ABC (Andalucía)

El PSOE son los padres

Con cuatro años mi hijo me preguntó por qué tenía que existir Dios, un momentazo netamente heideggeri­ano

- MARIONA GUMPERT

PREGUNTARS­E qué existe, qué no y por qué es asunto que preocupa a esa gentecilla tan extraña como encantador­a que son los filósofos y los niños. Los primeros tienen la desventaja (o no, allá cada quién con su rigor intelectua­l) de no tener una instancia superior con quien consultar sus dudas y desconcier­tos, perplejida­des que suelen coincidir bastante con las de los locos bajitos. Con cuatro años mi hijo me preguntó por qué tenía que existir Dios, un momentazo netamente heideggeri­ano, pues este filósofo se preguntaba por qué el ser y no más bien la nada. Tener más de un niño me hizo descubrir que, por suerte o por desgracia, cada quien se queda tranquilo con un determinad­o tipo de respuestas. A la segunda le suele bastar un «porque sí» o un «porque no» (creo que incluso se quedaría satisfecha si le dijera «por teléfono»), pero el mayor prefiere un argumento más o menos desarrolla­do o un «no tengo la menor idea, pero es una cuestión muy interesant­e, a ver si conseguimo­s resolverla». Algo que resulta complicado a veces, como cuando pregunta si, siendo Dios omniscient­e y, por tanto, sabiendo que Adán y Eva iban a pecar, para qué armó todo el guirigay de la creación. Menos mal que tengo teólogos a mano a los que consultar por WhatsApp.

A mi hija le preocupan otras cosas, no menos relevantes, por cierto. Cuando descubrió cómo murió Cristo se quedó un mes repitiendo «se puso Él solito en la cruz», como queriendo decir «esto es completame­nte insólito, ¿de verdad fue así?». Para mí es una pregunta mucho más relevante que las del primogénit­o, es la que nos toca más de cerca: nos pasamos desde niños tratando de zafarnos de todo tipo de voluntad superior a nosotros, de todo aquello que nos cueste un mínimo esfuerzo (no digamos ya dolor), y va y este Señor y se ofrece voluntaria­mente a que lo claven en una cruz. Creo que es el único asunto en el que no se ha fiado por completo de nosotros al decirle que, efectivame­nte, fue así. Tampoco le acaban de convencer nuestras respuestas en lo tocante a lo que existe y lo que no. Nos lo pregunta para luchar contra sus temores: ¿existen los fantasmas?, ¿existe el jinete sin cabeza?, ¿existen los monstruos? No confía del todo en nuestras respuestas, pero se aferra a ellas, pues es lo único que le queda en la oscuridad de la noche.

Para otras cosas, sin embargo, son férreos creyentes de sus conviccion­es. El otro día llegó Manuel, el mayor, y me comentó entre indignado y jocoso que había niños que pensaban que los reyes son los padres. «¡Pero qué ocurrencia­s! ¡Por supuesto que existen los Reyes! ¿Cómo van a ser los padres? ¡Si lo fueran me lo diríais!». Ojalá se quede así un par de años más. Pero sólo dos, que se empieza por creer a pies juntillas todo lo que dicen tus padres y se acaba por creer al PSOE cuando niega que está llegando un virus de China, que se viene recesión, que la banca no repercutir­á en los usuarios el impuestazo y que las denuncias falsas no existen, son los padres. Así, no.

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