«Hace 35.000 años no había porno»
∑Cazaban, guerreaban, producían arte rupestre y eran poderosas... La arqueóloga reivindica en un libro el protagonismo de las mujeres en los albores de la humanidad
Cuenta la arqueóloga Marga Sánchez Romero (Madrid, 1971) en su libro, ‘Prehistorias de mujeres’ (Destino), que a finales del siglo XIX y principios del XX se generalizó en Europa la tendencia a representar escenas de nuestro amanecer como humanidad. En la ilustración ‘Una familia en la edad de piedra’, de Émile Bayard, aparece un hombre fornido de pie, mirando con decisión al horizonte. A su lado, sentada y con la cabeza agachada, una mujer dedica toda su atención al bebé que tiene en brazos. Es madre y no parece interesarse por el devenir del mundo.
Nada que ver con las modelos de las fotografías eróticas de estilo prehistórico de Achille Lemoine, también de principios de siglo. Ellas se exhiben semidesnudas, con collares de hueso y pieles de animales, en paisajes agrestes. Una imagen de troglodita sexy que Raquel Welch, ataviada con un biquini icónico, llevaría al colmo del absurdo en la película ‘Hace un millón de años’ (1996).
Estos ejemplos resumen los dos papeles que tradicionalmente se han otorgado a las primeras ‘Evas’. Aparte de eso, poco más. «Las mujeres prehistóricas no solo eran madres u objetos sexuales sin capacidad de intervención», dice Sánchez Romero, catedrática de Prehistoria en la Universidad de Granada. «Para sustentar la sociedad en la que vivimos, que todavía tiene fuertes desigualdades entre mujeres y hombres, estamos utilizando estereotipos e ideas preconcebidas de la prehistoria que, en la mayoría de las ocasiones, no tienen ninguna base científica», añade. Su libro intenta combatir esos mitos sobre nuestras primeras antepasadas.
—Mito número 1: las mujeres no cazaban.
—Sí lo hacían. La caza se ha considerado una actividad tan masculina, vinculada al dominio de la naturaleza, que se ha apartado a las mujeres. Pero un hallazgo (dado a conocer en 2020) supuso una revolución: una sepultura en Wilamaya Patjxa (Andes peruanos) de una mujer de 9.000 años de antigüedad enterrada con un montón de armas de caza mayor. No es una cosa anecdótica. Cuando se pusieron a revisar, los investigadores se dieron cuenta de que alrededor de un 30% de los cuerpos enterrados con armas son de mujeres. Y en este mismo momento hay mujeres cazando con arco y flecha en el mundo. Hay que tener en cuenta otra cosa: hemos mitificado la caza en el momento en el que se dispara la flecha, pero cazar con honda y con trampa también es cazar, y es la práctica más cotidiana para muchas mujeres, aunque es más difícil que quede en el registro arqueológico.
—Mito número 2: no guerreaban. —Las mujeres también han participado en la guerra. En la edad del Bronce tenemos varias decenas de sepulturas de mujeres con espadas, escudos, alabardas... Además, muestran en sus cuerpos las señales de haber guerreado: traumatismos craneales, tajos de espada provocados por una lucha cuerpo a cuerpo, heridas defensivas... De nuevo, entre un 20 y 30% participaban activamente en la batalla. No son mayoría, pero ahí estaban. Negar su presencia nos hace perder una valiosa información sobre las sociedades del pasado. No solo es injusto con las mujeres, también con la Historia. A mí no me gusta hablar de verdades históricas, pero sí debemos acercarnos más a la realidad de las poblaciones del pasado, y eso incluye a determinadas mujeres que guerreaban. Pero es que además, irte de tu casa con tus hijos y cruzar media Europa, como están haciendo ahora muchas mujeres en Ucrania, también es participar en la guerra, conlleva riesgos y desarraigos. —¿Alguna guerrera destacable? —En la llanura centroeuropea, precisamente en zonas muy cercanas a Ucrania, se encontraron dos enterramientos con tres chicas muy jóvenes equipadas con toda la panoplia de guerra del momento. Sus cuerpos mostraban heridas, algunas de muerte.
La diadema de plata
—¿Y las famosas vikingas?
—Durante mucho tiempo se creyó que la guerrera de Birka (Suecia) era un hombre porque su tumba, excavada a finales del siglo XIX, contenía armas. Cuando se hicieron estudios osteológicos y antropológicos, se dieron cuenta de que era una mujer y así lo contaron en una revista científica de gran impacto. Pero toda la academia se les echó encima diciendo que era imposible. Analizaron el ADN de los restos y lo confirmaron. Pero incluso entonces se dijo que tenía que haber algún error. Fue la guerrera vikinga víctima del machismo, que ni con el ADN se la creían.
—Sin embargo, las valquirias ya daban alguna pista.
—La mitología nórdica sí incluye mujeres guerreras, pero eran aceptadas como una entelequia, no como mujeres reales. Porque, cuidado, si ocurre de verdad, se corre el riesgo de que otras quieran ser como ellas.
—Mito número 3: no hacían arte.
—Ese quizás sea el que más me moleste, porque el arte es una forma de estar en el mundo y representarlo que se ha practicado durante decenas de miles de años en todas partes del planeta, ¿cómo no iban a participar las mujeres? Pero lo hemos mitificado, al igual que la guerra y la caza. El arte no solo son los bisontes de Altamira. La comunidad cuenta quiénes son en esa pantalla gigante que es una cueva, un abrigo rupestre. Encontramos ejemplos como la cueva del Trucho, en Aragón, donde mujeres y hombres de todas las edades, incluso bebés de meses, plasman su mano tanto en negativo como en positivo en ese gran panel. Esto significa: yo estoy aquí y este es mi grupo.
❝ En la guerra
«Hasta una guerrera vikinga fue víctima del machismo. Ni con el ADN se la creían»
—¿Dejaron su huella?
—Un estudio en el que yo participé, que dio la vuelta al mundo, fue el descubrimiento de la huella digital de una mujer en un abrigo rupestre de Granada (Los Machos, hace 7.000 años). Pero, ¿de verdad hacía falta la huella dactilar para plantearse que las mujeres pintaban? ¿No es lógico pensar que también participaban en estas manifestaciones culturales?
—Mito número 4: no tenían poder.
—Ha habido mujeres poderosas en todos los momentos históricos. A veces porque no había otras soluciones: era hija única o no podía gobernar el hombre al que le correspondía. Pero en poblaciones más igualitarias, las mujeres decidían sobre los elementos que trabajaban: la alimentación, los cuidados... Y eso también es poder.
—Sí, pero me refiero al poder con mayúsculas.
—Hace 3.700 años en La Almoloya (Murcia) fue enterrada una mujer con una diadema de plata, máximo símbolo de poder en las sociedades de El Argar. También debió de ejercerlo la mujer de unos 30 años enterrada dentro de la dama de Baza (siglo IV a.C.), con sus cuatro panoplias guerreras, cerámica pintada y cuya sepultura tenía una situación privilegiada. Los académicos se han resistido durante décadas a decir que era una mujer, hasta que el Museo Arqueológico Nacional, donde está expuesta, decidió hacer
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