Podemos odiarnos más
DEL VALLE LORENCI El nivel de odio que se destila en los nuevos rencores es cada vez más profundo
ES cierto eso que dijo Bismarck sobre la fortaleza de España, el país que llevaba intentando autodestruirse toda la vida sin conseguirlo. Pero, será porque nos ha tocado vivirlo, el nivel de sabotaje propio que padecemos en estos tiempos nos lleva irremediablemente a preguntarnos hasta cuándo podremos resistir. Abrirnos vías de agua de forma permanente, y cada vez de mayor calibre, no puede durar para siempre.
Sabido es que Zapatero adivinó que mantener el grado de división alcanzado por culpa del 11-M iba a ser la mejor estrategia para permitir la consolidación de la izquierda en el machito. Así fue. La apertura de heridas que la Transición cerraba comenzó a polarizar una sociedad que hasta entonces pensaba en progreso, en futuro, en lugar de tirarse muertos a la cara.
La novedad es que la fractura no es sólo la de siempre. Seguimos desenterrando a quien interesa, por supuesto. Para qué hablar de fondos europeos si podemos revolver la memoria de unos contra otros. También somos capaces de hacer un ‘casus belli’ del asesinato de una pobre niña inocente. Impresiona. Ahora, además, se fomentan también divisiones que incluso atañen a quienes antes creíamos uña y carne. Es lo que está sucediendo con la ley trans, que al fracturar a la izquierda lo que obliga es a tirar más incluso que antes hacia los extremos. Es lo que ocurre con las discriminaciones cada vez más absurdamente positivas que explican el hartazgo de una mayoría realmente excluida que, a este paso, como proponía ayer Peláez en ABC, terminará autodeterminándose gay para lograr un empleo.
Y con otra innovación, recuperada del pasado, véase Goya. El nivel de odio que se destila en todos estos enfrentamientos es también cada vez mayor. Los insultos, más graves; las descalificaciones, de juzgado de guardia. Triunfa el verdadero programa del radicalismo: nuevos rencores, más profundos y con una menguante disposición a meternos en los zapatos del que no piensa como nosotros. En el peor de los momentos, cuando más necesario sería ir todos a una. Qué podría salir mal.