ABC (Andalucía)

Detengamos la masacre de Ucrania

- POR GUY

«Los rusos ya no tienen muchos cartuchos en la reserva, en sentido literal y figurado; tampoco los ucranianos, sobre todo porque dependen totalmente de la ayuda militar estadounid­ense y, de paso, europea. Por lo tanto, la solución del conflicto depende, sobre todo, de Washington»

¿Qué ha sido de Henry Kissinger? Occidente necesita desesperad­amente un diplomátic­o con su temple, capaz de resolver conflictos insolubles como logró hacer en Vietnam y en Oriente Próximo. Porque lo más terrible de la guerra actual entre Ucrania y Rusia es la ausencia total de una estrategia, incluso de una retórica de paz. El secretario general de la ONU, cuya función, en teoría, sería esta, prefiere hablar de la crisis climática a largo plazo. Únicamente el Papa dice de vez en cuando que la paz sería mejor que la guerra, pero esto no es un plan y su legitimida­d en la región es débil. Cada uno de los bandos enfrentado­s parece asentarse en el largo plazo, en una guerra sin fin, que nadie podrá ganar jamás. Esta es la principal lección del conflicto que comenzó en 2014, con la invasión del este de Ucrania por parte del Ejército ruso y la anexión de Crimea. Ocho años después, ha quedado claro que Putin y su camarilla militarist­a nunca lograrán conquistar Ucrania ni imponer en Kiev un régimen bajo las órdenes de Moscú.

Por el contrario, la agresión rusa ha consolidad­o a Ucrania, que anteriorme­nte no tenía una identidad verdaderam­ente diferencia­da de la nación rusa. Ucrania no tiene fronteras naturales; su historia está estrechame­nte entrelazad­a con la de Rusia y viceversa; el idioma ucraniano es solo una variante del idioma ruso, y Kiev es históricam­ente la cuna de la Rusia contemporá­nea. En realidad, Ucrania es rusa y Rusia es ucraniana.

La agresión rusa ha cambiado todo esto, creando una nueva frontera que no es geográfica ni cultural, sino política: Ucrania es ahora una democracia y Rusia una tiranía. Ucrania se ha unido así al campo democrátic­o occidental, que la apoya, y Rusia se ha sumado al bloque de las tiranías, con China como principal aliado. Esta nueva división del mundo no estaba escrita de antemano; Rusia, después de la

«Si la Unión Europea tuviera una diplomacia independie­nte de la de Estados Unidos, aumentaría­n las posibilida­des de poner fin a la guerra»

URSS, en la época de Yeltsin, y después con la primera versión de Putin, buscó el acercamien­to a Occidente. Ya se trate de un giro de Putin o de errores garrafales del lado estadounid­ense y europeo, la guerra de Ucrania es el resultado de un malentendi­do, no de una fatalidad.

En esta etapa, no tiene sentido reescribir la historia y asignar culpas. Empecemos más bien por la situación sobre el terreno y por lo que hemos aprendido desde la fallida ofensiva rusa en Kiev el pasado 24 de febrero. El resultado es que el Ejército ruso no avanzará más en Ucrania y que los ucranianos nunca podrán desalojar a los rusos de las cinco provincias conquistad­as, del Donbás a Crimea; los rusos preferiría­n que los mataran ‘in situ’. Los ucranianos, por su parte, nunca cederán al terror ruso; los bombardeos contra la población civil solo consiguen anclar a los ucranianos en Occidente y en la democracia. Por lo tanto, los rusos ya no tienen muchos cartuchos en la reserva, en sentido literal y figurado; tampoco los ucranianos, sobre todo porque dependen totalmente de la ayuda militar estadounid­ense y, de paso, europea. Por lo tanto, la solución del conflicto depende, sobre todo, de Washington. Como los europeos han optado, erróneamen­te en mi opinión, por alinearse completame­nte con los estadounid­enses, correspond­e a Estados Unidos proponer un plan de paz, cuyas líneas principale­s se imponen con claridad.

Primero, Ucrania debería compromete­rse a no unirse a la OTAN, una posibilida­d que parece asustar mucho a Putin; esto le permitiría salir del conflicto proclamand­o su victoria. Por otro lado, la candidatur­a de Ucrania para convertirs­e en miembro de la Unión Europea –que los rusos toleran– seguiría siendo un hecho. Rusia se compromete­ría a respetar la soberanía ucraniana y a no desestabil­izar más su democracia; los dos adversario­s deberían adaptarse. La cuestión territoria­l es más compleja, pero no insoluble.

Si Ucrania reconocier­a que Crimea es rusa, como lo fue hasta 1954, Putin se volvería más complacien­te con las demás provincias ocupadas; estas podrían, por ejemplo, convertirs­e en zonas neutrales de interés común, con un régimen de libre comercio entre Rusia y Ucrania. Más que todo o nada, lo que hay en la panoplia de los diplomátic­os y los economista­s son categorías intermedia­s, del tipo de Irlanda del Norte.

Finalmente, ni los ucranianos ni los occidental­es podrán eludir la dolorosa cuestión de los crímenes de guerra: un acuerdo de paz no presupone venganza, sino la exposición de los hechos. Este podría ser el papel de una Comisión de la Verdad, según el modelo checo o surafrican­o, porque los rusos no tolerarán la institució­n de un tribunal especial como en Ruanda, ni una intervenci­ón del Tribunal de Justicia de La Haya. ¿Prosperarí­a más rápidament­e la negociació­n si Putin desapareci­era? No estoy seguro, porque podría ser sustituido por un régimen aún más autoritari­o.

Si la Unión Europea tuviera una diplomacia independie­nte de la de Estados Unidos, aumentaría­n las posibilida­des de poner fin a la guerra. Pero es demasiado tarde. Europa, en este conflicto, no es un actor principal, ni un actor independie­nte, ni diplomátic­o ni militar. Habrá que recordarlo.

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CARBAJO
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