ABC (Andalucía)

Un humedal de 3.200 hectáreas salva las aves de Doñana

∑Las tierras inundadas de Veta la Palma preservan más del 90% de estas especies en el estuario ∑Con todas las lagunas del parque secas, esta finca se ha convertido en un espacio esencial

- LUIS MONTOTO SEVILLA

La última semana de octubre comenzó con promesas de lluvia, aunque el paso de los días evaporó esa esperanza. El otoño caliente mantiene encendidas las alarmas en Doñana, donde la tierra se ha agrietado tras volatiliza­rse todas sus lagunas (la última ha sido la de Santa Olalla, tradiciona­l bastión de agua dulce en el parque). En la memoria de la marisma todavía quedan muescas de otras crisis anteriores. En 1992 y en 1995 también se padecieron largas sequías que provocaron la desaparici­ón de las superficie­s acuáticas y, tras ellas, la de las propias bandadas de aves que cada temporada invernan en la desembocad­ura del Guadalquiv­ir en su ‘operación retorno’ del norte de Europa a África. Las 600.000 aves que habitan este paisaje tras el fin del verano son la esencia de este enclave. Sin ellas, el parque pierde su sentido.

Doñana vuelve a estar sin agua; pero ahora existe una salvaguard­a que permite la estancia de flamencos y la invernada de grullas y gansos. Se trata del inmenso humedal de Veta la Palma, una superficie de 3.200 hectáreas inundadas con agua del Guadalquiv­ir que se ha convertido en el último refugio para las más de 250 especies que conviven en estos parajes. «Somos un pulmón para todas estas aves, tal como ha constatado el CSIC», afirma Ricardo Araque, director de esta explotació­n agrícola que pertenece a la empresa sevillana Hisparroz.

El agua de Veta la Palma es un tesoro desconocid­o. Para llegar a esta superficie inundada hay que situarse primero en la localidad de Isla Mayor, en el corazón de las zonas arroceras de la provincia de Sevilla. Es el punto en el que se terminan las carreteras de asfalto y hay que recorrer más de veinte kilómetros por los caminos de arena que atraviesan la marisma para alcanzar un paisaje aislado y remoto en el que los móviles dejan de tener cobertura. Allí aparece el último refugio acuático de Doñana: una sucesión de más de cuarenta balsas –cada una de ellas mayor que ochenta campos de fútbol– con agua bombeada del estuario del Guadalquiv­ir, y sobre las que descansan cercetas, gaviotas, pagazas... «Somos un espacio que puede ser regulado por el hombre y que es vital para la permanenci­a de todas esta especies», remarca este biólogo. ¿Cómo se ha configurad­o este paisaje? La historia del proyecto se remonta a mediados de los años ochenta, cuando Hisparroz adquirió Veta La Palma (cuya superficie total ronda las 10.300 hectáreas). Se trataba de una inmensa extensión de tierra que, hasta ese momento, había tenido usos esencialme­nte ganaderos. Sus propietari­os iniciaron la actividad agrícola en la zona norte de la explotació­n. Comprobaro­n que en los canales de la zona sur vivían peces muy diversos y «se pensó entonces en crear grandes zonas inundables para la crianza de doradas y lubinas en unas condicione­s extensivas».

Gestión del agua

El proyecto se ejecutó a lo largo de más de diez años en diversas fases, hasta que se generó finalmente un sistema de balsas, con más de 300 kilómetros de canales y caminos, regulado por compuertas y estaciones de bombeo que articulan toda esta masa hídrica. «Gestionamo­s la entrada y la salida del agua, sensorizam­os la hidráulica y el estado de la misma, y la devolvemos al río en mejores condicione­s que como la captamos dado que el proceso de circulació­n actúa también como un sistema de depuración y biofiltro natural».

En una de las instalacio­nes de la finca está el equipo informátic­o que gestiona todos los datos que reciben los sensores y sistemas de las balsas. «La gestión está digitaliza­da y sabemos qué está pasando en cada momento para controlar al minuto cada incidencia». Si hubiera un vertido en el Guadalquiv­ir, las balsas podrían

El agua de la desembocad­ura del Guadalquiv­ir circula por cuarenta grandes balsas que crían camarones

Un estudio de la Estación Biológica asegura que este espacio es «vital para la integridad» y el futuro del Parque Nacional

aislarse del curso del río «y dispondría­mos de capacidad para mantener en buenas condicione­s las balsas para dar vida a la avifauna durante unos cinco meses sin necesidad de captar ni evacuar agua al curso del río».

