HACIA DÓNDE VUELA TWITTER
El patrón de Tesla no solo se juega su propia fortuna, sino 13.000 millones de dólares que le han prestado los bancos a un tipo de interés tan bajo que no es fácil recolocar esa deuda
L Acompra de Twitter por parte del hombre más rico del planeta, Elon Musk, ha desatado una gran expectación sobre el futuro de esta red social. De partida, se trata de un pésimo negocio: Musk ofreció 54,2 dólares por acción, más del doble del precio al que Twitter salió a Bolsa en 2013 y muy por encima del valor de una compañía sacudida por el desplome bursátil de las compañías tecnológicas de este verano. Musk quedó atado al precio en abril, cuando compró el 9 por ciento de Twitter, y lanzó la oferta inmediatamente después de que el consejero delegado de la compañía le advirtiera de que no podía utilizar la información a la que accedía como accionista para criticar en público a la empresa y afectar su cotización. Después, el millonario intentó retractarse, buscó excusas diversas, hasta que una juez le dio un plazo límite para honrar su palabra y, ante la probabilidad de perder el pleito, accedió a comprar.
Musk es un emprendedor visionario, pero también una persona que cambia de opinión con rapidez. Recientemente lo ha hecho con su compromiso de facilitar la red de Starlink, su servicio de internet satelital, a Ucrania. Anunció que dejaba de hacerlo para agradar a Rusia y después se retractó. Otro tanto ocurre con Twitter. Hace unos años, en un tuit ya borrado, Musk decía que la red social debía ser menos dependiente de la publicidad (que supone el 89 por ciento de sus ingresos), pero el pasado jueves publicó un mensaje a los anunciantes intentando tranquilizarlos, diciendo que Twitter no puede convertirse en un «infierno donde se puede decir cualquier cosa sin consecuencias».
En ese mismo mensaje, el multimillonario indicaba que compró Twitter «porque es importante para el futuro de la civilización tener una plaza pública digital común» y que no quiere que la red sea «una cámara del eco» de la extrema derecha o de la extrema izquierda «que genere más odio y división». Entre sus primeras decisiones, Musk ha despedido a la cúpula de la empresa y, particularmente, al equipo que se encargaba de las políticas de moderación, uno de los grandes problemas de Twitter. La compañía nunca se ha hecho cargo de corregir su algoritmo, que acepta denuncias anónimas contra determinadas cuentas en base a cualquier frivolidad, vulnerabilidad que es bien utilizada por activistas de izquierdas para neutralizar las cuentas que consideran rivales y que han alcanzado una gran aceptación.
Sobre esto último, Musk ha dicho que «el pájaro es libre» y que liberará «de la cárcel de Twitter» a todas las cuentas suspendidas por «razones menores y dudosas». Sin embargo, subsisten muchas dudas sobre lo que realmente piensa hacer. Por una parte, Musk está bajo la presión de encontrar un modelo de negocio que haga rentable Twitter. No solo se está jugando su propia fortuna, sino 13.000 millones de dólares que le han prestado los bancos norteamericanos a un tipo de interés tan bajo que hoy no es fácil recolocar esa deuda. Como ha dicho que excluirá Twitter de Bolsa, eso cambiará su manera de crear valor y puede tener efectos importantes. Uno de los modelos que a Musk le gustaría copiar es el de WeChat, ‘app’ de mensajería china que no solo permite escribir mensajes, sino pagar cuentas, guardar documentos de identidad o contratar servicios. El problema es que WeChat ha sido denunciado como una aplicación de espionaje y control social del régimen chino, cuyo éxito es difícil de replicar sin usar agresivamente los datos de los usuarios. En ese sentido, el desafío del empresario es considerable, sobre todo porque aunque Twitter no sea la red social mayoritaria, sí es la más influyente, por ser la favorita de periodistas y políticos, y estos estarán muy vigilantes de los pasos que Musk vaya dando.