¿Italia como modelo?
La amistad franco-alemana, tan beneficiosa para el proyecto europeo, comienza estos días a mostrar grietas y desafíos
DESDE la caída del Imperio Romano de Occidente, con la invasión de los bárbaros, el sueño de sus exprovincias fue reconstruirlo, siendo los alemanes, con el Sacro Imperio Romano Germánico, quienes más se aproximaron, sin tener apenas el nombre. Sus dos últimos intentos acabaron en sendas guerras europeas que devinieron en mundiales y estuvieron a punto de acabar con el país, la nación y el Estado. Pero ya dijo Hegel, que filosofó sobre el devenir de los acontecimientos, que «un geniecillo irónico parece mover los hilos de la Historia».
Alemania, la gran perdedora, terminó siendo la mejor parada de entre las naciones perdedoras. Para ello fueron necesarios fenómenos inesperados. El principal, que las dos superpotencias vencedoras, Estados Unidos y Rusia, acabaron como rivales por la hegemonía mundial. Para ello necesitaban el apoyo alemán, lo que hizo a la DDR, en la parte Este, el satélite favorito de Moscú, y en la parte Oeste la favorita de Washington, lo que la permitió reconstruir su capacidad industrial y económica en tiempo récord. El ‘milagro alemán’ lo llamaron, llegando a competir con los estadodounidenses en algunos sectores, como el del automóvil. Pero finalmente lo importante era ganar la Guerra Fría, que terminó al desplomarse el Muro berlinés a principios del mes de noviembre de 1989.
Ello hizo también a Alemania cabeza de un nuevo intento de ‘Pax romana’, con capital en Bruselas y basada en la amistad franco-alemana, con enorme éxito, espectacular, aunque en estos días empieza a mostrar grietas y desafíos, desde la epidemia del Covid a la agresión rusa de Ucrania, junto al renacer de la rivalidad izquierda-derecha, que tras turnarse en el poder se enfrentan hoy con especial inquina.
De ahí que la derrota de Liz Truss en el Reino Unido haya sido saludada con júbilo por la izquierda, sin darse cuenta de que la sucede alguien tan conservador o más que ella, aparte de más adinerado. Mientras, en el resto de Europa, incluida Escandinavia, avanza la derecha, y no la tradicional, sino la dura. La noticia de estos días no es que Italia tenga una mujer como primer ministro –así quiere ser llamada Giorgia Meloni– sino que haya formado un gobierno de expertos, dejando aparte a ese ‘clown’ en que se ha convertido Silvio Berlusconi y las proclamas que tanto gustan a la extrema derecha. No por nada que Nicolás Maquiavelo, florentino de nacimiento, fue el teórico de la política moderna e Italia se ha ganado la fama de estar entre los que parece que van a ganar la guerra y la terminan con los que de verdad la ganan.