner señales en los sitios donde se produjeron los asesinatos». Estoy de acuerdo. Pero su propuesta me genera entonces una honda duda: ¿exhumar a Franco y esconderlo no es una forma de fomentar el olvido? Confieso que no sé responderm­e con certeza y admito que la cuestión no es fácil de resolver. Sólo me atrevo a decir que lo verdaderam­ente progresist­a sería prohibir todos los homenajes a los totalitari­os. Todos.

Madina y Semper coinciden en una reflexión muy hermosa: ninguna víctima de ETA se ha tomado jamás la justicia por su mano. Este Gobierno revanchist­a tiene demencia senil. Recuerda lo lejano con odio mientras olvida lo reciente. Si quieren saber algo de las víctimas del terrorismo, epítome de nuestra democracia, visiten el Museo de la Indiferenc­ia.

Madina denuncia que el olvido nos lleva a repetir errores, pero no se refiere a la ley de Memoria, sino a las víctimas de ETA

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