ABC (Andalucía)

Idioma de móvil

Quizá nuestro castellano vivísimo de Quevedo será pronto arqueologí­a

- HERRERA

He visto un reportaje donde unos padres, aún jóvenes, asoman a los textos de móvil de algún hijo, y no comprenden ni una palabra. Yo les entiendo, porque ahí palabra no hay ninguna. Los adolescent­es escriben un macramé con letras, y se van enterando entre ellos, porque comparten, desde el uso, un idioma que no es el español, sino un rafagueo de grafía, entre el desvarío y la urgencia. De manera que escribe el móvil. Defienden esos jóvenes que no hay tiempo, y que escribir de canon roba minutos, con lo que quizá se quedan sin minutos para seguir escribiend­o. Porque escribir escriben mucho. Me interesa el fenómeno en sus dos extremos. Primero, inaugura un lenguaje desde la prisa. Segundo, ese lenguaje se inventa sin contar con la tradición, porque el neologismo, si lo hubiera, es sólo un tropiezo de sílaba, o bien un ahorro en vocales. El error es un hallazgo. Están trabando un lenguaje nuevo desde la naturalida­d de destruirlo. Dudo mucho que pudiera ir haciéndose un diccionari­o para abordar esta novedad del lenguaje, porque cambia a diario, entre otras cosas, y en esto sí emparenta con la evolución del idioma mismo, pero a bordo de la nerviosa celeridad que vertebra los tiempos modernos. Los adolescent­es no saben escribir, pero inventan un nuevo idioma que es hijo del estrés, y de wasap. Lo digital se impone ante lo real, y así veremos, quizá, que nuestro castellano vivísimo de Quevedo será pronto arqueologí­a, ante un cifrado mensaje de amor de los chaveas, igual que la ciudad real de Madrid ya no la encuentran los jóvenes, porque no se parece a la ciudad virtual de Madrid que vienen creando en Instagram. Los cambios rápidos del lenguaje han venido desde la necesidad del ocultamien­to, por lo general, y así las jergas de cárcel, o droga, o sexo, han hecho de la palabra otra palabra, para prosperar en las orillas ajenas a la Policía, o los padres, incluso. Los forajidos, o los amantes, hablaban otro idioma, para no ser descubiert­os. Los chavales hablan otro idioma, porque mandan las prisas, y el móvil. Qué prehistori­a, la lentitud, y la caligrafía.

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