Las señales estaban: no se supo, no se quiso ver
Durante muchos años en Cataluña, incluso después de que la izquierda echase a CiU del Palau (2003) y nadie levantase las alfombras, la corrupción era algo que sucedía más allá del Ebro. Con evidente superioridad moral y regocijo asistimos complacidos a la ‘mascletà’ de la corrupción valenciana, luego de la madrileña, mientras que aquí nadie hizo su trabajo, empezando por la prensa. Las señales estaban ahí, pero no se supo ver, no se quiso ver. No convenía.
La acusación de Pasqual Maragall a Artur Mas en el pleno parlamentario que abordaba el hundimiento del túnel de Carmel («ustedes tienen un problema, y se llama 3%», 24/12/ 2005) quedó en nada cuando el convergente amenazó con hacer saltar por los aires la reforma del Estatut. Maragall retiró sus palabras y la morosa investigación judicial se cerró sin consecuencias. El caso se reabriría posteriormente con el resultado, provisional, que pueden leer más arriba.
Sobran los ejemplos: la corrupción asociada a la familia Pujol era un secreto a voces que solo algunos temerarios se atrevieron a denunciar. Las facilidades con las que consejerías y organismos del Govern encargaban a la Hidroplant de Marta Ferrusola, las andanzas de los avispados vástagos del patriarca... Las señales estaban ahí, pero pasaron por alto hasta que fue el propio Pujol el que dio a conocer la ‘deixa’ del abuelo Florenci.
Tampoco se supo ver, tampoco se quiso ver, la sinfonía de corrupción que se elevaba desde el Palau de la Música. En 2002, una denuncia anónima ante Hacienda y ante la Sindicatura de Cuentas catalana ponía el foco sobre los apaños de un tal Fèlix Millet. Un velo de silencio lo tapó todo. No convenía. Millet se llevaba lo suyo, y CDC lo usaba como un turbo-canalizador de mordidas. No fue hasta siete años después (23/7/2009), cuando los Mossos entraban en el coliseo modernista. Canto coral. Se pasó del 3% al 4% de comisión. «¿Por el coste de la vida?», preguntó con guasa el fiscal. «No. Porque CDC quería más».
Un hilo conductor. Germà Gordó, entre los fundadores de las juventudes de CDC, en el ‘pinyol’ de dirigentes que arroparon a Artur Mas, siempre en la sombra, alguien que vale más por lo que calla que por lo que proclama. ‘Pedrigree’ convergente. Según la Fiscalía, negociaba las comisiones a su partido desde su despacho de plaza Sant Jaume. Sin complejos. No se supo, no se quiso ver.