Crecen las presiones para que Biden no se vuelva a presentar
Preocupación en Washington por la avanzada edad del presidente de EE.UU.
El último lapsus de Joe Biden fue para más de uno la gota que colmó el vaso. En una conversación con jóvenes estudiantes el 23 de octubre en la Casa Blanca, para hablar sobre la condonación de deudas educativas, el presidente afirmó: «Acabo de firmar una ley que está siendo disputada por mis colegas republicanos… se ha aprobado, he logrado que la aprobaran por un voto o dos y está ya vigente».
Es cierto que la Casa Blanca ha condonado 10.000 dólares de deuda estudiantil a las personas que ganen menos de 125.000 dólares al año, pero no por ley. El mismo Biden firmó un decreto, y no hubo ni ley, ni votación en el Capitolio. Es este un equívoco más de una larga lista, en la que se incluyen alarmantes ejemplos como cuando en un discurso pidió que se identificara una diputada que había muerto, o cuando afirmó que su hijo Beau había fallecido en Irak, cuando en realidad fue en Maryland. Estos errores del líder de la primera potencia mundial han llevado al columnista George Will, del venerable diario ‘The Washington Post’, a romper lo que era un tabú en la prensa generalista de EE.UU.: hablar del estado mental y de salud del presidente. «Es aterrador que Biden no sepa, o no recuerde, lo que ha hecho recientemente en relación con una política importante. Hay que suponer que es susceptible de sufrir futuros episodios de desconcierto. Debería abandonar la escena pública el 20 de enero de 2025», afirma Will en una columna que ha conmocionado a la capital de EE.UU.
Posible campaña
Más, cuando la propia Casa Blanca ha filtrado al propio ‘Washington Post’ que Biden ya trabaja en una posible campaña para la reelección. Eso implica que, de ganar, el presidente tendría 82 años al inicio de su segundo mandato (cumple años el 20 de noviembre). Es un récord, pues Ronald Reagan, que entonces era la persona más mayor en jurar el cargo, tenía 77 años al abandonar el cargo. Por lo general, esta Administración suele acallar cualquier debate sobre la edad de Biden y su agilidad en el cargo. Donald Trump hizo de ello un argumento central de su fracasada campaña. Solía bromear el expresidente, de forma gruesa, con que a Biden le daban esteroides antes de un discurso, algo improbable y –sea como sea– imposible de confirmar por él o su equipo.
Lo cierto es que Biden no está solo en el grupo de políticos senectos de
EE.UU. Nancy Pelosi, que preside la Cámara de Representantes, tiene 82 años, y se presenta a la reelección en los comicios del martes. La también demócrata Dianne Feinstein, senadora por California, tiene 89 años. El republicano Chuck Grassley tiene la misma edad y el martes se presenta a un nuevo mandato, que con toda seguridad ganará, y acabará cuando tenga 95 años. Con los legisladores, la prensa norteamericana ha tenido menos miramientos que con Biden. El ‘San Francisco Chronicle’, otra respetable cabecera, reveló en 2020 que otros senadores debían presentarse varias veces a Feinstein, porque se olvidaba de ellos. En sus últimas intervenciones en plenos –las ha limitado al máximo– su señoría repetía párrafos íntegros de discursos que traía escritos, olvidando lo que acababa de decir.
No es la primera vez que el estado de salud de un presidente alarma a su gabinete. Reagan anunció que había sido diagnosticado de alzhéimer unos años después de salir de la Casa Blanca, y hoy se sabe que su mujer hizo lo posible por ocultar cualquier debilidad por su parte. Aun así, en aquellos años no había retransmisiones en directo de cada acto público en redes sociales, y la prensa generalista ejercía unos filtros más estrictos que los actuales.
Durante los años de Trump, varios de sus ministros y subalternos circularon internamente la posibilidad de declararle mentalmente incapaz, para destituirle, algo que se reveló en varios de los muchos y escandalosos libros sobre su ajetreada presidencia. Cierto es que los medios opuestos a Biden, como Fox News, han convertido sus lapsus en todo un género, dedicado a retratar a una persona con una degeneración de las facultades físicas y psíquicas. Ahora, sin embargo, ese debate ha entrado en las páginas del medio que marca la agenda política en Washington, y que la Casa Blanca no se puede permitir ignorar.