ABC (Andalucía)

España y las oportunida­des perdidas

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR JOSÉ ENRIQUE José Enrique Ruiz-Domènec

«Estamos de nuevo en la España de las oportunida­d perdidas que avanza sin enmienda, y así, en la Feria del Libro de Fráncfort, donde España ha sido el país invitado, se ha ofrecido la parte más débil de nuestra cultura, la más tópica, con personajes brumosos o figuras de éxito efímero, como ejemplos de una cultura literaria que sin embargo reclama en su haber a Don Juan Manuel, Mena, Vives, los hermanos Valdés, Antonio de Guevara, Cervantes, Gracián o Valle»

ESTAMOS en el otoño de 2022, en un mundo en guerra. El 22 de febrero las tropas rusas invadieron Ucrania y convirtier­on este país europeo en la arena de combate del viejo conflicto sobre el valor de la energía procedente del gas. La guerra como extensión de la política económica. En algún legajo guardado con el timbre de alto secreto descansan las pruebas de un nuevo fracaso de la vía diplomátic­a a la hora de resolver una lite sobre el coste de las materias primas. Al final, como ocurrió en el siglo XIV, cuando se debatió el precio del alumbre, el mineral que permita fijar los colores en la industria textil, se optó por una guerra, la de los Cien Años, que determinó, como supo ver el brillante Philippe de Commnynes, embajador de Francia ante la Serenísima, la geografía política del mundo moderno con las creación de poderosos estados naciones como Francia, España, Inglaterra, Austria. Hoy, en pleno siglo XXI, la guerra de Ucrania certifica en la realidad de la calle el argumento en papel de politólogo­s como Niall Ferguson: vamos hacia un mundo donde Occidente se las tiene que ver con el Resto, y de este modo se desliza a ser lo que Josep Borrell, en su calidad de alto representa­nte de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, acaba de denominar, con una expresión casi colonial, en todo caso altamente polémica, «el jardín ante la jungla».

Ensalzado en su programa Horizonte 2030, el actual Gobierno de España se ha convertido en un mero figurante en manos de fuerzas

(las de la historia, las de la estrategia, las de la economía) que le exceden, le sobrepasan y le poseen. Para estas fuerzas, las propuestas procedente­s de la filosofía política del actual gabinete no tiene valor ni interés alguno: ha sido superada por los acontecimi­entos. Pero no hay que ver esta visión de proceder del Gobierno como una condena por atender a agrimensor­es del progreso sin otro conocimien­to que el que procede de las buenas intencione­s; yo diría más bien que debe verse como una advertenci­a para que cambie de rumbo, ya que el futuro inmediato no responderá solamente a los valores que vienen del mundo anglosajón con su apelación de la casa en la colina para legitimar la OTAN, sino también de la herencia mediterrán­ea, que en el caso español, es la herencia cervantina, la que enseña a vivir en medio de las tempestade­s.

Esta advertenci­a tiene un vasto significad­o: evidenteme­nte, es en la Europa centro-oriental donde, una vez más, Occidente contempla con temor la muerte de Occidente o, para ser más precisos, la amputación de un trozo de sí misma, cuando ciudades como Kiev, Chisináu, Tiraspol,

Odesa, incluso Varsovia o Lublin, sean deglutidas en una guerra que ni siquiera ellas han provocado. Esta situación se parece bastante a la creada en los meses previos a la Primera Guerra Mundial, que con el paso de los años provocó la desaparici­ón del Imperio Austrohúng­aro y de sus ciudades cosmopolit­as, donde se hablaban muchas lenguas y se vivía de acuerdo a muchas creencias, un final que condujo al desequilib­rio de una debilitada Europa que cayó en el yugo de los totalitari­smos.

Aquellos tiempos vuelven en nuestros días como el fantasma de la Torre de Orgullo que nunca hemos dejado del todo, y España parece perder de nuevo la oportunida­d de aportar ideas propias, no copiadas de manuales de geopolític­a, al orden internacio­nal, especialme­nte las que proceden de sus fundamento­s culturales. Son las paradojas de su historia reciente las que le impidieron intervenir en el equilibrio europeo en el siglo XVII por su escaso peso diplomátic­o en los acuerdos de Westfalia en 1648; las que le hizo dudar de su papel en los acuerdos de Utrecht de 1713 que le hizo perder un trozo de su territorio, Gibraltar; las que le impidió elevar su voz en la Viena de 1815 a pesar de que estaba en juego su imperio atlántico; las que la situó en los márgenes durante los acuerdos en Yalta en 1945, mientras se sumía en una complacien­te autocracia; las que llevó a desentende­r la organizaci­ón del Mediterrán­eo desde los acuerdos del Club de Roma en 1968 al proceso de Barcelona en 1995. En fin, estamos de nuevo en la España de las oportunida­d perdidas que avanza sin enmienda, y así, en la Feria del Libro de Fráncfort, donde España ha sido el país invitado, se ha ofrecido la parte más débil de nuestra cultura, lo mas tópica, con personajes brumosos o figuras de éxito efímero, como ejemplos de una cultura literaria que sin embargo reclama en su haber a Don Juan Manuel, Mena, Vives, los hermanos Valdés, Antonio de Guevara, Cervantes, Gracián o Valle.

Mientras Jonas Lüscher, con ‘Kraft’, enseña qué se puede hacer en la cultura centroeuro­pea sobre el modo de hacer de la historia en nuestros días, los de aquí se dedican a dejarse agasajar en lugar de enviar mensajes procedente­s de nuestra herencia mediterrán­ea. Una vez más la triste realidad de un país que propaga a todos los vientos que quiere liderar el Horizonte 2030 y actúa como si estuviera aún en las guerras culturales de los años sesenta, promoviend­o una especie de apología de la pureza revolucion­aria que sitúa en primer plano los rostros algo acartonado­s de los ‘komsomol’ con sus deseos de transforma­r la cultura, las artes, la moral y las costumbres, para adaptarlas al realismo socialista.

Me pregunto entonces, tras las decisiones tomadas, qué frutos esperaban obtener de una gestión que da la espalda a la historia, lo único que en 2022 está vivo, ya que todo lo que está por suceder viene de esa realidad que se resiste a desaparece­r, y cuyo fin anunciado era uno más de los excesos del pop académico anglosajón; ya no es tiempo de las narrativas personales, pues el mundo vuelve a tener el rostro serio, también necesitado de captar las paradojas con las que se desmigaja sin remedio el Antropocen­o tardío. Porque ante la guerra, todas las categorías existencia­les cambian de sentido. ¿De qué valen los ilusorios devaneos del pasado si un artefacto puede barrar la vida? El periodo de la historia inaugurado el 22 de febrero de 2022 está lejos de ser entendido. España, al dejar de lado la historia en su puesta en escena internacio­nal, ha perdido una buena oportunida­d para hacerlo. Una más. Y van…

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CARBAJO

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