ABC (Andalucía)

¿Por qué sigue aún Simeone?

- JOSÉ MIGUÉLEZ

En cualquier otro lugar o época del fútbol, Diego Pablo Simeone estaría ya destituido o al borde, al menos en entredicho. No hay memoria, y este deporte no tiene precisamen­te demasiada, que soporte un presente semejante de malas sensacione­s, mediocres resultados y pésimas evidencias. Y, sin embargo, la continuida­d del entrenador del Atlético, posiblemen­te el mejor de su historia, no se discute. No es ni tema entre los que deciden. Sigan, sigan.

Sí existe el murmullo en la grada, un hartazgo que afecta a la mitad (por aproximar un cálculo) de los seguidores colchonero­s, hoy revueltos alrededor del sujeto en una creciente guerra civil. El ole, ole ya no se canta en el Metropolit­ano, los aspaviento­s ‘cheerleade­r’ del técnico no se obedecen y los gritos en su contra suenan al mismo volumen que los de los que no soportan que se le critique, un ejército de fieles innegociab­les (entre los que hay alistados un buen puñado de periodista­s) que sí conserva. Una división cada vez más agresiva que los que mandan (y el afectado) contemplan con desinterés y desgana, sin darse por aludidos. El club con menos paciencia del universo es hoy un ejemplo, desesperan­te, de calma e indiferenc­ia ante las decepcione­s.

Hay un matiz económico que justifica la pasividad. 22 millones limpios de euros al año, el mayor sueldo de todos los tiempos en un banquillo, que invitan a una salida amistosa y negociada, no a un corte abrupto y drástico. También hay un punto decisivo de miedo al fondo de la indecisión, el pesimismo ante el día después, el intimidato­rio temor al vacío del poscholism­o. ¿Y quién lo sustituye? Un vértigo exagerado: a ese precio, el que usted quiera.

También hay que considerar que el club gira en torno a Simeone, dueño y señor de todas las decisiones. Su marcha no se trataría de un simple cambio al uso de entrenador, sino de romper con una estructura cimentada en sus 11 años continuado­s en el cargo. Y está el factor paraguas, al que la cúpula, consciente de su distancia con la gente, no quiere renunciar. Simeone concentra tanta atención que ya no se percibe el clamor contra el palco. No ha desapareci­do el runrún, pero no retumba.

Pero lo que pesa más, lo que bloquea un movimiento irremediab­le, lo que contiene al sector de la población colchonera que se resiste a bajar el pulgar (incluso a los que ya lo bajaron) es el respeto al pasado. Que exigir un adiós pueda

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