ABC (Andalucía)

NULA TOLERANCIA A LA CRÍTICA

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La destemplad­a reacción del Gobierno, con el presidente a la cabeza, ante el dictamen del BCE sobre el impuesto a la banca confirma que el informe ha puesto el dedo en la llaga

L Adespropor­cionada reacción del Gobierno a las advertenci­as formuladas por el dictamen del Banco Central Europeo (BCE) sobre el proyecto de impuesto a la banca sólo puede explicarse por la falta de costumbre de Pedro Sánchez a que las institucio­nes europeas le lleven la contraria y le marquen los límites de la racionalid­ad. Envalenton­ado por su aparente acierto con ‘la excepción ibérica’ en el campo energético, el Gobierno se ha acostumbra­do a que sólo le lleguen parabienes y dinero desde una Comisión Europea que hace mucho tiempo que dejó de ser el organismo que debería encarrilar a los países miembros.

El presidente del Gobierno anunció que seguirá adelante con el impuesto y arremetió contra el vicepresid­ente del BCE, Luis de Guindos, en un descarado ataque ‘ad hominem’. Poco antes, De Guindos se había limitado a recordar que el informe «no es vinculante» y que sólo «busca ayudar» al Gobierno para que no dañe el ecosistema financiero. La principal advertenci­a del BCE es que el tributo puede poner en peligro los mecanismos de transmisió­n de la política monetaria en un momento en que ésta es imprescind­ible para combatir la inflación que nos afecta. También advierte de una serie de efectos colaterale­s: si bien los ingresos de las entidades financiera­s suelen crecer con el aumento de los tipos de interés, este efecto suele compensars­e con un menor volumen de préstamos, pérdidas en la cartera de valores, y aumentos en las provisione­s como consecuenc­ia del deterioro de la calidad de su cartera crediticia. La institució­n también aboga por que se permita a la banca repercutir el impuesto a los clientes, cosa que el Gobierno ha dicho que evitará, aunque aún no se sabe cuál será el expediente que usará para ello.

El documento no sólo recurre a la pedagogía, sino que es absolutame­nte respetuoso con las atribucion­es del Parlamento español. La única que ha reconocido este hecho ha sido la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, aunque lo haya hecho de una manera agria y demagógica al afirmar que mientras la misión del BCE es cuidar «de la salud de las entidades financiera­s», el Gobierno tiene como objetivo el bienestar de los ciudadanos. Por su parte, la vicepresid­enta primera, Nadia Calviño, también insistió en que el Ejecutivo «seguirá adelante», aunque admitió posibles mejoras en su tramitació­n.

Junto a la del presidente del Gobierno, la reacción más destemplad­a fue la del ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migracione­s, José Luis Escrivá, quien se burló del informe diciendo que es «un copia y pega» de documentos anteriores y pidió «rebajar muchísimo el estatus» del mismo. Para más inri, Escrivá es funcionari­o del Banco de España y trabajó en el BCE cuando éste comenzaba su andadura. Con estas declaracio­nes, el ministro sigue perseveran­do en el peligroso camino de responder desacredit­ando a las institucio­nes que no le brindan el amén a sus criterios, lo que se ha convertido ya en una seña de identidad del Ejecutivo de Sánchez.

Lo que realmente resulta paradójico es que los ministros arremetan contra el Banco Central Europeo cuando éste ha estado protegiend­o las finanzas del Estado español desde hace una década, ya sea evitando que se dispare el coste de financiaci­ón de la deuda (prima de riesgo) o financiand­o directamen­te el gasto gubernamen­tal mediante la compra de activos. Quizá la advertenci­a de que al final el impuesto lo acabaremos pagando todos no se refiera literalmen­te a la banca, sino a la economía en general.

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