Pensar por uno mismo
«La agresión proviene de la descapitalización de la lógica, de matar la conciencia y el libre pensamiento»
N Oes tan simple. No se trata solo de elegir entre la intelectualidad gris y distante, esa rémora en desuso, y la brocha gorda de tanto ofendidito de escaño populista y burguesía ‘woke’, tipo Errejón. No se trata de optar entre bandos que te clasifiquen para perpetuar la trinchera llevándola a los extremos. Se trata de borrar –y llegamos tarde– la frontera que todo lo fractura. Se trata de no normalizar la solemnidad de dogmas inalterables, a izquierda y derecha, que todo lo desguazan. Porque es exactamente esa frontera la que pudre el libre pensamiento, la que mutila la incorrección política, la que ensucia la verdad discutible, y la que abona la sinrazón adoctrinadora. Nos inducen a optar entre lo analógico y lo digital, dándote por muerto si haces siquiera el ademán de escoger lo primero rememorando tiempos mejores y menos inciertos. Has de inclinarte entre las humanidades prostituidas en las aulas o la recuperación de aquella reliquia de clases magistrales, hoy criminalizadas, y las bondades de ‘gamificar’ tu vida con una tecnocracia urgente que monetiza más cuanto más agitas tus manos ante la cámara del móvil, o cuando más morritos pones.
Contra la desmemoria ‘democrática’, Felipe González plantea educar «hijos de la Transición» y no «nietos de la guerra». Una juventud de odiadores ideológicos es tan tóxica como el ‘influencer’ enamorado de sí mismo en busca de atención onanista. Pérez Reverte cree que «estamos criando generaciones de jóvenes que no están preparados para cuando venga el iceberg del Titanic», jóvenes hiperprotegidos que creen que el mundo se soluciona enchufando el móvil, o a los que convertimos en víctimas del síndrome de la nevera llena. Leo en ABC sostener a Rüdiger Safranski que «la generación más joven, que no ha conocido otra cosa sino la paz, da por hecho que la democracia y esa paz salen de un enchufe», y que el mundo libre debe defenderse como una obligación moral. Sí.
La agresión no proviene solo de misiles rusos. Proviene de la descapitalización de la lógica, de matar la conciencia, de ese libre pensamiento que negamos a mucho joven que, dicho sea, se niega a resistirse, cómodamente instalado en su realidad ergonómica y virtual. Y leo (es un decir) a Errejón –donde pone el ojo asoma el cagarro– cuestionar sin asideros intelectuales que la juventud sea débil. Errejón aún no asume que su victimismo ‘quechua’ caducó con su palabrería inane. Coparon el poder y vivimos peor. La ecuación no requiere más variables y sus diagnósticos simples para conflictos complejos se basan en repetir que para ser joven hoy se requiere mucho valor por su precariedad y su imposibilidad de emanciparse. Y ya. Desconozco si Reverte y Safranski querrán perdonarme por aquello de exponerles a Errejón y a tanta luz corta. Entendería que se ofendieran. Pero su verdad es la mía cuando persiste esta renuncia colectiva e indolente a enseñar al joven precario a pensar por sí mismo, invadido de tantos relatos inverosímiles y redirigidos con metaversos ideológicos infalibles. Este estatalismo segregador entre el auténtico bien errejonista y el putrefacto mal del resto solo amamantará a más ‘tiktokeros’ robotizados, más nietos de la guerra y más ‘quechuas’ amargados.