El desarrollo económico de Veta la Palma tuvo un desenlace imprevisto. El proyecto basado en la acuicultur­a no logró los resultados esperados. «En los primeros años de su puesta en funcionami­ento la actividad creció, se generaron casi cien puestos de trabajo directos y nuestras doradas y lubinas se consolidar­on en el mercado como un producto sostenible y de gran calidad». Pero a partir de 2007 se torció el rumbo. La hidrodinám­ica del Estuario del Guadalquiv­ir cambió sustancial­mente y aumentaron los episodios en los que el agua presentaba una fuerte turbidez, «lo que elevaba la mortalidad de estos peces». Se le sumaban los casos de depredació­n de la avifauna salvaje de Doñana. «La predacion por las aves ictiófagas era muy fuerte». Ambos factores «provocaron una ratio de mortandad superior al 50%, lo que hacía que esta actividad fuese económicam­ente inviable». Y a ello se le unió el propio crecimient­o de las granjas marinas con jaulas de doradas y lubinas en toda la cuenca del Mediterrán­eo, que generó

sería «un duro golpe para la integridad de Doñana». En la zona más al sur de Veta la Palma es donde se percibe su verdadera singularid­ad. La finca es realmente una isla circundada por el Guadalquiv­ir en un flanco y el Guadiamar al otro. En la confluenci­a de ambos cursos se encuentra un derruido cuartel de carabinero­s que sirvió para vigilar el tráfico y el contraband­o en el río. Desde esa orilla se atisba el tráfico de barcos graneleros hacia el Puerto de Sevilla y, donde se pierde la vista en la orilla contraria, el inicio de las salinas de Bonanza, atisbando así las tierras de Sanlúcar (a apenas 14 kilómetros de Veta la Palma). En esa zona se sitúa el canal de la Punta de la Arenilla, por donde entra el agua a las balsas. Araque apunta que «la profundida­d de las balsas ronda los 60 centímetro­s, y en esas condicione­s se favorece la fotosíntes­is y la creación de plancton, un sustento esencial para las aves». La circulació­n permanente del agua también favorece la vida en esta zona, ya que «en verano y en épocas de sequía las lagunas de Doñana quedan estancadas, la calidad se deteriora y se favorece la transmisió­n de enfermedad­es».

Fragilidad de la marisma

El balón de oxígeno de Veta la Palma mitiga la compleja situación que atraviesa este entorno. La escasez de lluvias ha puesto de relieve la enorme fragilidad de la marisma. La margen derecha del río Guadalquiv­ir, con 24.000 hectáreas, es un monocultiv­o de arroz. No existe otra alternativ­a de cultivo por la salinidad del agua y de la marisma.

En 2021 hubo una reducción de la superficie cultivada del 50% por la menor dotación de agua, y este año el recorte ha sido del 70%.

Cuando la tierra se queda sin cultivar, sube la salobridad del suelo y baja la rentabilid­ad. «El arrozal y las aves de Doñana son actividade­s sinérgicas, necesitamo­s un proyecto de modernizac­ión del regadío urgente para preservar este ecosistema», apunta Eduardo Vera, presidente de la federación de arroceros. Como indica Salvador Cuña, presidente de la Cooperativ­a Arrozua –la mayor cooperativ­a arrocera de España– este año la cosecha no va a alcanzar las 14.000 toneladas, cuando un año normal sus agricultor­es entregaban más de 120.000 toneladas. «Esta situación nos ha obligado a realizar un ERTE». La caída de esta actividad afecta a otros sectores, como el cangrejo rojo, al que se dedican cinco compañías que procesan anualmente más de 3.000 toneladas, y que en esta ocasión no llegarán a las 1.000.

La secuencia de sequías se está acelerando. La Confederac­ión Hidrográfi­ca del Guadalquiv­ir ha constituid­o la «Comisión de Seguimient­o del Proyecto de Modernizac­ión del Arroz», dotado con un presupuest­o de 220 millones de euros. Vera recuerda que la situación es crítica y los pueblos se abandonan, de ahí la importanci­a del

La sequía ha puesto de relieve la fragilidad de la marisma, que requiere un proyecto de modernizac­ión de regadío

mismo. El inicio de un otoño seco y caliente ha acentuado la emergencia de este proyecto. «Tenemos la obligación de asegurar la pervivenci­a de una actividad que es sinérgica con Doñana», concluye el presidente de los arroceros.

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// J.M. SERRANO Los flamencos ya han llegado a Veta la Palma. Ricardo Araque, director de la finca, muestra en la imagen superior el sistema de control de las balsas, que circulan agua del río con canales y sistemas de bombeo
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// J.M. SERRANO El agua entra a la finca desde el estuario del Guadalquiv­ir y es bombeada hasta las balsas. En la imagen intermedia posan Eduardo Vera, (federación de arroceros), Ricardo Araque (Hisparroz), Álvaro Pallarés (junta de regantes) y Salvador Cuña (Arrozua). Abajo, la orilla del Guadiamar en la zona sur de la finca.
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