Hacerse un Piqué
Todos hemos deseado alguna vez un desahogo como el de ‘Gery’ con el árbitro, pero la educación nos lo impide
ESTE artículo va de Piqué, pero no de fútbol. Ni de divorcios. Va de una historia que arranca en el Hotel Alma de Beloso, un cinco estrellas de Pamplona con todo tipo de lujos y comodidades: restaurante con estrella Michelín, piscina climatizada, sauna y amplios jardines que invitan a la relajación. Allí se alojó durante unas horas el FC Barcelona el pasado martes, tras aterrizar en el aeropuerto de Noain, para comer y descansar antes de partir rumbo a El Sadar a jugar su partido ante Osasuna.
Y allí, en tan idílico lugar y con las pulsaciones bajas, Gerard Piqué ya tenía perfectamente claro que la iba a ‘liar’. Un plan milimétricamente urdido. Tras anunciar pocos días antes su retirada del fútbol, no iba a dejar que su último partido como culé fuera en cualquier otro estadio distinto al Camp Nou. Así que viajó hasta Pamplona con la única idea de montar su numerito. El que, encumbrado ya como jugador desde hace mucho tiempo, le elevara definitiva y eternamente a los altares de la hinchada azulgrana. Y por eso, nada más pitar Gil Manzano el descanso, buscó la cámara y se fue hacia él señalándole ostensiblemente con su dedo índice y espetándole lo que ya sabe usted que le espetó y que quedó perfectamente recogido en el acta arbitral. Un desahogo. Con razón o sin ella, que eso es lo de menos. Hizo lo que todos, en mayor o menor medida, hemos deseado hacer alguna vez. Echar las patas por alto, se llama. Pero no lo hacemos. Podría pensarse que porque no podemos permitírnoslo, sobre todo si se trata de un desahogo laboral. Pero en realidad no es por eso. Es por otras muchas razones que tienen que ver con la educación, el saber estar, el respeto, la urbanidad, la humildad, la cortesía, los modales y algunas otras virtudes de las que Piqué carece. No entraré en un análisis de su persona, como tan desafortunadamente hizo Salvador Sostres en las páginas de Deportes de ABC el pasado miércoles. Se trata de una observación de su faceta puramente deportiva. La de un jugador de élite, de incuestionables virtudes futbolísticas que le han llevado a ganar todos los títulos posibles, incluido el de campeón del mundo. Y que precisamente por eso está obligado a dar ejemplo, a comportarse con total rectitud al menos mientras está sobre el terreno de juego. No vale aquello de la tensión del momento y milongas similares. En este caso concreto no. Y, obviamente –aviso para hooligans– no es esta una opinión nacida del forofismo o del antibarcelonismo. Si hubiera que poner en el otro lado de la balanza a un jugador que encarne todo lo contrario que Piqué, el primero que se nos vendría a la cabeza es otro símbolo culé, Andrés Iniesta.
Piqué hizo lo que hizo porque puede permitírselo. Es libre, millonario y no tiene que rendir cuentas a nadie. Pero sobre todo protagonizó tan triste escena porque no dispone de las herramientas básicas para frenarse a uno mismo cuando deseas mandarlo todo –y a todos– al garete. Las armas citadas anteriormente. Utilísimas. Y son gratis. Pero no todo el mundo las tiene. Se puede ser inteligente. Y divertido, Pero siempre con educación.