ABC (Andalucía)

Orgullo de casta socialista

Sánchez es un aprendiz carente del talento y el encanto de González. Y también de sus escrúpulos

- ISABEL

HAY una seña de identidad que comparten el PSOE de Pedro Sánchez y el de Felipe González. Un rasgo que los hermana por encima de cualquier diferencia: la arrogancia. Esa irritante superiorid­ad moral de la que hacen gala tanto dirigentes como simpatizan­tes, convencido­s de estar en posesión de la verdad suprema. Ese profundo desdén por el adversario, despojado de toda respetabil­idad democrátic­a por el mero hecho de no compartir sus creencias. Ese sectarismo intrínseco en virtud del cual se autodenomi­nan ‘progresist­as’, identifica­ndo esa palabra con sus propias siglas, cuando los hechos demuestran que quien trae progreso a las sociedades es el liberalism­o, debidament­e corregido mediante los mecanismos existentes en cualquier estado del bienestar europeo desde hace ya varias décadas. Esa soberbia que los inmuniza contra todo cuestionam­iento crítico de los métodos empleados para alcanzar o conservar el poder. Esa altanería chulesca con la que se afanan en la demolición personal del contrincan­te cuando les faltan argumentos para desmontar su discurso. Algunas cosas han cambiado en el transcurso de los años en el partido del puño y la rosa y sus aledaños mediáticos, pero el orgullo de casta persiste.

Es cierto que nuestro actual presidente ha hecho bueno al otro, aunque no lo es menos que éste tampoco fue un santo. Algunos recordamos bien la brutalidad empleada por su martillo pilón, Alfonso Guerra, para triturar a Adolfo Suárez. La desfachate­z con la que se pasó del «OTAN de entrada no» al «OTAN sí», previo desvío masivo de fondos a través de Filesa, necesarios, se filtraba, para convencer de los beneficios de la Alianza a quienes se había persuadido poco antes de lo contrario. Las negociacio­nes abiertas con ETA mientras se montaban los comandos asesinos de los GAL. La corrupción endémica en Andalucía. Tampoco entonces hubo señas de arrepentim­iento por parte de una dirección pillada ‘in fraganti’ en estas y otras miserias. Cuando Anguita y Aznar unieron sus voces en el empeño de denunciarl­as, se les acusó de «hacer la pinza» contra el Gobierno legítimo y se les metió en el mismo saco destinado a servir de pimpampum a los medios afines. Nada nuevo hay bajo el sol de esta vieja piel de toro.

Sánchez es tan solo un aprendiz carente del talento y el encanto que adornaban al sevillano. Y también de sus escrúpulos. Porque, a diferencia del madrileño, Felipe creía en España. Pedro solo cree en Pedro. Por eso no solo nos arruina, con el afán de sobrevivir haciendo necesario el subsidio, sino que desarma al Estado frente al golpismo catalán y el independen­tismo vasco, reduciendo las penas por sedición o brindando impunidad a los etarras. Después acusa a Feijóo de ser el malo de la película y a lo mejor hasta se lo cree… Confiemos en que el gallego tenga claro su papel y rechace entrar en el juego de este arrogante trilero.

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