La virtud como estrategia
Lo dijo Aristóteles: hay que ser valiente pero no por necesidad, sino porque es bello
SÓLO existen dos caminos. Uno está poblado de asesores, publicitarios y peritos demoscópicos. En él se susurran consejos, se diseñan mensajes y se urden planes maestros. La vanidad, en estas ocasiones, hace las veces de desleal prestamista. Es el camino de los expertos que creen haber entendido a Maquiavelo y que acarician fichas de ajedrez en el bolsillo de la chaqueta. Se trata de un derrotero tecnificado. En él caben todas las pulsiones porque resume la política en un impuro juego de estrategia. La eficacia y la rentabilidad son sus objetivos maestros y cuando esta opción no alcanza su propósito, el fracaso no admite matices. Si fallas, lo habrás perdido todo. Y que lo pierdas todo, absolutamente todo, será cuestión de tiempo.
Pero existe otra vía, que es también antigua y con toda seguridad más noble. Esta otra alternativa es el camino de la convicción, la virtud y los principios. Apuntala sus propuestas sobre valores robustos y entiende que la política, al igual que casi todo lo que importa, parte, desde el origen, de un compromiso con lo valioso. Guarda la palabra y protege la lealtad que un día nos dimos, porque siempre hay algo en lo que creer. Cuando Max Weber distinguió entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, abandonó una alternativa que al menos como hipótesis debería ensayarse: que no exista mayor ni mejor responsabilidad que actuar desde las firmes convicciones.
Una de las propuestas más radicales de la filosofía griega es aquella que nos recuerda que la virtud es rentable. O que hace como si lo fuera, así sea por pura estética, que no es poco. Frente a quienes sienten el atajo como una tentación, confiar en la rectitud del deber es tanto como conceder que el mundo está bien hecho. Cuando uno hace lo que debe, o al menos lo que cree que debe, el objetivo está cumplido. Jamás hay que esperar para demostrar el acierto de la decisión tomada porque la flecha alcanza el objetivo antes de salir del arco. Esta estrategia es siempre la que genera mejores resultados. Puede que no a corto plazo, pero sí cuando uno decide medirse con la historia. O hasta con lo eterno.
La apuesta por la ejemplaridad y la virtud no es una coquetería, ni una reserva puritana de máximos. Quienes la concibieron, hace muchos siglos, no eran santos, mártires ni beatos. Fueron hombres de una inteligencia soberana que afirmaron desde la rigurosa razón que el bien y la verdad caminan juntos. Aunque el mal siempre se travista, a veces, con el hábito de un provecho sensual e imaginario. Todos hemos estado alguna vez ahí. Creer que la realidad acaba por castigar a los falsarios es un riesgo que toda persona de bien debería asumir como un último acto de valentía. Lo dijo Aristóteles: hay que ser valiente pero no por necesidad, sino porque es bello.