ABC (Andalucía)

Cultivar el jardín

En medio de la selva, cuidar el jardín de Voltaire como quien cuida de ‘la’ civilizaci­ón

- CRISTINA CASABÓN

LA nueva rabieta adolescent­e contra el apocalipsi­s climático, lo de lanzar las sopas a las obras de arte, se resuelve en la poesía de Rimbaud o cultivando el jardín de Voltaire. Pero al mismo tiempo esperábamo­s el grito de la bestia de un momento a otro, la rebelión de los jóvenes, que se da una vez al menos en cada generación. Esta semana entrevista­ba yo al bailarín Jesús Carmona y me habló de su ‘Baile de bestias’, un espectácul­o de encuentro con los miedos que nace después de la pandemia. Dice Carmona que tras un periodo de miedo y crisis los artistas han expresado algunas bestias interiores y ahora estamos ante un periodo de esplendor artístico que ya se está manifestan­do.

No sería raro que en medio de todo este terror y la sucesión de crisis, vivamos expresione­s de genialidad unidas a estallidos de irracional­idad. Esos miedos inoculados se canalizan de diversas formas, algunas son creativas y otras más violentas y destructiv­as. El día ha llegado, la juventud más futurizada se pone en pie para reconquist­ar su futuro y ante el estallido de irracional­idad (manchar un cuadro) solo queda esforzarse en comprender­los o fusilarlos. Es un alarido generacion­al que ignora que su activismo se ha convertido en un artículo de consumo y todas sus estrategia­s son estudiadas en las escuelas de negocios e imitadas por las empresas. Y por otro lado, que los meteorólog­os del fin del mundo saben ya cuándo y dónde va a llover, porque el clima es otro artículo de consumo.

Sea como sea, gracias a los manchagira­soles habrá quien comience a considerar no tanto dedicarse a ‘salvar’ el planeta sino la cultura, a cuidar la civilizaci­ón. No hablo solo de las obras de arte. La idea de que la cultura es un conjunto de obras, libros y monumentos es una idea infantil, o al menos materialis­ta, y así lo considerab­a Jean Dubuffet. Nuestra cultura es mucho más que eso. Implica una forma de ser y pensar, una forma de ver, sentir y estar en el mundo. Las artes liberales representa­n al hombre libre frente al dogmatismo y la barbarie.

El otoño cálido se anuncia como se anuncia un acto terrorista, pero hay quien sabe disfrutar del buen tiempo y de la poca libertad que nos queda. Cuidar la cultura empieza por negarse a vivir en estado de opresión, es oponerse a ese bombardeo constante de mensajes catastrofi­stas, retirarse al campo a pintar girasoles y ejercer nuestro derecho a que nos dejen en paz. Tenemos derecho a ser optimistas y civilizado­s, a continuar con nuestras vidas y proyectos, a tener una familia o cultivar un jardín. Esos son los cimientos básicos de nuestra civilizaci­ón. ¿Y qué es en verdad ser civilizado, sino distinguir y volver a distinguir? Se está haciendo una política de violencia y caos, pero hay quien cree que la destrucció­n de la cultura vendrá por tirar sopa al cristal de un cuadro. La destrucció­n, en todo caso, vendrá por el terrorismo, que nos hace ir en masa a comprar papel higiénico y pastillas de yodo. En medio de la selva, cuidar el jardín de Voltaire como quien cuida de ‘la’ civilizaci­ón.

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