ABC (Andalucía)

Cuñadismo ilustrado

Citar libros que no conocen es ya un clásico entre políticos que leen de oídas

- KARINA SAINZ BORGO

LA alusión fallida a George Orwell del líder de la oposición Alberto Núñez Feijóo y la atribución de Pedro Sánchez de un verso de Gil de Biedma a Blas de Otero ponen de manifiesto la escasa o nula relación de los liderazgos políticos con la lectura. El asunto no se limita a los ejemplos citados, porque hay bastantes más y mucho peores. Dejando a un lado los chascarril­los, la situación revela un fenómeno desafortun­adamente común: un desinterés absoluto por las ideas entre los representa­ntes de los ciudadanos.

Lo que podría ser ignorancia acaba en agravio cuando los portavoces políticos citan libros que no conocen y autores que no han leído. Primero porque mienten y, segundo, porque lo hacen mal. Si así leen, cómo gobernarán. «De cuantas cosas me cansan/ fácilmente me defiendo,/ pero no puedo guardarme/ de los peligros de un necio», escribió Lope de Vega. Tiene razón el Fénix de los ingenios: es bastante peor el necio que el tonto, porque su ignorancia entraña porfía y audacia, mientras que el necio, teniendo entendeder­as, no se molesta en aprender y termina por convertir en temeridad su empresa vanidosa.

Si alguien es capaz de leer de oídas, ¿por qué no habría de gobernar de la misma forma? El bagaje cultural de atrezo en la clase política no es nuevo, pero no por eso deja de ser grave lo que simboliza: la sensación de tener ante nosotros cáscaras, hombres y mujeres perchas, como si de ellos apenas pudiésemos quedarnos con el traje. Suele ser más común que un político escriba libros antes que leerlos y en el caso de quienes presumen de autoría, los resultados han sido desastroso­s. El repertorio de errores y referencia­s equivocada­s va desde la hermenéuti­ca del cuñadismo propia de los debates parlamenta­rios –con las sempiterna­s y poco imaginativ­as citas a Antonio Machado– hasta equivocaci­ones como en la que incurrió Pedro Sánchez en su ‘Manual de resistenci­a’ al atribuir a San Juan de la Cruz una frase de Fray Luis de León.

Tirar de épica y grandeza cuando no se poseen, además de un simulacro de liderazgo, revela el poco respeto que pueden llegar a tener los políticos por los ciudadanos que escuchan sus dislates y soportan sus gobiernos. No se trata de rasgarse las vestiduras ni de abonarse a la nostalgia machacona de que todo tiempo pasado fue mejor (habría que decir, eso sí, que Alfonso Guerra fue librero antes que político), pero da mucho qué pensar ese síndrome de página en blanco que demuestran semana tras semana los portavoces encargados de la cosa pública. Los hubo más modestos, como Mariano Rajoy, que ya ni siquiera presumió de cultura literaria. Y aunque eso no redime ni corrige la naturaleza poco cultivada del popular, al menos no incurre en el agravio que supone la simulación de lecturas y conocimien­tos. La cultura es a la democracia lo que el agua a una planta. Nada puede crecer ni durar en la sequía de la ignorancia.

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