Iñigo o la soledad del proscrito
Me siguen fascinando todos los despropósitos y despistes
Algunas cabezas no funcionan como deberían. Nos pasa a casi todos. Pero a algunos más que a otros. Dicen que son cosas del despiste, del agotamiento o simplemente del estrés, que es algo muy socorrido. Llegar tarde a una cita con el jefe del Estado, ya lo hemos dicho, es impresentable, pero ir a un país en visita oficial y confundirse de nombre, de nación y en definitiva de anfitrión, no es de recibo. Comprendo la cara de los presentes. Eso le puede pasar al presidente Biden, que nos tiene acostumbrados a errores parecidos, pero siempre achacados e incluso justificados, a causa de su avanzada edad. Otro ejemplar que también llegó tarde a una cita con la Reina en su visita a Madrid. En resumen, es como ir a cenar a casa de una señora que se llame Paquita y bautizarla con el nombre de Vanesa en Logroño y decirle lo bonita que está la ciudad de Zaragoza. Lo dicho, están pasando cosas muy raras.
La ministra comunista pide disculpas no entiendo muy bien por qué. Deben de ser cosas de una guerra, que creíamos superada y que la están resucitando sin tregua, con insistencia y mucho empeño. Por cierto esa ministra me fascina. En sus años de lucha iba vestida como una pordiosera, ahora ha adoptado un estilo completamente diferente, de señora bien con aire desenfadado, de ejecutiva moderna y agresiva, evidente espejo de últimas tendencias. Me gusta el cambio y admiro que invierta lo que gana en su persona, pero también lo que, algunas veces dice, porque me parece muy gracioso. Ignoro cual es su formación académica porque, en algunas ocasiones, me desorienta un poco. Vamos que no adivino si estoy en Senegal o en Nigeria. Tampoco si es ingeniera de Telecomunicaciones o bachiller elemental, que es una cosa muy antigua, pero también muy socorrida.
Y siguiendo con todos estos despropósitos me siguen fascinando los comportamientos como el de Íñigo Onieva, del beso en Burning Man a la fotografía cumpliendo el precepto dominical, en una iglesia para reconquistar a su amor perdido, después de un almuerzo familiar, rodeado de los suyos. No hay nada como el apoyo y empuje familiar para dar ideas. Ni en los mejores guiones de Netflix podríamos encontrar un arrepentimiento más rebuscado. La soledad del proscrito, entonando un ‘mea culpa’, sería el título de la serie. Y por si fuera poco, se añade un comunicado sobre uno, o dos, anillos, o mejor sortijas de pedida, como se ha dicho toda la vida entre la gente bien, no se explica si para aumentar los quilates de los exiguos brillantitos, porque de ahí no pasaban, o la pureza de los mismos. Solo falta el comunicado del joyero de la Place Vendôme, para aclarar un misterio semejante que tiene a España en ascuas. Si la petición se hubiera hecho en condiciones, en casa de la novia, con asistencia de la familia y un puñado de íntimos y se hubieran cruzado los regalos de rigor con unas fotos para el álbum familiar, como se ha hecho toda la vida, no se estaría ahora alardeando de los 0,7 ct de brillante y un diseño abierto para dar ocasión y pábulo a cualquier cosa. Todo tiene su significado en el mundo del diseño y, si no que se lo pregunten a la señora ministra comunista. La historia, ahora con tintes rocambolescos, tiene su misterio y hubiera sido más oportuno que la alhaja en cuestión, se hubiera subastado y, si no, haber hecho las cosas en condiciones.
Solo falta el comunicado del joyero para aclarar un misterio, que tiene a España en ascuas