¿El fin del capitalismo?
La izquierda siempre está dispuesta a engañar y engañarse
La izquierda clama victoria: en Brasil, un líder obrero ha derrotado a un capitán discípulo de Trump. Este no ha logrado en las últimas elecciones la victoria arrolladora que buscaba, y en España Pedro Sánchez ha conseguido la mayoría suficiente para sustituir el delito de sedición por otro mucho más blando en penas y consecuencias. La izquierda siempre dispuesta a engañar y engañarse.
Ya lo verán los brasileños cuando tengan que exilarse, como los venezolanos, siendo su país menos rico que Venezuela; cuando los norteamericanos comprueben que Ron DeSantis, la nueva estrella republicana USA es mucho más conservador que Donald Trump e infinitamente más inteligente, sin tener cuentas pendiente con la Justicia.
En cuanto a nosotros, ya veremos en qué acaba la luna de miel en la izquierda, que empieza a ser ya de hiel. Si entre los secesionistas las relaciones no pueden ser más tensas al diputarse la primacía del catalanismo que ha cambiado de la vieja Convergencia a Esquerra. Mientras, Unidas Podemos va perdiendo potencia a medida que aumenta el duelo entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz, dos gallos de pelea que se disputan el liderazgo.
Es una situación que puede aprovechar –y posiblemente aproveche– Pedro Sánchez para manejar a ambos. Pero no la mejor para librar la batalla final contra la derecha. Están unidos contra el PP, pero no entre ellos. Y los españoles, tras lo vivido últimamente, nos vamos a andar con más cuidado. El pacto con el diablo, o diablos, que ha hecho Pedro Sánchez no es lo que apetece a la mayoría.
Aunque el problema de fondo es la izquierda. Su último profeta es Jonathan Crary, un crítico de arte con el mensaje de que el capitalismo está agotado. No por sus contradicciones internas, como dijo Marx, sino por el cambio climático, un fenómeno que, más allá del deshielo de los glaciares, nos obligará a cambiar de modelo de sociedad. Cuando lo que tenemos que hacer es ser más racionales y efectivos. Es el tema de nuestro tiempo que no puede dejarse en manos de un crítico de arte. Basta ver en qué ha parado éste.