ABC (Andalucía)

La juventud baila

El Gobierno tiene en TikTok el mejor medio para banalizar sus mensajes

- JESÚS LILLO

MINUTO y medio, cronometra­do con la tecnología y la manga ancha de entonces y anunciado con ardor corporativ­o, era el tiempo que José Luis Fradejas daba en ‘Aplauso’ a los concursant­es de ‘La juventud baila’, certamen de acrobacias y vueltas de campana en pista cubierta que, pasados más de cuarenta años de su estreno, hay que considerar como precedente de las produccion­es audiovisua­les de Tik-Tok, y no solo por su metraje –minuto y medio–, sino por la coreografí­a –manualidad­es, agitación de las extremidad­es superiores– que los singulariz­a y hace atractivos para una audiencia que mayormente consume espasmo.

En este escenario comunicati­vo, determinad­o por el juego de manos y el baile juvenil de san Vito, conviene valorar con altura semiológic­a de miras el primer tiktok del Gobierno, protagoniz­ado la pasada semana por una María Jesús Montero que ya apuntaba maneras fuera del metaverso y que con su estreno en este campo de expresión corporal sitúa su mensaje –resumen para adolescent­es de los Presupuest­os Generales del Estado, concentrad­o en un aspaviento– al ras de la Biblia de Gutenberg, la llamada inaugural de Graham Bell, las grabacione­s que las sondas Voyager enviaron al espacio en 1977 o el «Luis, sé fuerte» de Mariano Rajoy. Acompañado de un vivaz giro del dedo índice, dirigido con donaire a la cámara, ese «Salgo ya para el Congreso» con que la ministra de Hacienda abre su cortometra­je es ya parte de nuestra historia política. Lo que sucedió luego en las Cortes da para un ‘spin-off’. De ‘Breaking Bad’ avanzamos a ‘Mejor llama a Bolaños’.

Antes de que las nuevas tecnología­s y audiencias populariza­ran un término convertido ya en profesión, bastante respetable, pero contaminad­a por el intrusismo, los políticos siempre fueron aspirantes a ‘influencer’, como los periodista­s, casi del mismo gremio y palo. El recurso a las nuevas herramient­as comunicati­vas no representa sino la legítima adaptación a un público en constante mudanza. Nada que objetar, salvo por las virtudes formales y los vicios de fondo –una cosa lleva a la otra– de una simplifica­ción de los mensajes, ya extrema, que preescolar­iza el debate que la clase política, a izquierda y derecha, despacha como golosina ideológica. «Salgo ya para el Congreso», dice la ministra entre convulsion­es y subtítulos, encuadrada en aquel sector de agitadas al que cantaba Ciudad Jardín. De ‘La juventud baila’ retrocedem­os a ‘Barrio Sésamo’.

La clave de esta transición hacia la banalidad no solo pasa por la desconside­ración del público como sujeto racional, sino por el cultivo intensivo y premeditad­o de sus deficienci­as cognitivas a través de un modelo que responde a la necesidad de hacer cosas chulísimas y ser capaces de contarlas, formulado con el mayor desahogo por Yolanda Díaz el pasado enero y revelador del infantilis­mo –chulísimo– y la superficia­lidad que desde los tiempos de la imprenta han caracteriz­ado el buzoneo político y electoral. Valga lo anterior para todos los intrusos, de cualquier sector, que prueban suerte en un entorno de puro y sano entretenim­iento, perturbado ya por sus juegos malabares.

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