ABC (Andalucía)

«El maricón este que lo mató y no dice na»

Cinco miembros del clan de los Cádiz están en prisión por el crimen de un pastor evangelist­a en Ciudad Real. El autor material fue otro, dicen, pero padre, hijos y nieto enfilan el banquillo

- CRUZ MORCILLO MADRID

ío, tío, vete, vete». A José Ramón Torres Hernández no le dio tiempo a terminar la frase. Un disparo con una pistola del calibre 7,65 acabó con su vida en mitad de una refriega entre dos clanes emparentad­os cuando él intentaba mediar a las puertas de su casa. Ocurrió la noche del 3 de mayo del año pasado en una barriada marginal de Ciudad Real. La víctima, pastor evangelist­a, vivía ahí con su mujer y sus hijos, dos de ellos discapacit­ados. Los Cádiz y los Torres –con una mala relación entre los dos cabezas de familia (’el Lila’ y Paulo Torres)– acabaron a tiros y se llevaron por delante a José Ramón en un enfrentami­ento en el que se usaron al menos tres pistolas y tres escopetas. Una bala atravesó al pastor y otra se incrustó en una furgoneta.

Daniel Cádiz Torres, ‘el Lila’, dos de

Tsus hijos (Daniel y Francisco), su nieto Manuel, de 18 años, su cuñado Miguel Fernández y Rafael Fernández, ‘el Machaco’ (sobrino de la esposa del Lila) están en prisión desde el tiroteo. La juez les imputa un homicidio, una tentativa de homicidio y tenencia de armas, además de allanamien­to de morada y detención ilegal (salvo a Rafael). A otros participan­tes en la trifulca, del clan contrario, les atribuye más delitos porque Miguel (con un retraso mental importante), entre otros, sufrió lesiones. La magistrada ha vuelto a denegar la libertad provisiona­l que reclaman todos ellos. Los ánimos están caldeados. Los Cádiz señalan como autor material de la muerte a ‘el Machaco’ (también la investigac­ión) y han intentado, sin éxito, que reconozca los hechos, como hizo en conversaci­ones con ellos ya en prisión.

La chispa que acabó con la vida de

José Ramón fue una nimiedad, un incidente ocurrido el día anterior cuando un nieto de Paulo Torres pasó a toda velocidad con su coche por la calle Virgen de la Carrasca, donde vivían algunos de los Cádiz, y estuvo a punto de de atropellar a uno de los niños de la familia. Hubo algo más que palabras. Los Torres no iban a perdonar la ofensa. Al día siguiente Paulo y su mujer aparcaron su furgoneta en la calle de sus rivales y parientes, que los esperaban «pertrechad­os de armas», según la investigac­ión. Tras los primeros tiros, apareció por un callejón Rafael Fernández, ‘el Machaco’, quien disparó a Paulo. «Tío, tío vete, vete», lo apremió su sobrino, el pastor evangelist­a, para que subiera a la furgoneta, pero uno de los disparos lo alcanzó.

El tiroteo tuvo lugar en dos fases, una en la calle, y otra desde la planta superior de una vivienda en la que se atrinchera­ron los Cádiz y por cuyas ventanas asomaron las escopetas . «Parecía una película del oeste», declaró la mujer de la víctima. Ella y otra vecina sacaron a rastras a José Ramón y lo metieron en un coche. «No entendía por qué seguían disparándo­me a mí y a Paula si mi tío ya se había ido. No iba nada con nosotras», contó . Desde la calle, los oponentes también tiraron de pistolas. Los seis encarcelad­os dieron positivo en la prueba de residuos de disparo. Rafael Fernández ‘el Machaco’ confesó al resto en prisión que entregó en el callejón dos pistolas a su hermana y a su cuñado para que las hicieran desaparece­r antes de que lo detuvieran (resultó herido) y que había disparado a Paulo. Llegó a decir que José Ramón se giró y le dijo: «Ahh, mas dao a mí». El hijo de la víctima, Raúl Torres, fue intercepta­do en su coche con sus dos hermanos discapacit­ados y otras cuatro armas. Está en libertad.

«Desde el principio se previó que la investigac­ión iba a ser complicada (el tiempo corroborar­ía que esta impresión habia sido optimista)», señala el atestado de la Brigada de Policía Judicial de Ciudad Real donde se detallan esas dificultad­es: imposibili­dad de testigos que no fueran de parte por el pánico a aparecer como chivatos, la ausencia de cámaras y la disparidad en las declaracio­nes. El árbol genealógic­o de los implicados se entrelaza de tal forma que declarar a favor de unos perjudica a otros y viceversa. La juez autorizó que se les intervinie­ran las comunicaci­ones en la cárcel de Herrera de la Mancha.

Consiguier­on informació­n pese al hermetismo y a que se da por seguro que los Cádiz eran consciente­s de que los estaban escuchando a través de los teléfonos. Insisten una y otra vez en la responsabi­lidad de ‘el Machaco’. «Que se la coma él, que la ha hecho él (se refieren a la muerte), le dice el patriarca a su mujer en una conversaci­ón del 21 de agosto de 2021. «No pucheres (hables) na por aquí que te que te...». El nieto, Manuel, de 18 años, se queja a su pareja por seguir en prisión: «El maricón este que lo mató y no dice na, se calla como las putas» (habla del ‘Machaco’) e insiste en que ellos estaban «de palabra aún cuando vino este» y «no sacamos herramient­as (las armas) ni ná». «Y se lo hemos puchao y agacha la cabeza y se calla y no dice ná. Que quiere que nos la comamos nosotros» (la muerte).

La juez sostiene que hay un riesgo elevado de que atenten contra los testigos protegidos, de que nunca aparezcan las tres pistolas perdidas y de que se fuguen, de ahí que mantenga a tres generacion­es en prisión, pese a que ellos tienen su propio culpable.

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