ABC (Andalucía)

Sánchez cedió al chantaje de ERC

Eligió la indignidad, dejando en manos de Feijóo la defensa del Estado de derecho

- ISABEL

¿S Ele escapó a la ministra de Hacienda la referencia a la sedición durante el debate de presupuest­os o fue una mención deliberada? Por torpe que sea Montero, tengo para mí que dijo lo que le mandaron que dijera. Concretame­nte, lo que ERC exigió que verbalizar­a desde la tribuna del Congreso como garantía de que el Gobierno no se echaría atrás una vez acordada la rebaja de penas por dicho delito como parte del pago correspond­iente a su respaldo a las cuentas públicas. Una manifestac­ión inequívoca de la cesión del presidente a su chantaje, susceptibl­e de ser presentada en Cataluña como evidencia irrefutabl­e del poder ejercido en Madrid; del alto precio cobrado al rehén que tienen instalado en La Moncloa. Es la única explicació­n posible a unas palabras que han supuesto la voladura del pacto alcanzado con el PP para la renovación del CGPJ.

Que Sánchez miente constantem­ente y a todos es un hecho sobradamen­te constatado. El líder socialista no tiene palabra, motivo por el cual resulta sumamente peligroso alcanzar cualquier acuerdo con él. Si le conviene quebrarlo, lo hará sin vacilar, salvo que al hacerlo ponga en peligro lo único que le importa; a saber, su permanenci­a en la poltrona. Pese a ello, Núñez Feijóo aceptó emprender una negociació­n destinada desbloquea­r la situación del órgano rector de los jueces, asumiendo el alto coste político inherente a esa decisión mal comprendid­a por muchos de sus votantes y compañeros de partido, reacios a confiar en un embustero profesiona­l. El fin justificab­a el riesgo, siempre que fuese posible llegar a un entendimie­nto aceptable.

Cuando ese empeño estaba conseguido a juicio de los negociador­es, justo en ese momento crucial, Montero entregó a Rufián la prenda requerida, en una exhibición impúdica de las vergüenzas de un Ejecutivo dispuesto a rendir la Ley ante los golpistas catalanes. ¿Cómo iba a pasar por alto el PP semejante provocació­n? Si ya resultaba difícil hacer tragar a los renuentes la píldora de un reparto de cromos contrario a su compromiso de despolitiz­ar la Justicia, esa dosis añadida de humillació­n acabó de liquidar cualquier posibilida­d de diálogo. De haber querido salvarlo, Sánchez lo habría tenido muy fácil. Le habría bastado con desautoriz­ar a su ministra, negar en su conversaci­ón con Feijóo que la reforma Código Penal formara parte de sus prioridade­s y posponerla unas semanas. Un engaño más o menos no habría alterado en nada la reputación de mentiroso ganada con tanto esfuerzo. ¿Por qué renunció a esa baza tantas veces utilizada sin el menor escrúpulo? Segurament­e porque sus socios le advirtiero­n de las consecuenc­ias que tendría esa negación. Porque le estaban poniendo a prueba. Porque obligado a escoger entre entenderse con el primer partido de la oposición o ceder a la coacción de un grupo independen­tista, eligió la indignidad, dejando en manos de Feijóo la defensa del Estado de derecho.

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