En él coincidían la fe y la vida
Para los católicos de mi generación la visita a España de san Juan Pablo II está marcada a fuego en nuestra memoria
Se cumplen cuarenta años de la inolvidable visita de san Juan Pablo II a España en 1982, la primera que realizaba un Papa a nuestro país en la historia. La Iglesia acababa de rendir un extraordinario servicio a la reconciliación de los españoles, y afrontaba los desafíos de una secularización acelerada y de un pluralismo cultural al que no estaba acostumbrada.
A esa Iglesia, y a una sociedad que acababa de votar arrolladoramente a Felipe González, llegaba el primer Papa venido del Este, un hombre que había sorprendido al mundo con la fuerza de una fe que no vivía acomplejada frente a la modernidad, sino que era signo y baluarte de la libertad en su Polonia natal, también para los no creyentes.
Algún periódico tituló su apoteósica llegada a Madrid como «Huracán Wojtyla». Para los católicos de mi generación aquellos días están marcados a fuego en la memoria: era el entusiasmo y el gusto de celebrar nuestra fe en las calles, sin altanería, pero también sin falsos recatos. Juan Pablo II nos invitó a no tener miedo y nos lanzó a construir la civilización del amor, a generar la cultura desde la fe, al reencuentro entre modernidad y cristianismo, a lo que más tarde llamaría «nueva evangelización».
El secreto de aquel entusiasmo era que en aquel hombre reconocíamos la coincidencia entre la fe y la vida. En Karol Wojtyla, llamado misteriosamente desde Cracovia a la sede de Pedro, se superaban las antinomias que paralizaban a la Iglesia en el occidente europeo. En él era evidente que la fe cristiana sostiene la razón y la libertad.
Recuerdo aquellos días agradecido y sin nostalgia. Consciente del impulso que supuso para afrontar una etapa nueva de nuestra historia y también de que continuamente debemos retomar el camino. Como escribió en una poesía de juventud, «la vida es una ola de sorpresas, una ola más alta que la muerte», por eso, no tengamos miedo.