Quitar los pepinillos
Hace poco, conversando con un amigo sobre diferentes locales en los que disfrutar de una buena cena, salió uno en el que ‘no quitan los pepinillos’. En su carta aparece un bocata que, entre otros de sus ingredientes, presenta pepinillos. Todos conocemos la consideración que tiene este vegetal, o bien encanta, o bien es indigesto. Hay bastante gente que pide este bocadillo sin pepinillos, porque, imagino que le gusta el resto de ingredientes que este presenta . El ‘problema’ es el siguiente: el chef no quita los pepinillos del bocata, porque, «el bocadillo lleva pepinillo, si no te gusta el pepinillo, tampoco te gusta mi bocadillo». Mi colega no lo ve lógico y razona «qué le cuesta quitar los pepinillos, así vendería más». Seguramente el cocinero lo sepa y, si le va mal, pase a retirarlos cuando se lo pidan, o no, al fin y al cabo, es su negocio.
Esta anécdota parece una chorrada, aunque hay quien alaba esta testarudez. El argumento encierra una lógica aplastante, pensarán algunos, es su seña de identidad, dirán otros. El problema viene cuando no es tu restaurante, se agrava cuando la gente deja de pedir ese bocadillo y es inviable cuando nadie entra. A estas alturas, todos pensamos lo mismo, el cocinero debería empezar a quitar los pepinillos cuando las circunstancias lo requieran, pero, por increíble que parezca, hay veces en las que los pepinillos no se quitan. Además, el no quitar esos pepinillos cuando es necesario, es digno de alabanza, incluso (créanme), por gente que sabe que con ese pepinillo no podrá comerse el plato, es ‘su estilo’. El restaurante se va a pique, el jefe, que apostó por ese guisandero, no sabe cómo hacer para que reflote; la plantilla, renovada para que el servicio sea el mejor, no se explica cómo puede ir mal, y mientras, el entrenador Xavi sigue empeñado en no quitar los dichosos pepinillos.