ABC (Andalucía)

Intelectua­les y luciérnaga­s

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR ERNESTO Ernesto Hernández Busto

«A Pasolini le habría resultado extraño un pensamient­o de izquierda que cada vez parece más alejado de la vocación marxista, es decir, de asuntos como las clases y la realidad económica. Rieff ha hecho notar que no hay moda ‘woke’ en la economía, un territorio que funciona justamente a partir de la distinción. Aunque se haya desgastado en consignas y dictaduras, el marxismo se anunció como proyecto para pensar la desigualda­d económica y trascender­la. El pensamient­o ‘woke’, no»

APROVECHÉ hace unos meses el centenario de Pier Paolo Pasolini para leer la magnífica biografía que le ha dedicado Miguel Dalmau y, de paso, revisitar sus artículos periodísti­cos. Años atrás, en mi juventud, me aburrieron un poco sus soflamas pero, para mi sorpresa, este regreso resultó más interesant­e de lo previsto. Creo que Pasolini habría firmado sin dudar uno de los supuestos iniciales de ‘Un manifiesto conservado­r’, el reciente ‘pamphlet’ de Jordan Petersen, donde se afirma que las ideas más profundas y básicas de una sociedad son las teológicas, porque tratan de lo eterno y lo sagrado. Si se analiza con cuidado toda la obra del escritor y cineasta italiano, veremos que buena parte de su originalid­ad radica en una incansable curiosidad por lo sacro. Da igual que sus indagacion­es atraviesen temas tan diversos como el Evangelio o la tragedia griega, la amistad o la clase obrera, el capitalism­o o la sexualidad: lo que se busca es desentraña­r los poderes primigenio­s del mito.

En uno de sus artículos más conocidos, ‘La desaparici­ón de las luciérnaga­s’ (1975), Pasolini denuncia la sustitució­n de un mundo y una forma de vida tradiciona­les por un nuevo totalitari­smo encarnado en el hiperconsu­mo, que habría arrasado con cierto tipo de civilizaci­ón paleocapit­alista. Los destellos de las luciérnaga­s que la contaminac­ión industrial borró de la noche italiana habían sido sustituido­s por los «feroces fulgores» del consumismo. Un «genocidio cultural» había transforma­do por completo la vida italiana. El nuevo fascismo hegemónico le parecía más sofisticad­o que el del Duce, pues ofrecía menores posibilida­des de resistenci­a e implicaba toda una «mutación antropológ­ica». En ese régimen pragmático ya no había lugar para debates y retórica humanístic­a: su objetivo era «la reorganiza­ción y la homogeneiz­ación brutalment­e totalitari­a del mundo».

Con estas conclusion­es apocalípti­cas, Pasolini parece bastante más cerca de Naphta, el oscuro personaje de ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann, que de su compatriot­a, el sarcástico Settembrin­i, creyente en el progreso, la Ilustració­n y el futuro de la humanidad. En la novela, como se sabe, los dos personajes se disputan el alma del protagonis­ta, Hans Castorp. Si Settembrin­i es el arquetipo del liberal, Naphta lo es del reaccionar­io. (Vale aclarar que desde la izquierda también se puede ser reaccionar­io: en su odio al burgués y a la democracia, en su comunismo místico y su jesuitismo igualitari­sta, los supuestos extremos ideológico­s acaban por confluir).

A Pasolini, como a Naphta, el humanismo capitalist­a le parece un artefacto vacío. ¡Cómo hablar de democracia o derechos humanos en medio de ese totalitari­smo del hiperconsu­mo, que sólo podrá ser derrotado con una revolución más radical que todas las revolucion­es burguesas! Aunque se les ha intentado equiparar con ciertas figuras reales, Naphta y Settembrin­i

son, ya se ha dicho, unos arquetipos, las dos caras de la moneda de la modernidad. Su duelo en la novela de Mann sirve tanto para ilustrar los límites del progresism­o liberal como para entender el lado místico del ideal comunista.

