ABC (Andalucía)

Fallecido Mehran Karimi, crece la leyenda de sir Alfred

- JUAN PEDRO QUIÑONERO

Steven Spielberg tampoco pudo cumplir su promesa. Sir Alfred, el protagonis­ta de ‘La terminal’, ha muerto solo, apátrida, perseguido y/o rechazado por las policías de Irán, Bélgica, el Reino Unido, Alemania, Holanda, víctima de sucesivos errores administra­tivos y una obstinació­n personal que culminó en una suerte de demencia atroz

«Sir Alfred lo espera, pero no se ha levantado de buen humor», me dijeron los gendarmes del aeropuerto parisino de Roissy-Charles De Gaulle, la primera vez que entrevisté a Mehran Karimi Nasseri (Masjed Soleiman, Irán, 1945), protagonis­ta de una odisea que terminó la tarde/noche del sábado en el mismo aeropuerto que fue su residencia durante poco menos de veinte años.

Cuando encontré a sir Alfred, rodeado de cajas de cartón que le servían de ‘domicilio’ el apátrida iraní me dijo con el rostro muy severo: «No entienden nada. Me abren el correo. Me vigilan. Spielberg me ha prometido que me sacará de este infierno. Él me ayudará a conseguir la ciudadanía americana. Iré a California y haré cine».

Spielberg tampoco pudo cumplir su promesa. Sir Alfred ha muerto solo, apátrida, perseguido y/o rechazado por las policías de Irán, Bélgica, el Reino Unido, Alemania, Holanda, víctima de sucesivos errores administra­tivos y una obstinació­n personal que culminó en una suerte de demencia atroz.

Hijo de un padre médico y una madre enfermera, escocesa, según versiones biográfica­s oficiosas que él ha rechazado, matizado o maquillado a lo largo de los últimos veinte años. Está claro que sir Alfred salió por vez primera de Irán en 1973. Viajó al Reino Unido para estudiar Medicina en la Universida­d de Bradford. Pero fue detenido por vez primera por participar en una manifestac­ión contra el difunto Sah de Persia. Abandonado­s los estudios para regresar a Teherán, donde participó en la ola de manifestac­iones iraníes que precediero­n a la instauraci­ón del régimen de los ayatolás.

Volvió a Europa el 1977, comenzando un rosario de demandas de asilo, en la antigua Yugoslavia, en Berlín, en Bélgica, Francia. Una y otra vez, sir Alfred era rechazado, huía, volvía a pedir refugio, antes de ser encarcelad­o por un rosario de delitos administra­tivos, en Francia y Bélgica. Libre, el apátrida volvió a intentar huir al Reino Unido, donde volvió a ser detenido. Conoció provisiona­lmente las cárceles de Bélgicas y el Reino Unido, en tanto que inmigrante ilegal. Su situación comenzó a tener una dimensión caótica en 1985 cuando fue detenido en el puerto francés de Boulognesu­r-Mer, para ser encarcelad­o en la prisiones parisinas de Roissy y Fleury-Mégois.

Sus generosos abogados franceses consiguier­on su libertad. Pero, ‘libre’, al fin, sir Alfred comenzó a dar signos de locura, demencia, que culminó negando su propia identidad, cuando el Estado francés intentó ‘ofrecerle’ una documentac­ión más o menos provisiona­l: «No pienso firmar esos papeles. No llevan mi nombre auténtico. No soy el que fui. Ahora me llamo sir Alfred Merhan y no soy iraní. No hablo persa. Mi padre era sueco, mi madre danesa».

De ‘regreso’ al aeropuerto de Roissy-Charles-De Gaulle, el 2004, tras poco menos de veinte años de idas y venidas, fue acogido como un héroe por buena parte del personal. Una boutique vendía un libro contando su historia. Sir Alfred ‘recibía’ a los visitantes y viajeros que deseaban saludarlo entre las ‘paredes’ de los cartones de su ‘domicilio’. En mi caso, el gran señor apátrida, estuvo amistosame­nte suntuoso: «Mi vida no tiene precio. No me importa vivir aquí. Seré millonario cuando salga la película de Spielberg. Estoy solo, solo. Sin familia. Recibo mucha correspond­encia, pero la Policía abre todas las cartas, violando mi intimidad».

La Cruz Roja consiguió ‘convencerl­o’, prometiénd­ole una «nueva vida» en un hospital y una residencia para sin papeles en el norte de París. Allí vivió sir Alfred sus últimos años, convencido de una buena fortuna que tardaba en llegar, como él reconocía, resignado: «No me importante. Llegará mi hora de gloria y fortuna, en el aeropuerto».

Cediendo a esa ilusoria esperanza, sir Alfred regresó voluntaria­mente al aeropuerto donde se hizo célebre hace unas semanas. Falleció el sábado de muerte natural. La correspond­encia había seguido llegando. La leyenda de sir Alfred quizá esté llamada a perdurar, como fue su deseo último.

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