ABC (Andalucía)

Licencia para irse

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

LO que habría que hacer con el delito de sedición es agravarlo, no aminorarlo, para ponerlo en su justa categoría. Sedición, según el Diccionari­o de la Real Academia Española es «el alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelión». Y díganme ustedes si no son sediciosos los separatist­as o partidario­s de acabar con la España que hemos heredado de nuestros antepasado­s para implantar un régimen que nada tiene que ver con ella y que, por cierto, ha fracasado en cuantas naciones lo intentaron, excepto si se mantiene por la fuerza.

O, sencillame­nte, díganme si lo ocurrido en Cataluña en octubre de 2017 no se ajusta con pelos y señales a la definición académica, que a su vez se refleja con los delitos correspond­ientes en el Código Penal. Me refiero a la confabulac­ión para celebrar un referéndum sobre la independen­cia de aquella Comunidad, aprobado por su Parlament,

aunque de inmediato se retractase, lo que no impidió que se celebrara con todo tipo de resistenci­a física a que las Fuerzas de Seguridad lo frustraran; junto a algaradas callejeras que incluyeron el cerco de la comisaría de Policía de Vía Layetana y de la cercana Delegación de Hacienda, todo ello para evitar que funcionari­os civiles, por orden de un juez, recogieran el material necesario para instruir el caso pertinente, hasta el punto de que tuvieron que salir por la terraza o la puerta trasera. Por no hablar ya de la trapatiest­a armada en las calles colindante­s, que incluyó la arenga de dos líderes independen­tistas desde el capó de un abollado coche patrulla a la multitud vociferant­e, los contenedor­es de basura volcados y los vehículos ardiendo.

El resultado de todo ello fue un juicio de los acontecimi­entos de la plana mayor del secesionis­mo, cuyo principal y prácticame­nte único argumento fue que se «sintieron ponderados para hacer lo que hicieron». O sea, que si tras una noche de copas se hubieran sentido ponderados a incendiar el Palau, lo hubieran hecho. Naturalmen­te no coló y todos fueron condenados según su rango.

Lo más curioso es que, pasado un tiempo prudencial, el Gobierno, no de Cataluña, sino de España, los indultó aunque siguen diciendo que volverán a hacerlo cuando lo crean oportuno. Y uno se pregunta si ese Gobierno, que es el nuestro, no se ha convertido en cómplice indirecto de un delito de sedición al intentar rebajar la gravedad y la pena del mismo negociando con aquellos que lo cometieron, que son quienes le mantienen en el poder. Pero ¡quia! Aquí, los únicos que violan la Constituci­ón son quienes la defienden, mientras tienen sentido de Estado quienes lo cuartean.

Uno se pregunta si el Gobierno no se ha convertido en cómplice indirecto de un delito de sedición al intentar rebajar la gravedad y la pena del mismo

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