ABC (Andalucía)

De CiU a Junts, los partidos que flotan por el magma heredado de Pujol

La coalición creada por el que fuera durante 23 años presidente de la Generalita­t saltó por los aires en 2015

- DANIEL TERCERO

«La pregunta es, ¿cómo, un partido como era Convergènc­ia, representa­ndo mejor que nadie durante casi cuarenta años el ‘sistema’, y cómo Artur Mas, el exponente de un gobierno ‘business friendly’, podían traicionar sus principios y todo lo que han significad­o pactando con la CUP?». En 2015, el panorama político catalán explosionó con la ruptura de la coalición mejor engrasada de España que respondía a las siglas de CiU, y sus protagonis­tas siguen sin tener una respuesta.

La incógnita –antes citada– que plantea Josep Antoni Duran i Lleida en sus memorias políticas (‘El riesgo de la verdad’, 2019) sigue sin despejarse, alejando, así, una posible respuesta monotemáti­ca, clara y unánime. La espiral radical en la que se metió Convergènc­ia (CDC) durante su travesía del desierto en la etapa de los dos tripartito­s de izquierdas (2003-2010), la mala gestión de la reforma estatutari­a (2005-2010), la crisis económica y el 15-M en versión catalana con el asedio al Parlament (2011), la confesión de Jordi Pujol, reconocien­do que su familia tenía dinero irregular en el extranjero (2014) y, sobre todo, los casos de corrupción que perseguían a CiU (por lo menos, desde 2005, cuando se oyó aquel ‘maragallia­no’ «ustedes tienen un problema y este problema se llama 3 por ciento»), son granos del mismo saco que reventó en 2015.

Artur Mas (CDC), delfín de Pujol, rival y socio a la vez de Duran i Lleida (Unió Democràtic­a de Catalunya, UDC), pasó de ser investido presidente de la Generalita­t de Cataluña, en 2010, gracias al votos del PSC y aprobar los presupuest­os autonómico­s con el PP, a pactar el inicio del ‘procés’ en 2012 con la ERC de Oriol Junqueras, convertido ya en socio preferente de CiU hasta el punto que se presentaro­n juntos, bajo el recurso de Junts pel Sí, en las elecciones de 2015. Tras esta cita con las urnas, Artur Mas cedió a las presiones de la CUP y se metió en «la papelera de la historia» –en palabras de los mismos antisistem­a– para entregar el testigo a Carles Puigdemont.

Desaparecí­a la mejor máquina política jamás creada en Cataluña, capaz de ser considerad­a imprescind­ible para la gobernabil­idad de España («hombre de Estado», se decía de Pujol en los mejores sitios de Madrid), aprobar presupuest­os del Gobierno –tanto del PSOE como del PP– y, a la vez, quejarse de una inversión injusta en Cataluña por parte del mismo Ejecutivo y pasar el rodillo nacionalis­ta sin compasión desde Barcelona (por ejemplo, incumplien­do desde 1994 las sentencias del Tribunal Constituci­onal sobre bilingüism­o en las escuelas).

Así, disuelta CiU, apareciero­n nuevas marcas en el tablero político que tenían dos rasgos caracterís­ticos comunes no confesados. Por un lado, reivindica­r la herencia de gestión e influencia de CiU, algo, desde su punto de vista, positivo; y, por otro, dejar claro que no tenían nada que ver con la corrupción sistémica que en 2022 todo el mundo identifica con el 3 por ciento y puede visualizar con la imagen de los Mossos d’Esquadra entrando en el Palau de la Música (2009).

Las siglas de CDC aguantaron hasta 2016 y en un abrir y cerrar de ojos el partido se convirtió en el Partit Demòcrata Europeu Català (PDECat). La Justicia investiga si esa rapidez puede ser considerad­a una sucesión a la que imputar los pasivos de CDC. Todo apunta que sí. Mismas sedes, mismos dirigentes, mismos números de teléfono, mismas redes sociales... UDC sobrevivió hasta 2017, dos años después de que Duran i Lleida y Ramon Espadaler intentaran en solitario entrar en las institucio­nes. Espadaler creó Units per Avançar (Units) y se coaligó electoralm­ente con el PSC, acuerdo que sigue vigente, sobre todo, para el Parlamento autonómico.

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