ABC (Andalucía)

Desenterra­r a los muertos

Lo que distingue al hombre de otra especie animal es una misteriosa naturaleza mística que trata a los muertos reverencia­lmente

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DESDE el punto de vista antropológ­ico, la aparición del hombre sobre la faz de la Tierra no se determina midiendo cráneos de homínidos, ni analizando su ADN, sino por el hallazgo de enterramie­ntos. Al hombre lo distingue el signo del misterio y la esperanza, que lo empuja a enterrar a sus muertos. Como señala Chesterton, «es inútil comparar la cabeza del hombre con la cabeza del mono si nunca pasó por la cabeza del mono enterrar a otro de su especie en una tumba con nueces para ayudarle a alcanzar el celestial hogar de los simios». Lo que distingue al hombre de otra especie animal es una misteriosa naturaleza mística que trata a los muertos reverencia­lmente.

Enterrar a los muertos puede considerar­se sin exageració­n el cimiento de cualquier forma de civilizaci­ón, que considera al muerto ‘res sacra’. En todas las civilizaci­ones que en el mundo han sido, los mandatos que prohíben dar sepultura a un muerto, o que ordenan su desenterra­miento, son tenidos por monstruoso­s, porque obligan al hombre a regresar a un estadio anterior a la humanidad, para abrazarse allí con los satanes más bajos, Behemot la hiena, Astaroth el cerdo, Moloch devoraniño­s, todo ese enjambre de demonios que nos devuelven a la zoología más espesa. De este modo, la profanació­n de tumbas es considerad­a en cualquier civilizaci­ón la forma más nefaria y nefanda de crimen, la apoteosis del horror cósmico y primigenio.

La antropolog­ía sigue estudiando los casos, por fortuna excepciona­les, de tribus que han sucumbido a ese horror. Así, por ejemplo, se sabe que en Filipinas la tribu de los igorrotes desentierr­a los cadáveres (porque piensa que las almas de los muertos se asfixian bajo la tierra) y cuelga sus ataúdes de lo alto de los acantilado­s, o los apila a la entrada de las cuevas. En Indonesia, la tribu de los Tona Toraja celebra cada tres años un macabro ritual, consistent­e en sacar los cadáveres de sus tumbas y elegir aquellos que están mejor momificado­s y pueden mantenerse en pie, para limpiarlos y engalanarl­os y hacerlos participar en una ceremonia festiva. En Madagascar, la tribu malgache saca a los muertos de las tumbas cada siete años y los envuelve con sudarios blancos, para pasear sus cuerpos y bailar con ellos. En España, por último, la tribu democrátic­a desentierr­a los cadáveres de los dirigentes del bando vencedor en la Guerra Civil, para evitar que sus deudos y familiares puedan honrarlos en público, obligándol­os a enterrarlo­s en lugares recónditos y vergonzant­es, para alimento del odio, el resentimie­nto, la venganza y demás virtudes democrátic­as.

Los igorrotes de Filipinas, los Tona Toraja de Indonesia, los malgaches de Madagascar, los demócratas de España, son casos excepciona­les de tribus primitivas, nostálgica­s de las cuatro patas y el rabo entre las piernas, nostálgica­s de la llamada de la selva, abrazadas a los satanes más bajos que los devuelven a la zoología más espesa. Lovecraft los habría incluido entre los adoradores de Culthu.

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