ABC (Andalucía)

Mykolaiv, ciudad del dolor

∑Desde el inicio de la guerra su población vive bajo la amenaza de las bombas rusas y con carencia de suministro­s básicos

- ÁLVARO YBARRA ZAVALA ENVIADO ESPECIAL A MYKOLAIV

La ciudad de Mykolaiv despierta con una inusual tranquilid­ad. Sus habitantes han podido disfrutar de uno de esos pocos días, desde el inicio de la guerra, en los que las bombas rusas les han dado unas horas de tregua. Apenas son 60 kilómetros los que separan la capital administra­tiva del óblast del mismo nombre de la ciudad de Jersón, principal objetivo de la contraofen­siva ucraniana en el sur del país. Sin embargo, sus habitantes, a diferencia de lo que ocurría al inicio de la guerra, ya no viven con la angustia de la espera de ver cómo los tanques rusos toman la ciudad sino todo lo contrario, esperan la noticia de que sus tropas finalmente liberen la orilla oeste del río Dniéper.

«Aquí nos hemos acostumbra­do a vivir con el miedo y los bombardeos rusos desde el inicio de la invasión», cuenta Olya. «Ahora las cosas están mucho mejor, nos siguen bombardean­do cada día pero con menos intensidad y eso se debe a que nuestras tropas están ganando la batalla por Jersón». Olya decidió no abandonar Mykolaiv, siempre quiso quedarse en su tierra y no ceder ante el miedo de la amenaza rusa. «A mi calle llegaron los tanques rusos y los soldados estaban por todos lados. Recuerdo que fueron días muy tensos porque nuestras unidades de defensa territoria­l les combatiero­n calle por calle hasta que les forzaron a retroceder las posiciones. No podíamos salir de casa, no teníamos comida, fue un verdadero infierno», recuerda. No puede evitar ponerse nerviosa recordando aquellos días tan traumático­s.

Agua salada

Desde el día de la invasión, la toma de Mykolaiv se convirtió en una obsesión para las tropas rusas. Ante la frustració­n de no lograr su objetivo, los ataques de su artillería se dirigieron contra la población civil y su infraestru­ctura básica. Basta darse una vuelta por la ciudad y lo primero que uno ve nada más llegar son las colas de gente cargada de botellas y garrafas vacías que esperan para conseguir unos litros de agua potable. «La artillería rusa destruyó nuestro sistema de abastecimi­ento y ahora solo sale agua salada de los grifos», nos dice Iryna mientras, con paciencia, llena una garrafas en compañía de su padre. «No es fácil la situación. Aquí venimos cada mañana para abastecern­os, pero lo que más me preocupa es el invierno ya que la electricid­ad falla y los ataques contra nuestras instalacio­nes continúan. Los rusos quieren aniquilarn­os en invierno, pero nosotros no nos rendiremos. Putin no logrará doblegarno­s», asegura.

Aunque las últimas 24 horas han sido inusualmen­te tranquilas en Mykolaiv nadie se fía. En cualquier momento la ciudad puede ser atacada con drones, misiles o bombas. Una realidad que, por desgracia, las cifras corroboran con un siniestro registro de 148 fallecidos civiles, dos de ellos menores, y más de 800 heridos graves.

Entre los heridos graves y recuperánd­ose en uno de los hospitales de la ciudad se encuentra Valentín. Fue herido durante un bombardeo de la artillería rusa. Un proyectil impactó de lleno en su casa en la localidad de Lymany (extrarradi­o de Mykolaiv) hiriéndolo de gravedad y llenando su cuerpo de esquirlas. «Todo sucedió muy rápido. Ni siquiera sonó la alerta antiaérea. Yo estaba arreglando una estantería en el salón de mi casa cuando la bomba impactó. Lo siguiente que recuerdo fue un dolor intenso y sentir como la vida se me iba. Me trajeron rápido al hospital y ya estoy prácticame­nte recuperado», nos cuenta.

Mykolaiv se convirtió desde el inicio de la invasión en un lugar de refugio para miles de ucranianos que huyeron de sus casas en la región de Jersón con la llegada de las tropas rusas. Durante las primeras semanas de la guerra se instalaron en refugios improvisad­os mientras la ciudad luchaba por no caer en manos rusas.

A uno de esos refugios improvisad­os llegó Svidlana junto a sus dos hijos huyendo de una aldea muy próxima a Jersón que fue ocupada por las tropas invasoras. Ahora se encuentra en un albergue de la ciudad organizado por la gobernació­n local de Mykolaiv.

Viudas y huérfanos

Vive en una pequeña habitación sin ventanas ya que, al tener dos niños pequeños, la responsabl­e del albergue decidió meterla en la habitación más segura frente a la bombas. «Ahora estoy tranquila. Estamos relativame­nte a salvo y la gente de Mykolaiv me ha ayudado muchísimo. Mis hijos reciben aquí asistencia como si fueran a una guardería y entre todos llevamos esta situación tan dura. Pero lo importante es que estamos vivos», asegura. Svidlana está sola y evita hablar de su marido. Ella acaba de llegar a la treintena y ninguno de sus hijos supera los cuatro años, pero la pequeña familia ya forma parte de la interminab­le lista de viudas y huérfanos que trajo consigo la guerra.

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Habitantes de Mykolaiv hacen cola para llenar sus garrafas. La ciudad se ha quedado sin agua potable por culpa de los bombardeos de la artillería rusa. La población se ve forzada a acudir a puntos de abastecimi­ento
// Á. Y. Z. EL AGUA POTABLE ESCASEA Habitantes de Mykolaiv hacen cola para llenar sus garrafas. La ciudad se ha quedado sin agua potable por culpa de los bombardeos de la artillería rusa. La población se ve forzada a acudir a puntos de abastecimi­ento
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Svidlana junto a sus dos hijos en un albergue temporal para personas desplazada­s en la ciudad de Mykolaiv. La responsabl­e del refugio decidió alojarlos en la habitación más segura frente a la bombas
// ÁLVARO YBARRA ZAVALA DESPLAZADO­S SIN HOGAR Svidlana junto a sus dos hijos en un albergue temporal para personas desplazada­s en la ciudad de Mykolaiv. La responsabl­e del refugio decidió alojarlos en la habitación más segura frente a la bombas
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