El Museo de la Indiferencia
L Amemoria es un salvavidas, como la verdad, y la memoria selectiva es un lastre, como las medias verdades. Hay que fomentar el recuerdo para evitar repetir errores, pero es un despropósito, salvo cuando se tienen intenciones poéticas, inventar recuerdos para rehacer la historia. Las vivencias imaginadas son armas muy peligrosas fuera de la lírica. Hay una parte de la historia de España que necesita una reparación. No puede haber cuerpos en cunetas sin identificar ni muertos en el exilio por razones ideológicas. Quiero pensar que en esto coincidimos casi todos. Pero no es sano que un proceso de rehabilitación de las injusticias pasadas se lleve a cabo sin criterios científicos. Este trabajo corresponde a los historiadores, no a los políticos. Por eso la Ley de Memoria Democrática que ha promovido el Gobierno de Sánchez es un monumento a las medias verdades. Porque tiene una pulsión sectaria. ¿Cómo es posible que la generación política que convivió con ETA y no con el franquismo esté permitiendo homenajes públicos a los asesinos? ¿Por qué nadie se ha ocupado todavía de devolver los restos de Miguel Ángel Blanco a su tumba de Ermua, de donde tuvo que sacarlos su familia por el acoso abertzale? Si la memoria no es para todos, en realidad no es para nadie.
La Ley de Memoria Democrática está llena de agujeros negros. Lo confirmó el socialista Eduardo Madina hace unos días durante la presentación de su libro «Todos los futuros perdidos», una reflexión sobre el final de ETA que ha escrito junto con el popular Borja Semper. Madina se lamentó de que los adolescentes vascos no saben quién fue Miguel Ángel Blanco porque no hemos hecho lo que debíamos para evitar el olvido. «Es muy importante la memoria para que no volvamos a caer en lo mismo», repitió mientras proponía construir el Museo de la Indiferencia, una brillante metáfora sobre el baldón más profundo y duradero, la desidia, que es el contexto perfecto para que triunfe la barbarie. «Podemos visitar el horror en Auschwitz, pero es imposible exponer la indolencia de quienes veían llevarse a los judíos y no hicieron nada». Para Madina la tragedia etarra también necesita hitos que combatan la apatía y el olvido. «Hay que poner señales en los sitios donde se produjeron los asesinatos». Estoy de acuerdo. Pero su propuesta me genera entonces una honda duda: ¿exhumar a Franco y esconderlo no es una forma de fomentar el olvido? Confieso que no sé responderme con certeza y admito que la cuestión no es fácil de resolver. Sólo me atrevo a decir que lo verdaderamente progresista sería prohibir todos los homenajes a los totalitarios. Todos.
Madina y Semper coinciden en una reflexión muy hermosa: ninguna víctima de ETA se ha tomado jamás la justicia por su mano. Este Gobierno revanchista tiene demencia senil. Recuerda lo lejano con odio mientras olvida lo reciente. Si quieren saber algo de las víctimas del terrorismo, epítome de nuestra democracia, visiten el Museo de la Indiferencia.
Madina denuncia que el olvido nos lleva a repetir errores, pero no se refiere a la ley de Memoria, sino a las víctimas de ETA