ABC (Andalucía)

La Primavera persa toma las calles del país

La revuelta contra el velo islámico impuesto por el régimen jomeinista se ha convertido ya, cuarenta días después de la muerte de la joven Amini, en una revolución popular por la libertad

- F. DE ANDRÉS

da del precio del barril. En la reunión de la OPEP, que lidera Arabia Saudí, el gran cartel del petróleo decidió en cambio bajar la producción de crudo para no perder dinero, y dio de esa manera una espaldaraz­o a Putin, que confía en los dividendos del crudo ruso para financiar su guerra en Ucrania. Desde ese momento, las relaciones entre Washington y Riad han quedado muy tocadas, y colocan a Biden en un dilema: no hacer nada, y demostrar entonces debilidad ante los saudíes, o aprobar sanciones y confirmar así que el ‘hombre fuerte’ saudí, Mohamed bin Salman, le tomó el pelo con su famoso ‘pacto secreto’.

Es más dudoso el cálculo iraní de una huida hacia adelante, con un conflicto exterior para calmar las aguas de las protestas internas.

La cólera del pueblo contra la dictadura fundamenta­lista del clero chií se alimenta cada día con nuevas noticias de la represión de las protestas. La de ayer fue la difusión de un vídeo, tomado el 22 de octubre, en el que se muestra cómo una docena de policías matan a golpes en Teherán a un manifestan­te, y después un agente pasa por encima del cuerpo con su motociclet­a. rán registra desde hace un mes y medio las mayores protestas contra el régimen dictatoria­l impuesto por el clero chií tras la revolución de 1979, que no logran acallar ni la represión que llevan a cabo las fuerzas de seguridad ni los miles de detenidos de todas las profesione­s y clases sociales. El detonante fue la muerte en custodia policial de una joven kurdo–iraní, Mahsa Amini, detenida en Teherán por llevar «de modo inapropiad­o» el velo islámico. Desde el 16 de septiembre, y de modo constante, miles de iraníes desafían la muerte en las calles de muchas ciudades de todo el país, bajo el lema «Mujer, vida y libertad», para demostrar que no temen las amenazas del régimen. Y para gritar «basta» al sistema represivo impuesto por el jomeinismo.

La respuesta del sistema, que encabeza el Líder Supremo, el ayatolá Jamenei, rodeado de una camarilla del alto clero chií, ha sido acusar a «elementos terrorista­s, separatist­as y extranjero­s», de las revueltas, que han dejado hasta el momento –según afirman varias oenegés– más de 250 muertos entre los manifestan­tes, entre ellos

Iuna treintena de menores de edad. Lógicament­e, el núcleo más activo de la protesta se sitúa ahora mismo en la provincia del Kurdistán iraní, de donde procedía Amini. Al menos 10.000 personas se concentrar­on el miércoles de la semana pasada en Saquez, su ciudad natal, donde fueron reprimidas con fuego real. Esa misma noche, miles de iraníes salieron a protestar en muchas ciudades de todos los puntos cardinales del país, para demostrar al régimen que el movimiento es general y trasciende la mera cólera popular por la actuación de la Policía de la Moral en las calles. Las ONG en contacto con la población estiman que hay 14.000 detenidos –1.000 de ellos serán sometidos a juicio público según el Gobierno–, y las protestas se extienden hoy a 133 ciudades y 129 universida­des.

Las protestas populares coincidier­on la semana pasada con un atentado contra el mausoleo de la ciudad de Shiraz, que dejó 15 muertos. El régimen de Teherán hizo responsabl­e del ataque a los ‘terrorista­s de Estado Islámico’, que a su vez emitió un confuso comunicado de reivindica­ción. El grupo yihadista suní Estado Islámico (Daesh por sus siglas en árabe) –que encabezó un efímero califato con millones de súbditos– llevó a cabo en el pasado algunos atentados en Irán, en particular los dos de 2017 contra el Parlamento y la tumba de Jomeini. Pero desde su paso a la clandestin­idad su actuación en Irán, un país que cuenta con apenas un 9 por ciento de población musulmana suní, es irrelevant­e.

Paranoia oficial

En un flamígero discurso emitido por la televisión iraní, el Líder Supremo acusó a los agentes «terrorista­s, separatist­as y extranjero­s» de estar detrás de los disturbios, y prometió «mano dura». Los analistas consideran que el régimen está moderando el uso de la fuerza, y que la represión de las protestas podría alcanzar cifras mucho mayores si finalmente Teherán decide sacar a las calles a los Guardianes de la Revolución.

Las acusacione­s del régimen integrista a otros gobiernos de echar leña al fuego de la agitación popular no tienen, en cambio, mayor trascenden­cia. Teherán tiene muchos enemigos: Arabia Saudí, por el conflicto en Yemen que enfrenta a chiíes y suníes; Israel, un clásico; Estados Unidos, por las sanciones que mantiene Biden, por citar solo algunos. Pero la capacidad de actuación que tiene el mundo exterior en Irán es casi nulo. Las grandes organizaci­ones informativ­as tienen vetada la entrada en el país, y el régimen ha ido mejorando con el tiempo su habilidad para bloquear internet y las redes sociales, único contacto de los iraníes entre sí y con el exterior para comunicar ahora los atropellos de la represión.

Cualquier abuso que en el pasado se llevaba con resignació­n, por miedo a las consecuenc­ias, basta ahora para mantener viva la llama de las protestas en todos los rincones de Irán. El eslogan que corean muchos manifestan­tes –«Muerte al dictador»– indica que lo que está en juego ya no es la impunidad policial del pasado, ni la obligatori­edad del velo femenino. Tampoco las dificultad­es económicas de los más de 80 millones de iraníes, agravadas sin duda por las sanciones económicas internacio­nales contra el país por su programa nuclear.

Lo que mueve la determinac­ión y constancia en las protestas es el ansia de los iraníes de que caiga el régimen fundamenta­lista levantado por el ayatolá Jomeini, que ha demostrado con creces ser mucho más abusivo que la dictadura laica del Sha. La llamada Primavera árabe empezó en enero de 2011 con las protestas contra la dictadura en Túnez, y se extendió como un reguero por Oriente Próximo y el Magreb. Once años después ha demostrado ser un experiment­o fallido de cambio hacia las libertades, quizá con la sola excepción del país que inició ese movimiento. Ahora podríamos estar a las puertas de la Primavera persa, si no fuera por el aislamient­o que vive Irán desde hace años, la determinac­ión del régimen clerical –no representa­do en un solo líder– de sobrevivir a cualquier precio, y la ausencia de dirigentes y un programa de cambio en el seno de los levantamie­ntos populares.

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// AFP El líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, durante un encuentro con estudiante­s en Teherán
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// AFP Miles de personas recordaron en Saqez a la joven kurda asesinada

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