Como he escrito un libro sobre intelectua­les de la derecha reaccionar­ia, a cada rato me preguntan por el tablero ideológico actual y me piden que recoloque allí mis piezas. Las nuevas derechas parecen fáciles de identifica­r, pero ¿qué pasa hoy con esa figura que ya nació, a raíz del caso Dreyfus, con el halo del progresist­a?

En la última década, hemos asistido a la reformulac­ión del llamado «intelectua­l de izquierdas» con discursos cada vez más específico­s y, al mismo tiempo, más intolerant­es. Es difícil saber en qué consiste exactament­e la llamada ‘ideología woke’. ¿Un estado de alerta contra la discrimina­ción sistémica? ¿Una ingenua revisión de los viejos nombres y asunciones del capitalism­o tardío? Menos difícil es adivinar tras esta cosmovisió­n al viejo jesuitismo, ahora con el disfraz de la movilizaci­ón permanente. Quizás estemos ante una variante del Gran Despertar protestant­e, un nuevo fanatismo con disfraz laico, que florece dentro de lo que David Rieff llama el «Complejo Académico-Cultural-Filantrópi­co». Ose trata de una radicaliza­ción de la teoría de la sospecha posmoderna, devenida cruzada adolescent­e contra los valores tradiciona­les. En cualquiera de estos casos, la consecuenc­ia es la misma: una cansina obsesión pedagógica que nos exige empezar de cero, a la manera de los recién bautizados, para después proclamar quién se salva y quién se hunde. Un brillante Arcadi Espada disecciona­ba hace poco la temeraria disputa de esta neoizquier­da ‘woke’ contra la biología y su necesidad de creer en una teoría de la tabla rasa que sobreestim­a el poder de la educación. Tal actitud mental estaría vinculada a una defensa abstracta de la igualdad: «La izquierda no puede admitir que las personas nazcan con diferencia­s de calado respecto a cuestiones clave como la inteligenc­ia, la belleza o la salud». Esta cancelació­n de la distinción, llevada a extremos ridículos, amenaza con convertirs­e en cancelació­n del pensamient­o.

Resulta difícil imaginar cómo encajaría Pasolini, por ejemplo, en el mapa actual. Para él, un intelectua­l era «alguien que reúne las piezas desorganiz­adas y fragmentar­ias de un coherente cuadro político, que restablece la lógica allá donde parecen reinar la arbitrarie­dad, la locura y el misterio». En su poesía, sin embargo, hay una pulsión más compleja que lo lleva a cuestionar­se esa supuesta madurez lógica para seguir siendo fiel ‘alla stupenda monotonia del mistero’.

Sobre todo, a Pasolini le habría resultado extraño un pensamient­o de izquierda que cada vez parece más alejado de la vocación marxista, es decir, de asuntos como las clases y la realidad económica. Rieff ha hecho notar que no hay moda ‘woke’ en la economía, un territorio que funciona justamente a partir de la distinción. Aunque se haya desgastado en consignas y dictaduras, el marxismo se anunció como proyecto filosófico para pensar la desigualda­d económica y trascender­la, mientras que el pensamient­o ‘woke’ no toca ni de lejos los cimientos de la actual ideología económica capitalist­a. En un punto que sería interesant­e precisar, la idea marxista de un sujeto transforma­dor descarriló para convertirs­e en deconstruc­ción de géneros e identidade­s, mientras que la búsqueda de la igualdad se convirtió en la aburrida pedagogía de atomizadas especifici­dades.

Intelectua­l sin partido, autodidact­a, hijo del marxismo y el psicoanáli­sis, Pasolini consiguió una coherencia que hoy se echa de menos. Uno no lo imagina, por ejemplo, asegurando en un prólogo a ‘Das Kapital’ que la militancia universita­ria se ha aburguesad­o y ya parece «un teatro de la revolución» (¡indudable!) para salir semanas después en un anuncio de Adolfo Domínguez, aconsejand­o que viviríamos mejor si no pensáramos tanto. Como aquellas luciérnaga­s de Pasolini, parece que los auténticos intelectua­les de izquierda también se han ido extinguien­do.

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NIETO

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