Capítulo de adelanto del último libro del político del PP, un oscuro ‘thriller’ en el Congreso
EL INFIERNO DE LA POLÍTICA SEGÚN GONZÁLEZ PONS
Pongamos que una criatura maléfica dormía sepultada bajo el suelo del Palacio del Congreso de los Diputados sin respirar y que abrió repentinamente los ojos poco antes de la peste, del famoso Gran Catarro Madrileño.
Que la despertaron.
Y digamos que fue el 3 de febrero de 2009 cuando se produjo ese despertar y el comienzo de los sucesos repugnantes que aquí van a desvelarse.
Yo estaba esa tarde en el hemiciclo, pero no sentí nada extraordinario. Tampoco hubo comentarios en los pasillos ni corrió rumor alguno. Seguro que nadie se dio cuenta de lo que realmente había ocurrido.
Aquel día, a última hora, una nota oficial del Congreso se limitó a dar noticia sucinta de un descubrimiento al que no se atribuía mayor importancia: algunas calaveras y otros huesos habían sido desenterrados por casualidad. Tal información no se ampliaría hasta disponer de los informes correspondientes. Pero esos «informes correspondientes» o no llegaron, o bien se ocultaron porque jamás se ofrecieron más datos al respecto.
La prensa de Madrid reflejó esa nota oficial y dijo simplemente que se habían hallado restos humanos muy antiguos en los sótanos del Congreso. Poco más. Que, durante una excavación propia de las obras de restauración y rehabilitación de la biblioteca que se estaban llevando a cabo, los operarios exhumaron dos cráneos, aparte de otros huesos largos, que no parecían recientes. Que una forense se personó en el lugar para datar aquellos restos y que tal juzgado se haría cargo de las diligencias pertinentes. También se añadía con bastante seguridad que aquel par de cabezas peladas pertenecerían a dos de los clérigos menores que ocuparon el viejo convento del Espíritu Santo sobre cuyos cimientos se construyó el actual palacio.
Ya está. Eso es cuanto se hizo público sobre el asunto. Punto final.
El cronista parlamentario del ABC, refiriéndose a la demolición del viejo convento, sugirió entonces: «Del cementerio nada se dice, pero, por lo que se ve ahora, alguien olvidó desplazarlo a otro lugar. O sencillamente lo dejaron reposar en el subsuelo para no molestar a los muertos y que descansaran en paz».
Después, en El Mundo del 5 de febrero apareció una columna, firmada por uno de sus más veteranos reporteros, que se titulaba así:
«Una sala circular, símbolos, tres cráneos y miedo en el Congreso». Ahí se decía que los esqueletos se encontraron al descubrirse una sala circular subterránea con muy extraños símbolos pintados en el suelo, de la que se tomaron fotografías. Que entre los ujieres corrían todo tipo de rumores, a cada cual más imaginativo, y que los diputados ya sólo querían saber si estaban sentados encima de un cementerio o no. Y concluía: «Las especulaciones pasan ahora por que los restos podrían datar de la ocupación francesa; otros los sitúan en épocas muy posteriores y la mayoría se inclina por atribuirlos a un osario vinculado al convento que estuvo ubicado en la Carrera de San Jerónimo durante casi dos siglos».
Todos los periódicos hablaron de dos cráneos, sólo en esa columna de El Mundo se mencionó el tercero.
Sin embargo, en los días que siguieron,