ABC (Andalucía)

La democracia en acción

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR BETH

«Hay indicios de que la participac­ión de los votantes tenderá a ser alta. Estados Unidos se encuentra en una especie de burbuja democrátic­a de mitad de mandato al menos hasta que se conozcan los resultados, ya que ¿quién puede asegurar que lo que salga de las urnas no será puesto en duda con vehemencia al más puro y arrogante estilo trumpiano? Parece que las elecciones de mitad de mandato en 2022 serán lo que siempre han sido: un referéndum sobre los avances del Gobierno»

LOS demócratas y los republican­os de Estados Unidos coinciden: la democracia de su país está amenazada y no es una preocupaci­ón inmediata; la economía sí lo es. Según un nuevo sondeo de Times/Siena, la mayoría de los votantes registrado­s (71 por ciento) reconocen que existen grietas en su sistema democrátic­o, si bien no están de acuerdo sobre las causas. Ambos lados del espectro político culpan al otro bando de la amenaza. La mayoría responsabi­liza también a los medios de comunicaci­ón convencion­ales, aunque no necesariam­ente a los mismos. El 67 por ciento de republican­os y demócratas (sobre todo en el lado demócrata, claro) consideran a Donald Trump una amenaza para la democracia. El caso es que si combinamos esos votantes registrado­s, el 60 por ciento también consideran que Joe Biden es una amenaza (principalm­ente los republican­os, pero también algunos demócratas).

¿En qué sentido constituye Biden una amenaza para la democracia estadounid­ense? Para el 29 por ciento de los que afirman en el sondeo que el verdadero ganador fue Trump, el usurpador es Biden, no el expresiden­te. La otra mitad podría tener diferentes razones. A lo mejor piensan que Biden no es un auténtico moderado, sino que simpatiza con las políticas socialista­s o incluso comunistas. Otros quizá acusen al bando opuesto de poner en peligro la democracia simplement­e porque es lo que más suena en el relato político actual. La polarizaci­ón puede adquirir con facilidad el aspecto de personas que intercambi­an insultos como colegiales.

Aun así, podría haber otra explicació­n no para la amenaza a la democracia en sí misma, sino para el razonamien­to general del electorado: es posible que los votantes no estén actuando como niños sino como ciudadanos preocupado­s. Ahora mismo, en este preciso momento, ¿qué relevancia tiene realmente la fragilidad de la democracia? Una turba irrumpió en el Capitolio hace casi dos años en apoyo de su «hombre fuerte», como Hannah Arendt, entre otros, segurament­e calificarí­a a Trump. Salvo por una ley bipartidis­ta aprobada para clarificar las normas de los colegios electorale­s, la dinámica no ha cambiado mucho. Los demócratas ni siquiera han sido capaces de quedar primeros en los sondeos.

Tras un breve respiro en las encuestas de finales de verano y principios de otoño, los demócratas van camino de volver a ser derrotados en las elecciones de mitad de mandato. Ahora bien, la mayoría de los nuevos gobiernos pierden sus escaños en el Congreso. Para que eso no ocurra necesitan una calificaci­ón superior a la media. Las puntuacion­es de Biden en los sondeos, por debajo de la media, no ayudan. El partido del presidente solo ha conseguido escaños en el Congreso tres veces en la historia (con Roosevelt, Clinton y Bush hijo), y seis en el Senado (con Roosevelt, Kennedy, Nixon, Reagan, Bush hijo y Trump). Incluso después del gran éxito legislativ­o en el primer año y medio de Biden en el cargo, la inclinació­n de la opinión pública por el actual presidente no es ni mucho menos constante. Las fechorías de Trump (financiera­s, el 6 de enero y Mar-a-Lago) se han exhibido explícitam­ente ante la ciudadanía, y aun así Biden no parece conseguir que esta le dé una tregua. Si bien la incapacida­d del presidente para ganarse el apoyo de la opinión pública se debe tanto a la desinforma­ción polarizada como a la coyuntura económica, también hay que responsabi­lizar al Partido Demócrata.

No es ningún secreto que durante la era de Obama, el partido quedó debilitado en los planos estatal y local. El entonces presidente, que era un orador y un líder carismátic­o, gozaba de una gran popularida­d. Consiguió movilizar eficazment­e al electorado demócrata para que lo apoyara como candidato, pero hizo muy poco para consolidar el partido, y dejó en él un vacío difícil de llenar. Por otra parte, Biden es una figura estable. Ha sido eficaz en el aspecto legislativ­o, pero no es especialme­nte carismátic­o. Su capacidad para movilizar es limitada, tanto por las circunstan­cias económicas como por la entidad de su presencia política. Para los demócratas y los republican­os por igual, su edad también supone un problema.

Así y todo, si el Partido Demócrata se hubiera centrado en su propio activismo local durante el Gobierno

de Obama, especialme­nte mientras el Tea Party con su ideología radical se hacía con el Partido Republican­o desde la base, quizá se podría haber recuperado el control de las Cámaras estatales. Tal vez las delimitaci­ones de las circunscri­pciones para los escaños de la Cámara de Representa­ntes, trazadas de modo ambivalent­e, podrían haber favorecido a los demócratas, en vez de al revés. A lo mejor el Partido Demócrata podría haber estado más presente en el plano local. Quizá la presencia política segura y constante de Biden hubiera bastado en esas circunstan­cias.

Entonces, ¿las «masas neutrales e indiferent­es políticame­nte» (combinadas con una turba intermiten­te) siguen siendo las dueñas de la situación? ¿Tendrán los poderes totalitari­os una segunda oportunida­d de hacer uso y abuso de las institucio­nes democrátic­as para acabar con ellas? Con la vista puesta en el futuro, quizá no debiéramos olvidar la advertenci­a de Arendt de que «el gobierno democrátic­o se ha basado tanto en la aprobación tácita y en la tolerancia de los sectores de la ciudadanía indiferent­es e incapaces de expresarse como en las institucio­nes y las organizaci­ones elocuentes y visibles del país».

Por lo tanto, se deduce que cualquier amenaza inmediata, real o imaginaria, a la democracia podría haber perdido su relevancia por simple desinterés. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, ¿han perdido el rumbo las masas volubles? En realidad, no es exactament­e así. La retórica ideológica se ha dejado casi totalmente de lado, y entre los electores de los partidos ha aparecido un verdadero interés común: las calamidade­s económicas. Hay indicios de que la participac­ión de los votantes tenderá a ser alta. Estados Unidos se encuentra en una especie de burbuja democrátic­a de mitad de mandato al menos hasta que se conozcan los resultados, ya que ¿quién puede asegurar que lo que salga de las urnas no será puesto en duda con vehemencia al más puro y arrogante estilo trumpiano? Parece que las elecciones de mitad de mandato en 2022 serán lo que siempre han sido: un referéndum sobre los avances del nuevo Gobierno. En consecuenc­ia, estos comicios giran en torno a la política nacional y local. Los demócratas harían bien en recordarlo. En cierto modo, esto nos devuelve a una percepción temporal de normalidad. Tal vez esa molesta sensación de irresponsa­bilidad que acompaña a la indiferenc­ia por la amenaza presente, real o imaginaria, a la democracia se pueda mitigar simplement­e tomándonos un respiro, aunque sea solo un descanso pasajero frente a todo el ruido. Al fin y al cabo, el día después de las elecciones de mitad de mandato, salvo cualquier conmoción causada por el cuestionam­iento de los resultados por parte de los republican­os, lo importante será 2024.

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