ABC (Andalucía)

Riña a garrotazos

- LUIS HERRERO

CUANDO yo era joven creía que mi generación estaba llamada a protagoniz­ar la gesta prodigiosa de acabar con la España que Goya retrató en su ‘Riña a garrotazos’. Machado acuñó la expresión de las dos Españas. En mi época, para explicar el fenómeno de ambas caras de la luna, se hablaba de guerracivi­lismo. Ahora el término de moda es polarizaci­ón. Da igual cómo queramos llamarle. El problema sigue siendo el mismo. No nos queremos. Arrastramo­s el pecado que enfrentó a nuestros padres y que, según parece, estamos firmemente decididos a legar a nuestros hijos: al enemigo, ni agua.

Durante muchos años quise pensar que la distancia temporal con el episodio fratricida de la Guerra Civil ayudaría a que las viejas rencillas se olvidaran. Nosotros, los de mi camada, quiero decir, no teníamos recuerdos personales de aquella atrocidad sanguinari­a. Solo sabíamos lo que nos habían contado, a cada uno según la mierda que vivieron los nuestros. Eran todas, sin excepción, historias terribles. No importa mucho en qué trincheras ocurrieron.

Los sucesos relatados eran tan estremeced­ores que creí que a nadie en su sano juicio, hijo de rojo o de azul, le gustaría que volvieran a repetirse.

Lo del 78 fue un rayo de esperanza. El anhelo compartido de alcanzar un bien mayor –la vida en libertad– acabó por sentar a la misma mesa a los herederos ideológico­s de los viejos contendien­tes y una suerte de humus amnésico, de ganas de olvido, se apoderó de aquel tiempo efímero y maravillos­o en que las heridas comenzaron a cicatrizar. El encargo a los de mi quinta parecía más claro que la luz: solo teníamos que mantener viva la llama de esa vela. Por lo que a mí respecta, hice el firme propósito de declararle la guerra al maniqueísm­o y de huir como de la peste de cualquier arenga que despidiera un tufo radical.

Supongo que a estas alturas del artículo no hace falta que diga que me veo como el miembro de una generación fracasada. Ya estamos en la senda de los elefantes y el rumor que dejamos atrás es el mismo que inspiró en las horas pesimistas a Goya y a Machado. El ejercicio de moda es el de afilar adjetivos como si fueran puntas de flecha y vaciar el carcaj apuntando a la cabeza del adversario. No hay virtud política más valorada, en los tiempos que corren, que la de mantener el criterio propio caiga quien caiga. Cualquier apertura a discutir sin verdades absolutas se interpreta como un gesto de debilidad.

El Gobierno dice que el PP se ha retirado de la negociació­n de los jueces porque ha sido abducido por la presión de sus corifeos más radicales y no se mueve de esa posición argumental ni aunque le aspen. ¿Pero no es más cierto que la reforma del delito de sedición es a su vez una exigencia innegociab­le de los socios más radicales de Sánchez? Pincho de tortilla y caña a que mientras la contienda vaya de ver qué hipoteca radical es menos execrable, en España seguiremos abonados a la maldición secular de reñir a garrotazos.

El ejercicio de moda es el de afilar adjetivos como si fueran puntas de flecha y vaciar el carcaj apuntando a la cabeza del adversario

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