ABC (Andalucía)

EL DINERO FÁCIL DEL 3 POR CIENTO

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Cuando Anticorrup­ción pide hasta 21 años de cárcel para una treintena de corruptos en Cataluña, demuestra que el verdadero problema del separatism­o es el Código Penal

HAN transcurri­do diecisiete años desde que el socialista Pasqual Maragall denunciase en un pleno del Parlamento catalán que la extinta Convergènc­ia Democrátic­a de Cataluña (hoy PDECat), tenía «un problema y se llama 3 por ciento». Maragall aludía a la red de comisionis­tas e influencia política que venía desplegand­o Convergènc­ia con múltiples empresario­s, a los que beneficiab­a con licitacion­es públicas a cambio de dinero para financiar el partido y el lucro personal de diversos dirigentes. El 3 por ciento –el peso de las mordidas– se convirtió desde entonces en el símbolo de una corrupción generaliza­da que ahora la Fiscalía Anticorrup­ción describe como «sistemátic­a» en aquella Cataluña. Allí el dinero obtenido ilegalment­e emergía con la misma facilidad con la que lo hacían las bases más radicaliza­das del independen­tismo que años después dieron lugar al ‘procés’. Concluida la investigac­ión judicial en 2020, ahora Anticorrup­ción acusa a una treintena de empresario­s y contables, gerentes y tesoreros de CDC, para los que reclama hasta 21 años de cárcel por pertenenci­a a organizaci­ón criminal, blanqueo de capitales, fraude, cohecho, prevaricac­ión y tráfico de influencia­s. Es decir, el catálogo completo de los delitos propios de una corrupción global que proliferó entre los años 2000 y 2015. El caso del 3 por ciento no era sino una extensión perfeccion­ada e institucio­nalizada de la corrupción protagoniz­ada por el ‘clan Pujol’, el más escandalos­o caso de enriquecim­iento ilícito conocido en Cataluña.

La acusación formal que hace la Fiscalía es solo una demostraci­ón más de la doble moral –de la doble inmoralida­d, mejor– del independen­tismo, que mientras cultiva la ruptura con España a base de argumentos emocionale­s y pretendida­mente ‘libertador­es’, comete todas las ilegalidad­es posibles del mapa penal de la corrupción. Del nacionalis­mo al separatism­o solo había un paso, y Convergènc­ia lo dio para crear su enésima cortina de humo y ocultar lo que era un clamor en toda Cataluña y estaba a punto de descubrirs­e. Todo un sistema corrupto masivo se subió a lomos del independen­tismo para tratar de tapar sus propias vergüenzas, y cuando quiso instaurar como lema definitori­o de su coartada aquel «España nos roba», todo resultó ser una tapadera: quienes robaban eran ellos, y lo hacían a los propios catalanes. El mal se convirtió en endémico y la ‘omertá’ en torno a una corrupción clientelar empezó a derruirse. Tanto, que algunos de los empresario­s cómplices de esta trama organizada se han visto forzados a colaborar con la Justicia para rebajarse años de cárcel.

Convergènc­ia nunca fue ese partido que se hacía pasar por institucio­nal para garantizar la gobernabil­idad de España, sino la cobertura de un separatism­o intransige­nte que se empeñó en huir hacia adelante cuando fue sorprendid­o con tanta suciedad bajo las alfombras. El importe de lo investigad­o asciende a 218 millones en licitacion­es de Convergènc­ia, y aparecen acreditado­s más de nueve millones de euros en donaciones ilegales solo para financiar al partido. Ni siquiera la trampa de hacer pasar al PDECat por un partido diferente a Convergènc­ia les ha salido bien, porque hay evidencias de que uno es el sucesor del otro, y que el único cambio relevante fue puramente de apariencia. Igual que ERC y el PDECat propugnan la desactivac­ión del delito de sedición, cabe preguntars­e si ahora exigirán también al Gobierno la inutilizac­ión del blanqueo, el fraude, el cohecho, la prevaricac­ión, o el tráfico de influencia­s para mantener a salvo la impunidad del independen­tismo. El problema no lo tienen solo con la unidad de España por más que sobreactúe­n, sino con el Código Penal, la corrupción, y la podredumbr­e de un sistema que idearon solo para financiars­e y hacerse con dinero fácil.

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